Enloquecí, al salir de mi casa... perdí por completo la cordura preso de la desesperación. Era como si un monstruo se hubiese posado en mi espalda y me dificultara vivir. Estaba decidido a marcharme y tirarme del primer puente que viera o ahorcarme en cualquier árbol, no importaba nada, el fin justificaba los medios. Solo deseaba acabar con el dolor terrenal, aunque el infernal esperara por mi para toda la eternidad. No creo en Dios, ya que si el realmente existiera no hubiese permitido que el dolor arropara mi existencia como lo hizo. Nunca he creído en Lucifer, porque a él también le oré y no recibí ayuda. Sin embargo, lo que sucedió esa noche no podría atribuirselo a otra entidad que no fuese el Diablo. Estaba decidido a acabar con el tormento, la tortura, penuria y el calvario en que se había convertido mi vida. Decidí darle fin a todo eso en un hermoso parque abandonado junto al río. El cielo estaba estrellado, de vez en cuando pasaba una estrella fugaz y cada una de las veces pedí el mismo deseo: morir esa noche. Ahora pienso que fue una estupidez, no debí desear algo así, ya estaba muerto. Si la magia de las estrellas de verdad existe pude pedir algo mejor. Quizás no haber nacido para que mi madre fuese feliz.
Había comprado una soga, le pregunte al vendedor si tenía alguna de algodón, no quería que al morir me causara heridas sangrantes en el cuello. Para mi sorpresa si vendía de algodón, pero cuando dijo el precio era muy alto, en realidad una miseria, pero yo ni eso poseía. Al final tuve que comprar la de hilo normal, aun sabiendo que mi cadáver seria encontrado manchado de sangre. Hubiese preferido que fuese de lágrimas, porque solo ellas se llevan todo mi pesar al salir. Saque la soga de la mochila y con lentitud fingiendo tranquilidad empecé a atarla en la rama del árbol, al final le hice un nudo para asegurar que no se soltara. En mi mente se estaba librando una batalla, yo quería pensar en mi época de niño feliz, las risas que tuve, los momentos mágicos, los besos y abrazos de mi madre y... en mi amigo José, que aunque venía a mi mente como el retrato de un fantasma lejano me daba paz y me hacía sentir el olor de los recuerdos felices, porque los recuerdos no son imágenes , son olores y el recuerdo de José olía a flores. Sin embargo, el de mi madre, siempre, desde que puedo recordar olía a carne podrida, quizás porque desde el principio ella y yo fuimos marcados por la desgracia. Deseaba morir en paz, abrumado por la nostalgia que causan los buenos recuerdos, pero los malos se negaban a dejarme ir en paz. Entonces recordé la noche en donde yo fui el causante de cuatro muertes: la de un amigo y su mamá , la mía y la de mi madre. Había olvidado que ese fue el inicio de todo, tanto dolor te hace olvidar. Después recordé los desplantes de mi madre, mi tiempo el la correccional, los golpes, las violaciones, otra vez el abandono de mi madre. El olor de Coba al morir llegó como un relámpago a mi mente, sangre con sal, me provocó náuseas y comencé a vomitar, el hedor se hizo insoportable, carne podrida. Mátala! mátala! Gritaba una voz en mi cabeza. Al principio traté de ignorarla, pero se hizo estridente en mis recuerdos. Pasaron los olores de cada palabra, maldición, golpe, todas las heridas que ella provocó y la culpe por todas mis desgracias. Pude no hacer caso a las voces, pero quise, necesitaba a alguien que cargara por mi todo el peso de mis errores. Desaté como pude la soga del árbol y corrí en dirección a casa, solo tenía un pensamiento, matar a mi madre. Disfrutaba imaginar a la causante de mi dolor morir ahorcada, mientras pide piedad y perdón. ¿Puede creer que reí? Lo hice a carcajadas, aunque en verdad solo deseaba llorar.
Las historias trágicas como la mía y la de mi madre siempre son contadas al público, hacen libros, películas... documentales. Si algún día las personas llegan a conocer la historia de mi vida, no quiero provocar pena, tampoco deseo que justifiquen lo que hice esa noche por el horrible pasado que tengo, ni por todo lo que mi madre hizo, porque en realidad... yo quería matarla. Cuando llegué al departamento, ella estaba tirada en el suelo llorando desconsolada, por un momento creí que quien lloraba era yo, no pensé que alguien más podría estar tan roto. Decidí matarla en ese instante, era lo mejor. La mataría y luego a mi. Ella al verme se abalanzó sobre mi cuerpo y me abrazo fuerte, no paraba de llorar. Quería decir algo, pero el llanto no la dejaba hablar. Durante el abrazo no pude sentir nada, ya tenía demasiado odio y dolor en el alma. La aparté con ambas manos, pegando su cabeza a la pared. Ella me veía azorada, pero en ese instante no hizo nada para evitarlo. Le apreté el cuello, pero ella ocultaba sus lágrimas con una sonrisa forzada, creo que no creyó que en realidad fuera a matarla. Lo sé porque cuando comenzó a quedarse sin aire empezó a forcejear.
-Espera, espera, espera -era lo único que decía. La tire al piso y la solté por un segundo para envolver la soga en su cuello en ese pequeño instante trato de hablar otra vez.
-Te amo -dijo, para ese entonces ya había envuelto la soga en su cuello. La escuché, pero las palabras son solo eso, cualquiera las dice sin sentirlas. Puse un pie en su pecho y halé la soga con todas mis fuerzas. No cerré los ojos, quería verla morir. Ella arañaba el piso por la desesperación, pero con lágrimas en los ojos sonreía, me sonreía. No me provocó pena, no lo sé, creo que estaba poseído, porque nunca imaginé que las cosas podían llegar a un punto tan macabro. Seguí Halando hasta que vi que cerró los ojos y de su cuello salía sangre, a causa de las heridas provocadas por la Soga. Sin decir una palabra quité la soga del cuello de mi madre y me marché. La dejé por muerta. Sin embargo, sentí como si un peso se fuese de mi alma, estaba en paz.