—¡Me largo de aquí! ¡Por fin me voy a ir de este maldito lugar! —James gritaba. Contento se subía a los sillones de su casa mientras alardeaba frente a sus maletas de viaje.
—¿Y a mí no me piensas dar créditos? Yo te ayudé a recuperarla.
—¿Tú? Por favor. Lo que me hizo regresar con Olivia fue un golpe de suerte. Los créditos, en todo caso, se los llevaría Erika por enamorarse del mugroso aquel.
—¡Eres un maldito! Pero bueno, mientras Olivia sea feliz, yo también lo seré.
A su vez, James hurgaba en el interior de un pequeño armario de madera. De él, obtuvo una pequeña maleta oscura que más tarde le arrojó a Adriana.
—¿Qué es esto?
—El dinero suficiente como para que desaparezcas de nuestras vidas.
—¿Qué? ¿Por qué?
—A ver Adriana. Yo me pienso casar con Olivia más pronto de lo previsto, y sé que su padre se va a poner eufórico cuando se entere.
—¿Eso qué tiene que ver conmigo?
—Mucho. No quiero que Julio Palacios pueda hablar con nadie de ustedes, y tú, eres la más cercana a mí.
—No puedes hacer esto, James. Ella es mi mejor amiga. ¡No me puedes pedir que me aleje así de la nada! Tú y yo habíamos hecho un trato; si tú regresabas con Olivia, harías todo lo posible para que a mí también me perdonara.
—Un caballero no tiene memoria.
—¡No quiero tu dinero!
—Vamos Adriana, que yo no te quiero tener cerca de nosotros. ¿Tú piensas que soy estúpido? Si sigues con el capricho de la mejor amiga, Olivia no te sacará de nuestras vidas, y yo, mi hermosa morena, no pienso mantenerte.
—Deja de insultarme.
—¿Acaso te duele la verdad? Eres una jodida ambiciosa que solo piensa en sí misma.
—¡Eso no es cierto!
—Siempre buscaste la manera de que Erika saliera de su círculo de amistad, y todo porque no soportas que alguien más tenga la atención que a ti te corresponde.
—¡Eres un jodido hijo de puta!
Y entonces, en un acto diabólicamente repentino, James apresó su cuello sometiéndola contra los sillones.
—Te conviene que te lleves el dinero y te mantengas alejada de nosotros, de lo contrario, me obligarás a enfadarme. El maldito payaso supo lo que le convenía y aceptó darme el lado.
—¿Kevin? ¿Qué le hiciste a Kevin?
—¿Ahora le llamas Kevin, luego de tantos sobrenombres?
—James —Adriana se estaba ahogando—, por favor, suéltame.
—¿Te vas a largar?
—Sí… —los ojos se le llenaron de lágrimas— Te prometo que no volverás a saber nada de mí, pero por favor suéltame.
Adriana salió, tomó la pequeña maleta de dinero y huyó despavorida.
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Editado: 18.02.2023