Con amor, Hayley.

Febrero 5, 2019.

Febrero 5, 2019

Querido Tao:

El día que escribí la carta anterior casi tuvimos una discusión por tus deudas. Según tú, tuviste que volver a prestar dinero porque debías comprarle un regalo a tu ahijado. A mí no me pareció una decisión inteligente y te llamé la atención sobre la forma en la que administrabas tus finanzas porque prácticamente trabajas para pagar. Tu respuesta fue la siguiente:

“Yo trabajo. Si fuera que no tuviera con que pagar.”

Lo único que intenté fue hacerte ver lo irresponsable que es prestar dinero para cosas innecesarias y tú prácticamente me pediste que no me metiera en tus asuntos. Me molesté, porque si no querías que opinara al respecto, no debiste hablarme del tema, pero al final lo dejé pasar para evitar una discusión.

Al día siguiente, tomando en cuenta tu situación, te invité a comer. Quería salir a comer contigo, pero estaba muy cansada. En su lugar te dije que vinieras a la casa y pedí un domicilio. Estaba dispuesta a comprarte lo que quisieras sin importar el precio con tal de que comieras saludable, pero tú insististe en comer una salchipapa[1]. Una vez más callé para evitar discutir.

También te invité a cine el día posterior, después de que salí del trabajo ese domingo. Necesitaba salir, respirar nuevos aires y ya que tú estabas al borde de una crisis financiera, quise aprovechar la oportunidad y correr con todos los gastos. Fue la salida a cine más costosa y menos disfrutada de mi vida.

Escogiste la sala de cine con las boletas más costosas, porque querías ver la película con la mejor calidad posible. No me molestó en absoluto, tampoco que la comida fuera incluso más costosa que las boletas; crispetas y gaseosa grandes acompañadas de perros calientes. Ni siquiera que pareció que escogiste las cosas más caro a propósito (como si trataras de demostrar algo), lo que me hizo fastidiar fue que parecías desagradado. No te gustó la sala porque las sillas eran demasiado incomodas y no pudimos abrazarnos, la comida estuvo insípida y además, habíamos tenido que esperar de pie por un rato antes de poder entrar a ver la película.

Honestamente no estoy segura si fueron impresiones que tuve de forma equivocada, debido al estrés que tenía acumulado, porque tenías razón, reconozco que también me quejé. La cosa es que, la mayor parte de la cita no la disfruté. Sentí que en lugar de distraerme y descansar de la rutina en la que estaba inmersa mi vida, me agobié más pensando que estaba saliendo todo mal en la cita.

Literalmente sudé el dinero con el que pagué todo aquel día y sentí que mi esfuerzo había sido en vano por la actitud que tomaste al principio. Te juro que no me quedaron ganas de volver a hacer algo como eso de nuevo.

Ni siquiera creo que notaras lo triste que me sentí al pensar que la cita había resultado mal, porque no hice más que besarte con la esperanza de olvidarme de todo y que tú hicieras lo mismo. Por fortuna, la película estuvo muy buena y los besos cumplieron el objetivo satisfactoriamente, entramos en modo romance y dejamos lo malo atrás. Mi humor cambió tan drásticamente que hasta terminamos diciéndonos cursilerías.

Esa misma semana te había pedido que me acompañaras a coger el bus en las mañanas. Mi madre siempre me acompañaba, pero yo hace tiempo que deseaba que lo hicieras tú, y ahora que ya ella no podría hacerlo (porque debía llevar a mi sobrina al colegio) era la excusa perfecta para decirte. Sabía que te costaría hacerlo porque amas demasiado dormir, pero me sorprendió que aceptaras encantado.

Los primeros días fueron genial. Disfrutaba inhalar de tu aroma fresco por la mañana. Caminamos de la mano hasta la parada de autobús (tú con aquel andar tan particular, meneando tu bello trasero que tanto me encanta). Nos abrazamos, amaba sentirme protegida del frio y cualquier cosa en tu fuertes brazos, y también nos besamos todo lo que pudiésemos hasta antes de tener que subir al autobús.

Esos días te levantaste solo y sin problemas, hasta hiciste ejercicio cada día después de que yo me iba en el autobús. Eso me alegró muchísimo. Recuerdo una ocasión que me llevaste un buzo tuyo para que yo durmiera con él en las noches de frio. Me gustó tanto y me hizo tanta emoción que me lo puse esa misma noche. Fue la mejor noche de sueño de mi vida, como la prenda tiene tu aroma impregnado sentí como si me hubieses abrazado toda la noche mientras dormía.

Todo iba marchando de maravilla hasta que llegó el día del primer inconveniente. Una noche te acostaste muy tarde, estabas cansado y te negabas a despertar en la mañana siguiente. Tuve que llamarte para que pudieras despertar, y luego, esperar a que te arreglaras, lo que causó que llegara tarde al trabajo. Creí que era cosa de un día, pero lo cierto es que después de eso debí insistirte para que me acompañaras, y se me hizo tan tarde que me tocó soltar tu mano en varias ocasiones y salir corriendo en el último trayecto para alcanzar a subir al autobús a tiempo.

He llegado a pensar que te gusta más dormir de lo que te gusto yo. Despertar es todo un desafío para ti, aun si yo te llamo o colocas diez mil alarmas.

En una ocasión incluso hasta te fui a buscar a tu casa, pero tu madre me dijo que me fuera pues apenas te estabas bañando y te tomarías mucho más tiempo para arreglarte. Como era bastante tarde no tuve más opción que hacerle caso y te dejé vestido. Cuando quisiste salir del baño ya yo me había ido y eso te dejó un desazón, claramente, todo el esfuerzo por levantarte y arreglarte había sido en vano.




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