Bastó entrar para darse cuenta de la enorme belleza de aquel lugar. Era una casa de dos pisos que en realidad parecía ser un oasis, un paraíso construido bajo el sueño de algún arquitecto. En la planta de arriba había dos habitaciones principales, dos baños y un enorme salón luminoso que tenía ventanales con vista al mar. En la planta baja, por su parte, había dos baños y una piscina gigante a ras de piso que se rodeaba por bardas altísimas y un techo de cristal. Estaba la cocina, un vestidor y un bar con su barra, bancos y escaparates en los que se exhibían las innumerables botellas de bebidas y cocteles, pues a pesar de que en la mayor parte de las islas el alcohol era ilegal, los millonarios tenían cierta y absurda preferencia.
—¿Qué es esto?
—Tu castillo, mi principessa.
—James, pensé que nos quedaríamos en un hotel, no en una casa.
—Los hoteles suelen ser molestos. Aquí tendremos privacidad de sobra.
Olivia no refutó nada, permaneció callada y se dispuso a encerrarse en una de las habitaciones para desempacar su ropa. Agradeció que James pensara en ella y respetara la idea de dormir separados.
Por su parte, James se encerró en la propia, se quitó la ropa y hundió su enorme cuerpo tonificado dentro de la regadera, pero tras unos largos minutos en los que pasó exfoliándose la piel, se vio en la horrible necesidad de salir cuando su teléfono comenzó a sonar.
—Aló. ¿Qué quieres, papá?
—¿James? —contestó una áspera voz—. ¡Con un demonio, James! ¿Dónde te has metido? Dime que no te has llevado a la hija de Julio Palacios, ¡dímelo, James!
El hombre se rascó la espesa barba que seguía húmeda.
—Descuida, no tienen nada de qué preocuparse.
—¿NADA? ¿Tienes una idea de cuántas amenazas no he recibido? ¡Su padre nos quiere ver muertos! Tiene horas llamando a la casa, a la oficina y a mi celular, preguntando y amenazando con interponer una demanda de secuestro si no sabe en dónde está Olivia.
—De nada servirá que me demande. Ella aceptó venir por su propia cuenta.
—Dime que tienes cómo corroborarlo.
—La cámara de mi auto la filmó mientras me lo decía.
—James, esto me va a hundir.
—Eso a mí me tiene sin cuidado.
—¡No me hables así y regresa a esa mujer a su casa!
—Cuida tu tono conmigo. Ya no soy un niño para que intentes reprenderme.
—¿Cómo demonios la sacaste sin que su boleto figure en tu expediente? James, regresa a casa, por favor. Siento que estoy al borde de un infarto. Al menos dime en dónde se encuentran los dos para estar más tranquilo.
—Alphonse, no te voy a responder nada. Si Julio Palacios quiere, que la busque por todo el maldito continente, aunque dudo mucho que la encuentre.
—Tú vas a terminar siendo mi muerte, James.
Y entonces la llamada se cortó.
—¿Con quién hablabas? —Olivia estaba de pie frente a la puerta. Tenía el cabello mojado y un bonito vestido azul.
—Nada importante. Hablaron diciendo que un tal Rafael Enríquez había reservado un boleto de avión a mi nombre.
—Qué horror, ¿eso significa que te lo van a cobrar?
—De hecho, para eso era la llamada, para aclarar este malentendido.
—Menos mal que ya lo solucionaste.
—¿Te parece si bajamos? Te tengo una sorpresa.
James y Olivia salieron por la puerta trasera de la casa. A Liv le llamó la atención ver diferentes hombres ataviados con camisas y pantalones blancos de manta, sin embargo, no preguntó nada, pues pensaba que debido a la enorme amplitud de la casa, estaban ahí para darle mantenimiento.
El Atolón Dhaalu era verdaderamente impresionante. De hecho, haría falta todo un diccionario completo solo para describir la belleza de su arena inusualmente blanca, lo salvaje de su vegetación, el manto gigantesco bañado de un turquesa y agua cristalina, y la espuma blanca en las crestas de las olas que estallaban al entrar en contacto con la costa. Una verdadera maravilla natural.
—Mi sorpresa está por allá —James señaló una gran piscina cuadrada con azulejos blancos y azules que se mezclaba con el agua que entraba del océano, y en la cual se hallaba un conjunto de sillas y una mesa decorada con manteles blancos y un florero de rosas rojas que se alzaba orgulloso en el centro.
—Dios mío, James, esto está bellísimo.
—¿Es cómo lo esperabas? —preguntó mientras la ayudaba a quitarse las sandalias para ingresar al agua que les llegaba hasta el tobillo.
—¿Bromeas? Es mucho mejor de lo que esperaba.
James le acarició la mano sirviéndole una copa de vino tinto.
—Haría cualquier cosa por ti, Olivia, cualquier cosa.
—Es hermoso.
—Mira hacia allá. ¿Lo ves? Justo en el horizonte donde el sol comienza a meterse y la noche lo remplaza.
Liv descubrió cómo la luminiscencia que le daba su característico nombre de Mar de estrellas comenzaba a cobrar vida entre las olas que se levantaban, brillaban de un color azul y después, al romperse, regresaban a su estado natural.
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Editado: 18.02.2023