¿cómo quedamos?

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¿Reglas?

–Bueno hija. Creo que ya es hora de mostrarte mi secreto.

–¿De qué hablas papá?

–El mundo que observas ahora, todo lo que has vivido, este planeta es llamado en realidad, el lugar de los muertos. Somos una mezcla inefable entre lo que existe y lo que no existe. Nuestras almas reencarnaron para reivindicar los errores de nuestra vida pasada. Nacemos olvidando todo, pero nuestra esencia y formación perdurará hasta los últimos días que permaneceremos aquí. ¿Qué sigue después de eso? No lo sé, pero de lo que estoy seguro es que venimos de ese lugar, al que cada uno de nosotros desconocemos, excepto yo y próximamente tú.

–¿Estás borracho? ¿Te sucede algo?

–Te mostraré.

Era el cumpleaños de Laia. Ella nació hace 16 vueltas alrededor del sol de su desconocido planeta. Laia no entendía a qué se refería su padre. “O sea, todo lo que he vivido hasta ahora es una completa mentira, o más bien, significa que justo ahora estoy muerta”, pensaba, mientras trataba de asimilar las incoherencias que su padre había dicho. “¡¿Qué se supone que debo hacer con lo que me acaba de mencionar?!, ¿guardármelo?, ¿para qué?, ¿qué sentido tiene?”, seguía exclamando su mente brumosa. Su rostro demostraba rechazo, abnegación. Su cuerpo temblaba de horror al creer que existía más de una vida. En la escuela nunca le habían enseñado eso. Muchos de sus amigos creían en un dios al que proclamaban único y poderoso. Jamás se le había pasado por su mente ese hecho de reencarnar, de que el alma pasaba a otro estado. A un estado al que ella estaba conociendo, pero no recordaba nada de su vida – o estado – anterior. “Con razón él nunca me decía nada de las religiones ni las creencias. No le preocupaba nada de aquello” seguía meditando la información que le había dotado su padre.

–Ven, cierra los ojos y dame tu mano. Borra todo lo que conozcas de ahora. Elimínalo, has que desaparezca. Siente a tu cuerpo, siéntelo de tal manera que pareciera que es la primera vez que lo observas. Pregúntate, ¿qué es eso?, admíralo como una reliquia, como si fuera la belleza más pura, la más no lo sé, descubre a tu cuerpo… Mientras lo haces, respira leeeeeeeeentamente, percibe como el aire va entrando por la nariz, nota como va fluyendo poco a poco por tu laringe y cuando finalmente llega a tus pulmones, detente, guárdalo por unos segundos y expúúúúúlsalo por tu boca. Repítelo una vez y otra vez –. La verdad, el proceso parecía complicado.

–¿Y para qué me sirve esto? No entiendo nada de lo que dices. No puedo.

–Cállate. No hagas preguntas. Sólo deja volar tu mente, vacíala y emplázala a un viaje por el universo y las estrellas. Recuerda aquellas veces cuando te decía que mires desde tu balcón el firmamento, recuérdalo y has que tu mente llegue a ese firmamento. Tú si puedes. Confío en ti hija –. Era una de las pocas veces en la que ella escuchaba de su padre decir eso. Por lo general, él suele ser déspota y bastante prepotente.

–¿Y ahora qué?

–Y ahora, no pares. Sigue ahí, insistiendo hasta que cada partícula de tu cuerpo se esparza, has que tu alma resurja, has que tu vida pasada reviva. Tus pensamientos, tu esencia debe regresar a ti. Cada componente faltante suele estar en las estrellas, recógelas y vuela… vuela como si fueras un ave y recién estás aprendiendo a volar. Entiende tus miedos, entiende que, si no agitas esas alas, caerás y morirás. Entiende que eso es lo que te hará ser esa ave guía de la sociedad. Una vez que lo hayas logrado, expulsa todo lo que hay dentro de ti y sentirás, por un momento que tu cuerpo se separará infinitesimalmente. ¡Expúlsalo ahora! –mencionó esto último como un grito de fuerza.

El pensamiento de Laia se tornó oscuro por unos segundos. La voz de su padre la dejó de escuchar. Intentó abrir los ojos, pero tuvo la sensación de que estos estaban pegados con un pegamento inseparable. Se sentía en paz, se sentía como si flotara en el aire, en el espacio.

–Lo lograste Laia. Te felicito.

Su padre Oliver y ella se encontraban en ese firmamento que él tanto hablaba. Parecía que emergían del espacio. Sus almas se transformaban en partículas – también llamadas ondas – que viajaban entre los astros. Podían trasladarse con facilidad, de tal manera que parecían andar casi tan rápido como la velocidad de la luz. Llegaban a un planeta y a otro. Visitaban estrellas. No se acercaban demasiado porque quemaban, pero no por la transmisión de calor, sino por el cúmulo de pedazos de almas que chocaban entre sí. Laia conoció galaxias, recorrió una parte del universo como si un humano hubiese ido tan sólo a una esquina, es decir, le faltaba mucho más por conocer. Ella se encontraba entusiasmada por el don que poseía. Las dudas que surgieron del universo, sabía que se iban a desvanecer con el tiempo. Ella empezaría a averiguar sobre la vida y más sobre la muerte.



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En el texto hay: amorjuvenil

Editado: 01.04.2018

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