CAPÍTULO UNO.
«África céntrate»
«África se más responsable»
«África ¡hazlo mejor!»
Mi mano movía ágilmente el arco del violín, raspándolas contra sus cuerdas mientras me esforzaba para que me salgase la complicada partitura que me habían dado.
El Salón estaba completamente vacío y en un agradable silencio. Solo podía escuchar el sonido de las melodías que creaba.
Y a mi molestosa mente jugándome en contra.
«África no llegaras a ningún lado si siguiese así»
«Si quieres triunfar, debes olvidarte de tu vida»
Todas esas palabras venían a mi mente. Todos y cada uno de los regaños de Ramonov. Lo peor de todo es que esas inseguridades se presentaban a la hora de tocar.
Nunca me había tomado muy en serio los regaños de Ramonov, pero por alguna extraña razón habían comenzado a afectarme. Pasaba más horas encerrada en el Conservatorio, tocaba más a menudo. Y eso satisfacía enormemente a Ramonov, y Bastián mi mánager.
Solo que el segundo si se preocupaba por mi estabilidad emocional. Él siempre me aconsejó que aparte de ser la mejor violinista, tenía una vida que disfrutar. No podía dejarla de lado cuando recién comenzaba.
Creo que era la única chica con diecinueve años que vivía estresada, con dolor de cabeza, y con enormes responsabilidades. Porque a tan corta edad, tenía responsabilidades de grandes magnitudes.
Pero también estaba consciente de que estaba usando como pretexto el hecho de querer se la mejor en lo que hago. Para olvidarme de mis problemas. Ejemplo: la reciente ruptura que había tenido. Eso me dejó desbastadas, había pasado parte de mi adolescencia en una relación que no valía la pena.
Me perdí de muchas cosas por centrarme en alguien que no lo valía. Pero ahora entendía que también debía ponerme primero que los demás. Y priorizar también lo que amaba, que era el tocar el violín.
Aunque por el momento había creado una relación un tanto tóxica entre el instrumento y yo. Era mi nuevo interés destructivo y posesivo.
Y he aquí, África desvariando.
Cuando llegué a la última parte de la partitura comencé a tocar con mucha más rapidez creando una perfecta sinfonía. Tan dulce y melodiosa para mí, estaba consciente de lo talentosa que era.
Suspire llenándome de ego y coloque el instrumento sobre el piano negro que estaba a mi lado. Mi cabeza dolía mucho de tanto desvelarme aquí, llevaba encerrada más de nueve horas tocando y tocando. Era la única manera que encontraba de escapar de mis problemas.
Debía de tomarme un respiro, necesitaba despejar mi mente y poder olvidarme de todo aunque sea un día. Solo quería un día para darle un respiro a mi mente y sus tormentosos recuerdos.
Tenía que lograr controlarla, porque si no lo hacía, ella podía controlarme a mi y jugarme una muy mala pasada en cualquier momento. La mente es una de las armas más poderosas del ser humano, poderosas y peligrosas.
Tomé el estuche del violín y lo metí dentro para después salir finalmente de la sala. Cerré con llave y me dispuse a caminar, afuera el sol estaba casi escondiéndose ya. Vaya, había pasado mucho tiempo ahí dentro, cuando ingrese, el sol estaba en lo más alto.
Soy una loca.
Sentí la vibración de mi teléfono, pero lo ignore, llevaba haciéndolo toda la tarde, no sabía quien era y tampoco me importaba. Mi egoísmo presente ante todo. Sin embargo este vibró muchas veces más sacándome de mis casillas.
Así que lo tome sin siquiera ver el nombre de la persona y atendí.
—¿Qué? —mi tono de voz fue tan seco, que incluso yo me sorprendí por eso. Normalmente siempre era una chica divertida y bromista.
—Con que así se le habla ahora a las mejor amigas ¿no? Muy mal África Fernández muy mal.
Trisha...
—Oh, lo siento amiga, es que no vi quien era cuando atendí —confesé —¿qué pasa?
No quería tratarla mal a ella, no a Trish. Y ahora caía en cuenta que tal vez era ella quien me había estado llamando todo el día.
Si soy la peor mejor amiga del mundo.
—Necesito que pases por la librería, tengo que comentarte algunas cosas y pedirte un favor —sonaba como a suplica —. Además quiero aprovechar que estas de vuelta en la ciudad para salir contigo, mantenerte al día.
—Mhm...
—Vamos África no digas que no, es momento de seguir, no puedes estar ocultándote todo el tiempo.
—Lo sé —suspire —. Estaré allí en un minuto.
—Perfecto te espero. Besos.
—Besos.
Hace más o menos dos semanas que había regresado de mi viaje a Alemania. Un maravilloso país. Estuve ahí cerca de seis meses. Como dije antes, tenía muchas responsabilidades para tan corta edad.
A los ocho años comencé a tocar el violín. A los diez me descubrieron y para entonces fueron conociéndome muchas más personas. A los trece años ya me consideraban una especie de prodigio musical. Y para los dieciséis ya daba presentaciones privadas y públicas, tenía un sueldo y un mánager que era Bastián.
En este momento contaba con una elevada economía, pero toda mi plata ganada desde niña la mantenía en una caja guardada en el Banco. Por ahora no necesitaba más dinero, me alcanzaba con lo que ya tenía.
Decidí que es momento de quedarme en mi ciudad natal. Tratar de ser una chica normal, estudiando en el mejor Conservatorio de música. Porque no me veía en una Universidad estudiando medicina o abogacía, o incluso administración de empresa. Mi sueño era ser la mejor violinista y lo había cumplido. Pero no me alcanzaba aún.
Desde hoy trataría de cambiar. Centrarme en lo que más amo, pero sin perder mi diversión. Quería una vida plena y feliz, y eso solo lo tendría al lado de mis familiares y amigos.
*****
—¡Si a África quieres, a África tienes! —dije entrando a la librería. Trish me miro con una sonrisa divertida.
—¡Entra de una vez! —suspiro soplando mechones de su cabello Rosa.
Editado: 11.12.2020