Con el transcurso de lo que significaba mi rara vida y los últimos días mi mayor apoyo había resultado ser Mathias —como había sido en realidad casi toda mi existencia—. Thomas, mi hermano mayor, y Olly habían adoptado el papel de sombras conmigo, siempre estando al pendiente de mí desde que Olympia se fue de soplona y contó todo —al menos lo que ella logró presenciar— con respecto a mis nuevos problemas, pero solo a Thomas, cosa que no era realmente consuelo puesto que mi hermano mayor podía ser una ladilla con nosotras si se lo proponía, pero era mejor esa opción que pensar en mi madre aterrorizada por su hija mutante.
Mi cabello mientras tanto seguía cambiando, pero ya no me asustaba... bueno, tal vez un poco, pero no me causaba el mismo pavor que antes y, al menos ahora, en esos casos me refugiaba llamando a Mathias quien al llegar adoptaba ese comportamiento protector conmigo que lograba calmarme.
Mis uñas se han unido al equipo de mutantes que conformaba mi cuerpo coloreándose de azul, ese azul que me perseguía todas las noches y que me permitía excusarme diciendo que se trataba de esmalte de uñas, cosa que reforzaba echándome diariamente esmalte azul sobre las uñas tintadas para disimular la textura.
A estas alturas quizá cualquier persona en su sano juicio se preguntaría ¿por qué tratar de esconder algo que puede matarla?, o ¿cómo es posible que su madre no se dé cuenta de todo esto? Porque también soy consciente de lo fantasioso y absurdo que resulta todo esto desde la vista de un tercero.
En realidad, trato de esconderlo porque sinceramente no sabría cómo sobrellevar la situación si estuviera bajo la atención de todo mundo. Me imagino que me llevarían al hospital, me internarían y me encerrarían como si fuera una rata de laboratorio, pues incluso, desde mi despertar, mi andar por las calles causaba cierta intriga. Claro que eso no sería suficiente, así que no costaría mucho que la prensa, al menos local, encontrara su nuevo punto de interés dispuestos a explotar, cosa que me garantizaba que no me dejarían en paz probablemente nunca, puesto que la vida no es tan larga como parece. En resumen, sería tormentoso. Mi familia se asustaría y sufriría demasiado, aún más de lo que ya lo está haciendo, y yo definitivamente no quería eso. Ser el nuevo fenómeno de moda solo es gracioso en la tele cuando nadie asume aquello bajo propio pecho.
Mi mamá... como siempre mi madre era otro caso. Ella me dio la vida, por lo que estaba más que segura de que estaba sospechando algo, aunque también estaba la posibilidad de que considere que me estoy volviendo gótica o emo como una reacción anímica a todo lo que pasé, pero con esa señora nunca se sabía. ¿Me dolía tener que mentirle, estar enferma y quizá muriendo frente a ella? Claro que sí, pero más dolía el imaginarla sabiéndolo todo sin poder hacer ni decir nada, porque esa era la realidad, si con tantos médicos que me pinchaban constantemente no habían encontrado la anomalía que podía provocar todo lo que me pasaba, pues dudaba que exponer mis ataques podría mejorar la situación. Era complicado.
Mi vida se había vuelto demasiado complicada. Mi enfermedad la había vuelto demasiado complicada.
Pero lo que no te mata te hace más fuerte, ¿no? Y si esta anomalía no me mata, pues no sé qué podría hacerlo.
Al menos la relación con mis amigos se mantenía, cosa que se veía reflejada en mis nuevas incursiones al exterior —mientras no estaba en el hospital—, cosa que me tenía lo suficientemente alejada del ojo crítico de mi madre. Hoy, por ejemplo, teníamos que ir a la casa de Hamilton por su cumpleaños, había una reunión programada para soltar los huesos y divertirnos un poco. Mathias vendría por mí e iríamos al parque Washington, urbanización donde vivía Hal. Y, puntual como solo él era, a las nueve de la noche Mathias ya estaba en mi puerta, alterándole los nervios a mi hermano menor.
— At, apúrate, Matt está hace como media hora en la puerta y ya sabes que ser amable con las visitas me cansa —renegó Tyler plantado en mi puerta con los audífonos colgándole del cuello.
— ¿Si sabes que él ha tenido que limpiarte el trasero cuando nos dejaban solos y eras el mismo chiquillo espeso de ahora solo que en chiquito? —la queja de mi pequeño hermano fue inmediata haciéndome reír—. Ya voy, mocoso de shit.
— ¿Qué tanto haces? Ya pareces Olly —se quejó rumiando su adolescencia mientras lo oía bajar las escaleras.
— Maldito niño asocial.
Mientras bajaba me fijé una vez más en lo que tenía puesto al pasar por el espejo que te recibía en las escaleras, era una nueva manía que no había podido controlar, desde que Mathias y yo andábamos en.…pues, no sé, lo que sea que teníamos entre nosotros, adopté la maña de arreglarme más de lo que hacía antes esperando que él lo notara, pero no lo notara tanto. Era realmente extraño y a veces me causaba dolores de cabeza no saber qué hacer, pero siempre era recompensado con cada vez que me miraba con ese asombro auténtico que me doblaba las rodillas.
Me había puesto unas medias negras hasta más arriba de la rodilla, unos botines de tacón negros —que aún me costaba, pero estaba logrando dominar—, una falda roja que caía desde mi cintura hasta mis muslos, un sweater negro y un collar dorado. Tras haber pasado más tiempo con Olly, ya sea acechándome o como hermanas de verdad, había aprendido algunas cosas en su patrón de vestimenta que adapté a mi personalidad. No había pintado mis uñas hoy, pero no lo veía tan necesario dado mi estado actual. Mi cabello azul no combinaba con muchas cosas así que aprendí a dejar de preocuparme sobre eso.
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Editado: 14.07.2021