Con amor, Hayley.

Enero 6 de 2018

Querido Tao:

A pasado un tiempo desde la última vez que te escribí la última de estas cartas, hoy las he encontrado y he decidido seguirlas. Porque siento que necesito contarte nuestra historia, aunque al final las cosas no hayan pasado cómo hubiera querido…

Recuerdo la primera vez que salimos juntos, no fue una cita, fue una especie de favor. Te pedí que por favor me acompañaras a arreglar mi computador a un lugar muy reconocido en la ciudad, por tener muchos negocios con servicios de reparación y venta de celulares y computadores.

Había decido ir a este lugar porque está vez, a mi computador se le habían dañado las teclas N y B, las cuales están incluidas en casi todas las palabras del español, lo cual era un desastre porque como ya sabes, dedicó gran parte de mi tiempo libre a escribir y era muy frustrante hacerlo con ayuda del teclado virtual o el auto corrector. Me estresa demasiado, me equivocaba, perdía la inspiración y me entraban ganas de estrellar el computador contra la pared.

De cualquier manera, como tus conocimientos son más de sistemas que mecánicos, no podías ayudarme esta vez y me vi obligada a llevar a reparar el computador en ese lugar. El caso es que bueno, como yo te pedí el favor, me correspondía correr con los gastos de transporte y demás. Aunque sinceramente cuando te propuse que me acompañaras pensé nuevamente que iríamos en tu moto, pero no fue así, nos fuimos en autobús.

Cuando llegamos al lugar, me sentí un poco perdida, era la primera vez que iba sin mi papá o algún adulto así que no sabía a dónde ir. Afortunadamente tú me guiaste y encontramos un lugar en el que un tal Felipe, al que sus compañeros le decían “Flaco” nos ayudó.

Al principio, Felipe intentó coquetearme, pero luego de unos minutos supongo que al verme comprarte un granizado de limonada supuso que éramos pareja, o tal vez fue porque nuestra forma de interactuar de alguna manera se lo dijo. No estoy segura, pero en algún momento del día cuando ya casi estaba reparado en su totalidad mi bebé, Felipe y yo nos encontramos discutiendo en broma sobre el costo de la reparación cuando él dijo:

Hermano, a tu novia se le nota que tiene su fuerza interior. Estoy rogando porque esto quede bien reparado porque tengo un poco de miedo de lo que ella pueda hacer si no lo logro.

Tu primera reacción fue reírte, la mía también, pero en mi interior todo se alborotó, ¡él pensaba que éramos novios! Quizás lo dijo por la química que emanaba entre ambos, pues yo también la podía sentir, pero me negaba a reconocerlo. Luego de la risa, decidí contestarle al “flaco” con otra amenaza en broma.

Mas te vale que quede bien, porque tengo todo el día aquí sentada y no va ser por nada, eh.

Nos volvimos a reír, pero no pude evitar mirarte el rostro y acércame ti. Aunque tu estabas de pie, sudando y yo estaba sentada en una silla alta de estilo taburete, teníamos nuestros rostros a una distancia perfecta, por lo que empecé a pensar que tal se sentiría besarte.

Me había pasado todo el día en aquel lugar, en una especie de dilema, no quería pensar en que de alguna manera esa era nuestra primera salida juntos. Aunque no fuera una cita, ni estuviéramos en plan romántico, era difícil evitar pensar en querer acercarme a ti, y no solo físicamente sino establecer una conexión. Esta era la primera vez que estábamos juntos, fuera de casa y sin la supervisión o atenta mirada de ninguno de nuestros familiares o conocidos.

De alguna manera intenté enviarte señales, tratando de impulsarte a tomar la iniciativa, como cuando tomé tu mano bajo la excusa de detallar su tamaño y lo particular de su color y la forma de tus huellas dactilares y terminé entrelazando nuestros dedos.

Tus manos son tan grandes y abullonadas, creo que me encantan. Siempre me han llamado la atención las personas con manos gordas, me da mucha curiosidad saber cómo sienten ustedes el tacto con manos así. Se siente muy bien el agarre. Mis manos son tan delgadas que se pueden ver con facilidad los huesos y las venas, quizás he de incomodar a los demás cuando lo tomo de la mano.

De algún modo, te solté toda esa perorata de las manos, con la excusa para aprovechar la ocasión y entrelazar nuestros dedos.

Yo siempre he tenido las manos así gigantonas, y la tuya se ve tan diminutas entre las mías. Las podría cubrir por completo. Mis torpes manos junto a tus preciosas y delicadas, se ven tan diferentes.

Me contestaste, dejando a la luz un poco de inseguridad. Por lo que no pude evitar apretar mi agarre antes de responder:

− Me gusta cómo se ven... y sienten.

Acción que me envió corrientes eléctricas directas al estómago, y que a ti te hizo tropezar las palabras en nuestra conversación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.