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UNA CHICA MOJADA Y UN CIERVO QUE NUNCA DIO LAS GRACIAS
Intenté de nuevo. No funcionó. Intente otra vez. Tampoco funcionó. Una vez más. Fue inútil.
El cielo rugió una vez más, soltado de un solo golpe una lluvia torrencial de película apocalíptica.
Estaba perdida, varada en medio de la nada con un auto atascado en una pileta de barro improvisada. Ya me había pasado antes. Había arroyado tres perros, un gato y una tortuga, pero en mi defensa quiero añadir que todos esos animales habían sobrevivido... Y yo había pagado sus tratamientos, incluso tuve que masajear a la tortuga de la vieja señora Coyo toda una semana. Aparentemente eso, además de fortalecer sus músculos, la ayudaba a superar el trauma psicológico que le había ocasionado mi pequeño y valeroso volvo plateado a la tortuga rusa mas mimada en América.
Al menos esta vez no tendría se pagar ningún tratamiento. Esta vez el animal no fue alcanzado por mi auto. Lo cual me enorgullecía enormemente, pues era para mí, sinónimo de que los tutoriales de Aly en youtube, sobre «Cómo avivar tus reflejos naturales en 5 sencillos pasos» no eran tan inútiles.
Como el auto estaba atacado, mi única opción era volver a la carretera a pedir ayuda. Aunque con lo frío de la noche lo último que me apetecía era pararme a las orillas de la carretera a levantar el pulgar en una avenida desértica.
Pero no tenía señal, no tenía GPS, no tenía un mapa y, a esas alturas, no tenia ni un gramo de dignidad.
Así que, cerrando el auto, me aproximé a la carretera y esperé hasta divisar un auto a lo lejos.
Conté 2,300 misisipis hasta que un auto apareció a la distancia. Contar en misisipis era un arma de doble filo, a veces me relajaba, otras veces me ponía impaciente, generalmente eso sucedía cuando superaba los 100 misisipis o cuando el viento hacía que la lluvia me golpeara de lleno la cara.
Cuando un auto se aproximó avivando mi esperanza con sus resplandecientes luces cegadoras agrandándose a la distancia, dí un par de saltos con el pulgar en alto para no pasar inadvertida, pero al pasar junto a mi, el auto únicamente arrojó una ráfaga de agua por inercia en la fricción de las llantas contra los charcos, empapándome de pies a cabeza de barro y agua de lluvia.
Un misisipi, dos misisipis, tres misisipis... Inhala, cuatro misisipis, cinco misisipis, exhala, seis misisipis, siete misisipis...
Un auto apareció nuevamente a la distancia. Esta vez tuve la precaución de alejarme lo suficiente para ser vista pero no arrollada y/o mojada.
Inesperadamente el auto se detuvo.
¡Excelente! ¿Y ahora qué? ¿Qué si era un narcotraficante? ¿O un asesino? ¿O un narcotraficante asesino? ¿o un comentarista de revistas de moda? ¿o un diseñador gay? La última vez que me topé con uno en un cena de negocios, no paró de contar las calorías que consumía de una sentada y señalar la talla de mi vestido... ¿Y si era un diseñador gay, comentarista de programas de chismes?
¡Por favor, Jesús, que sea un narcotraficante!
Instintivamente cubrí mi cuerpo cruzando mis brazos sobre el pecho para cubrir mis, aparentemente deplorables, 49 kilos.
—Parece que necesitas ayuda —dijo una voz masculina preparando el camino de un cuerpo aún mejor.
Las tiras de cabello negro azabache no tardaron en pegarse a su frente a causa de la imparable tormenta. Su camisa blanca no tardo en seguir el camino, venciendo la tensión superficial entre aire y agua, amoldándose a su cuerpo inmediatamente.
—¿Asesino serial? —intenté con la verdad.
Él hombre sonrió con incredulidad, logrando que mi mirada fuera a parar a esos grandes ojos azules que contrastaban perfectamente con esa piel nívea.
—No.
—¿Narcotraficante?
Su sonrisa se amplió. —Siento desepcionarte.
—¿Diseñador gay? ¿comentarista de revistas de chismes? ¿acróbata?
Tenía la boca abierta listo para soltar otra respuesta pero, después de pensarlo mejor y fruncir en ceño, se limitó a responder:
—No.
Menos mal, ya tenía muy mala experiencia con los acróbatas, principalmente en mi cumpleaños 6, en el que había terminado a medio truco con los pies metidos a la tarta principal, de ahí en mas, mi relación con ellos no había corrido más que en picada.
Asentí y me encogí de frío abrazando mi cuerpo con mas fuerza.
—¿Puedes ayudarme?
—¿Y si hubiera sido un comentarista gay acróbata en mi tiempo libre, no habría podido hacerlo?
—Tal vez —me encogí de hombros—. Después de haberme hecho la lista de la dieta y una «tumba rompe cuellos». No he tenido muy buenas experiencias con ninguno.
Él negó con la cabeza y sonrió poniéndose en marcha.
—Se ha quedado atascado —expliquë siguiéndole el paso de camino al auto.
Él frunció el ceño en dirección al volvo.
Editado: 09.01.2019