— Uhmm, Mathias me invitó a tomar algo y no te veía, me olvidé y se me hizo, no sé…, no pude decirle que no y... —empecé a balbucear tratando de justificarme, pero un grito de mi mamá me calló.
— ¡Tú sabías que tenías que ir al doctor! —me gritó—. ¡No puedes hacer lo que te dé la gana! ¡No tienes derecho a decidir! ¡Eres vulnerable así que es tu obligación cumplir!
— Lo siento mamá, pero no tengo nada, o al menos eso es lo que sé, ¿por qué tanta desesperación por perder una cita con el doctor? Se puede recuperar luego y estoy bien —traté de calmar las cosas exponiendo mi salud.
— ¡TÚ NO SABES ESO! ¡Esto no es un juego! —el rostro de mi madre me causaba grave confusión.
Comencé a frustrarme, entendía que se preocupara por no saber dónde estaba, pero seguía dando a entender que algo estaba mal conmigo sin hacerme partícipe. El recuerdo de levantarme con el azul pesando en mis venas con espesura era una sensación que no podía olvidar y ver a mi madre escondiéndome algo me hizo rabiar.
— ¡Y no lo sé porque no me lo dices! —mi grito sobresaltó a mi mamá, pude sentir la presencia de Olly a mi espalda atraída por la pelea—. Me tienen como conejillo de indias y nadie me dice nada, pero sigo siendo el centro de un estudio que me llena más de marcas los brazos que de respuestas —por fin exploté y el silencio de mi madre me sacó de quicio al extenderse—. ¡¿Qué es lo que tengo?! —grité harta.
Nadie había conseguido sacarle información a mi mamá y eso me estaba desesperando, no sabía qué pasaba conmigo, no comprendía el motivo de los mareos ni del color obscuro que sentía avanzando por cada parte de mí, reflejado desde mi cabello y mis uñas. No entendía si estaba enferma o qué diablos era, pero lo quería saber, necesitaba saber.
Mi mamá me observó con los ojos aguados, bajó la mirada y pasó por mi lado yéndose de la habitación, dejándome con la boca abierta, el corazón desesperado y, otra vez, sin respuesta. Me di la vuelta viendo el rostro preocupado de mi hermana, quité la mirada y corrí a mi habitación, azoté la puerta y me lancé a la cama.
Honestamente no podía más.
¿Qué estaba pasando conmigo? ¿Por qué esta aura de problemas seguía ahumando mi cabeza?
Estaba realmente confundida, la sensación de desconfianza con la información que recibía y que me ocultaban me tenía envuelta en zozobra. A cada lado que volteaba había más preguntas que respuestas.
Ya no puedo con esto.
Me arropé entre las mantas, rodeada de mis almohadas, buscando sentir algo de protección. No puede evitarlo y me quedé dormida poco a poco, adornada con signos y signos de interrogación en mi mente y el cálido recuerdo de unos labios avasalladores, tiernos y familiares que me arrullaron hasta perderme entre sueños…
(...)
El frío me cala los huesos y siento la humedad reptando por mis venas. Todo está oscuro y solo percibo manos pequeñas palpando mi piel en pequeñas caricias. El eco rebota en alrededor de mi burbuja con las palabras que retumban hasta mis tímpanos.
¿Tienes frío? Solo déjalo ir.
Déjate ir y todo acabará. O es que pensabas que había otra salida. ¿Crees que tu vida durará para siempre?
Me perteneces.
Vas a volver a dormir. Me pertenecerás siempre.
Dame más, solo duerme.
Duerme. Duerme. Duerme…
Siento un charco de espeso azul oscuro mojando los bajos de mi falda, mis medías grises parecen brunas, empapadas hasta la última de sus fibras.
El frío sigue calando mis huesos y el eco me genera jaqueca, pero la obscuridad comienza a aclararse.
Hay una pequeña bebé, de piel blanquita como la nieve, ojos negros cual noche de luna nueva, cabello completamente lacio y castaño claro. Sus mejillas regordetas tiemblan con la sonrisa que me dedica, el frío parece estar a punto de ceder con el calor que me llena el pecho. Comienzo a notar quienes rodean a la pequeña, son Audrey, Alessia, Natalia y Mathias, todos a su alrededor.
Mathias la carga, le besa la frente, creo sentir el corazón explotar, pero la cabeza sigue doliéndome a causa del eco.
Me perteneces.
"Mira a la bebé", me invita Mathias, la cargo y le sonrío. No soy de gustar de los niños, pero esta niña es súper tierna y sus ojos parecen dos pozos de agua en pleno crepúsculo.
"Se parece a ti", me dice Audrey cuando Mathias se para detrás de mí, pasando su mano por mi cabello y rozando la mejilla del bebé que no ríe ni llora, solo me observa con alucinante atención.
"¿Y por qué debería parecerse a mí?"
Vuelvo al punto en el que soy la única sin entender, la confusión aumenta cuando todos me miran como si estuviera loca.
"Porque es nuestra, Atila", el susurro de Mathias acariciando mi oído me genera un extraño zumbido en el momento en que toma mi rostro entre sus manos.
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Editado: 14.07.2021