Cameron
Mis músculos arden por el esfuerzo, el sudor rueda por mi espalda y gotea por mi frente mientras nos reunimos en el vestidor, esperando al entrenador. Este entra con sus entrenadores asistentes, luciendo tan fresco como la lechuga.
—Así es como se hace, señoritas —dice quitándose la gorra y pasándose una mano por el cabello canoso—. Ofensiva, sigan trabajando duro, ejecutando esas jugadas rápidas que hemos estado practicando y tendremos a Marshall comiendo de la palma de nuestra mano. Defensiva, manténganlos inmovilizados. Bennet, buen bloqueo, hijo. Su mariscal de campo ha completado tres de cuatro pases, pero sigan encima de él y se cansará.
Asher me sonríe al otro lado de la habitación y pongo los ojos en blanco.
—Sin embargo, tengan cuidado con su corredor, él tiene una tendencia a ampliar su espacio y meterse entre nuestros muchachos.
—Yo me encargo de él, entrenador. —Asher levanta su casco—. Nadie me pasará.
—Realmente me alegra oírlo, hijo. Ahora reúnanse. —Nos hace señas—. Sé que hay mucha presión en este momento. La gente se decepcionó cuando no pasamos la primera ronda del año pasado. Demonios, yo estaba decepcionado, pero esta es una nueva temporada.
Se escuchan murmullos bajos a mi alrededor cuando los muchachos recuerdan cómo se había sentido ser eliminado gracias a Rixon East.
—Está bien, está bien —grita el entrenador Hasson sobre el ruido, esperando silencio—. Déjenme decirles algo sobre ganar el estatal. No se trata de suerte o de qué escuela tiene los mejores jugadores o la mayor cantidad de dinero, se trata de trabajo en equipo y corazón. Se trata de aprovechar cada oportunidad y convertirla en algo de lo que se está orgulloso. No juegues por ti mismo, juega por los otros diez hombres en el campo. Los hombres que te observan desde los laterales.
—Este podría ser sólo el partido inaugural, pero aquí, ahora, ustedes hagan lo que hacen; salgan y jueguen como campeones, ¿me escuchan?
—Sí, señor.
—Dije, ¿me escuchan?
—¡SÍ, SEÑOR! —Nuestras voces se funden juntas, resonando en las paredes.
—Eso es lo que me gusta escuchar. Asher, hijo, llévatelo.
Se mueve hacia el centro del grupo, con los ojos entrecerrados y los hombros cuadrados.
—¿Quiénes somos?
—Raiders —todos gritamos en sincronía bien ensayada.
—Dije quiénes somos?
—¡RAIDERS!
—¿Y nosotros qué somos?
—Familia —nuestras voces resuenan por la habitación, reverberando a través de mi pecho.
—¿Y qué vamos a hacer?
—Ganar.
—Dije qué vamos a hacer?
—¡GANAR!
—Maldita sea, claro que lo haremos —grita el entrenador sobre el ruido—. Ahora salgamos a jugar.
Lanza su portapapeles al aire, y salimos corriendo del vestidor, con los puños en alto, con el espíritu en alto. La adrenalina corre a través de mí mientras reboto en la punta de mis pies, estirando mi cuello de lado a lado. La noche en que jugamos siempre es enérgica, adictiva y lo consume todo. Durante esos cuarenta y ocho minutos no hay lugar para pensar en otra cosa que no sea la victoria.
El rugido de la multitud al volver a entrar en la cancha es ensordecedor, el resplandor de las luces del viernes por la noche cegadora. Somos dioses ahora, y esta es nuestra arena.
—Disfrútalo, hermano —Jase me da una palmada en la espalda—. Este año es nuestro. ¿Estás listo?
Sus ojos están oscuros, casi negros. Nunca he visto a nadie entrar en la zona como él lo hace.
Asintiendo, me pongo el casco, muerdo con fuerza el protector bucal y salgo a nuestra zona de anotación. Marshall ya está en el campo en la línea de treinta y cinco yardas, listo para comenzar. Nuestros jugadores se ponen en posición, esperando el silbatazo. Suena y su pateador golpea el balón. Mis ojos se fijan en él, siguiendo su proyección mientras navega por el aire, largo y profundo.
—Es tuyo, catorce —grita alguien.
Sigue volando, cortando el aire como una bala. Me dejo caer, moviéndome bajo la trayectoria del balón, alineándome para la captura. No necesito pensar, las acciones están impresas, instintivas como memoria en mis músculos. Rodillas sueltas, manos acunadas, el balón cae con un ruido sordo y lo meto en mi cuerpo, cerrando mis dedos alrededor del cuero.
—¡CORRE! —Otra voz grita, haciendo eco por el entrenador y sus hombres al margen, nuestra multitud de cuatro mil personas en las gradas. Pero no necesito aliento, mis ojos ya están escaneando el campo, anticipando la ruta hasta el final. Los bloqueadores de Marshall ya se mueven campo abajo, una ola de negro y amarillo vienen hacia mí, pero veo una abertura y despego, bombeando mis piernas tan rápido como me llevan. La adrenalina dispara mis sinapsis, disparando alrededor de mi cuerpo como pequeños rayos, impulsándome hacia adelante.
Paso el centro del campo en los cuarenta, con la estampida de los jugadores de Marshall justo detrás de mí, pero sigo corriendo más fuerte. Me sigo moviendo. Al ver una mancha de amarillo y negro en mi periferia, me hago pequeño, como si fuera a abrazarme a mí mismo, preparándome para el golpe, pero nunca llega, uno de nuestros muchachos se estrella contra su bloqueador, sacándolo de la jugada. Treinta yardas... veinte... diez; ahora no pueden atraparme mientras vuelo hacia la zona de anotación, nada entre mí y la anotación sino aire fresco. Golpeando el balón contra el suelo, me encuentro empujando entre mis compañeros de equipo cuando la multitud estalla.