Me recluyeron un año y medio en la correccional, mi madre nunca fue a verme. Le puedo asegurar que ahí viví una de las experiencias más traumáticas de mi vida. En ese lugar nadie fue bueno conmigo, a pesar de que ni siquiera hablaba para no llamar la atención. Los demás muchachos que estaban en el mismo pabellón que yo me golpeaban por diversión como si fuera una piñata, mientras los otros gritaban a mi alrededor pidiendo que me causaran dolor. Ese tipo de cosas solo las había visto en la televisión, ni en mis sueños más remotos imaginé que en verdad hubiese tanta maldad y rabia en esos lugares. Durante mi tiempo en la correccional mis heridas nunca terminaron de sanar, porque cada día se encargaban de producirme nuevas. No solo me refiero a heridas físicas, porque esas sin importar cuanto tiempo pase algún día sanan. Hablo de las heridas que te seccionan el alma, algunas van tan profundo que es imposible que logren curarse. Las habitaciones eran muy pequeñas, por lo que en verano dormir era algo casi imposible por el calor. Las habitaciones no tenían ventanas, sumado a que entraban hasta diez personas a dormir en el mismo cuarto, ya que la correccional estaba sobrepoblada de niños y jóvenes descarriados por la falta de amor, uno de esos era yo. Recuerdo como ahora, que en una de esas noches de calor sentí que alguien me tocó. Al principio creí que había sido algo inconsciente, pero luego se convirtieron en caricias ásperas. Me alarmé de inmediato e iba a levantarme para cambiar de lugar, porque estaba acostado en un rincón del suelo, pero me agarraron. Un chico tapó mi boca y otros dos mis brazos y piernas, después de eso uno abusó de mí y luego otro y otro, perdí la cuenta cuando me desmayé. Al día siguiente nadie dijo nada, todos actuaban como si nada hubiese sucedido, eran los chicos rudos con los que nadie podía entrometerse. Esa fue la primera vez, desgraciadamente no la última, me hicieron lo mismo casi cada noche hasta que salí de ese lugar. Para entonces ya había cumplido mis diez años y mi vida estaba destrozada. Mis lágrimas silenciosas llamaban a gritos a mi madre ¡Mamaaa! ¡Mamaaa! Decían, pero ella no quería escucharme. Lo vi en su rostro y en sus ojos que me miraban con rabia el día que me llevó la policía. En ese momento entendía su enojo, todo era mi culpa, sin tan solo José y yo nos hubiésemos ido a dormir temprano el día de mi cumpleaños nada esto hubiese sucedido. Otros días despertaba muy enojado y me empeñaba en culpar a mi amigo de su propia muerte, si él no me hubiese pedido jugar a las luchas yo no lo hubiera tirado. También culpaba a mi madre por hacer espaguetis esa noche y a la madre de José por dejarlo ir a dormir a mi casa, aunque lloraba de forma desesperada era su madre y debió sentir una señal, tener alguna premonición de que algo le pasaría a su hijo, al menos eso me habían contado. Culpaba a todos, pero al final la culpa siempre recaía en mí, Ed, así me decía mi madre de cariño, cuando si se preocupaba por mí. Era tan buena conmigo, parecía ser la madre perfecta. Llegué a creer que en verdad era capaz de dar su vida por mí sin pensarlo dos veces, pero el amor de madre puede ser igual de falso y engañoso que el de los novios y fingirse hasta que la máscara se les cae. Si ella realmente me hubiese amado no me hubiera abandonado en el peor momento de mi vida. Te lo he dicho tantas veces, pero es que yo era solo un niño, aun lo sigo siendo y mi mente no podía procesar todo lo que me sucedía. Deseaba que alguien me dijera que todo estaba bien, que yo no era una mala persona, pero que el destino me había jugado una mala pasada. Tan solo necesitaba esas simples palabras para enderezar mi camino, nunca las escuché.
El día que debía salir de la correccional sentí alivio porque acabarían los abusos en mi vida, de no a ver sufrido por eso hubiese preferido quedarme allí, a pesar de las palizas diarias que recibía. A las nueve de la mañana me encontraba en la sala de espera de la correccional esperando a que mi madre viniera a buscarme, eran las tres de la tarde y todavía no llegaba. Me dijeron que la habían llamado hacia tres días para decirle que yo saldría y ella dijo que vendría a buscarme. También la llamaron varias veces ese día, pero no contestó el teléfono. Empezaba a anochecer y mi madre no llegaba por lo que una de las guardias me dijo que tendría que volver adentro hasta el otro día que mi madre viniera a buscarme. Yo no quería entrar, sabía lo que me esperaba, así que empecé a llorar desesperado y a decir que quería irme a mi casa. Creo que a la mujer le di lastima ¿a quién no? Era un simple niño de diez años, nadie podría imaginar que tenía casi dos homicidios a mis espaldas. Llamó un taxi y me regaló algo de dinero para que lo pagara. Cuando llegó recuerdo que corrí hacia el con una pequeña mueca en mi rostro, estaba sonriendo, al menos eso quería, pero había olvidado como.