Conciencia Negra - Escucha a tus muertos

Capítulo 2 - No entres sin tu gabardina

Max conducía su Ford Fairlane 63 como si no hubiese un mañana. No le importaba llamar la atención, y hasta tenía un dispositivo que cambiaba las señales de tráfico a su antojo para no tener que detenerse en ninguna esquina. La prudencia pudo ser algo de lo que podía jactarse hace muchos años, pero eso había quedado definitivamente atrás. El auto estaba acondicionado y lleno de gadgets, como si fuese el de un agente secreto, pero al servicio de sí mismo, porque hacía rato que no le rendía cuentas a nadie. En los parlantes sonaba Eric Clapton con “Forever man”, una canción que solía ponerlo nostálgico. Quizás la adrenalina que necesitaba sentir en esa mañana, era para escaparle a los recuerdos que le traía esa melodía en particular. Hubiera sido mejor simplemente darle skip a su Spotify, pero no pensaba ceder a su debilidad. 

Al llegar al frente de su casa, un PH de pocos departamentos, alguien lo esperaba con una percha enfundada, colgando de su mano. Max bajó del vehículo observando como el chico buscaba en donde tocar el timbre.

—¿A quién buscas?

—Buenos días. ¿Max Baker?

—Sí, soy yo. Pero no mandé nada a la tintorería. Jamás lo hago.

— ¡Qué raro! De todos modos esto tiene su nombre y dirección.

Max revisó el remito y vio una firma que no era la suya, pero a la que reconocía.

—Está bien, déjalo. ¿Cuánto es?

—300

—¿300? Serían pocos para Esparta, pero no deja de ser una fortuna.

El chico frunce la nariz, un gesto típico de no haber entendido la referencia.

—¿No viste la película? Malditos millennials, hay que explicarles todo. Ya traigo tu dinero.

Max dejó la percha tirada en un sillón y entró a un cuarto que parecía un lavadero. En él había billetes de cien dólares apilados por todos lados. Descolgó tres de una soga en la que asomaban varios abrochados secándose. 

—Quédate con el cambio.

—Muy gracioso, ¿son buenos?

—Seguro, ¡los acabo de hacer!

El muchacho ensayó una sonrisa falsa. Antes de que pudiera responder, Max cerró la puerta con llave. Quitó la bolsa del sobretodo y revisó todos los bolsillos hasta que finalmente, dentro de una costura pequeña en el interior, encontró una tarjeta de memoria.

«¿Quién usa de estas ahora? Por poco me envía un videocasete» pensó con algo de nostalgia. El emisario de aquello era de la vieja escuela, como él, con la diferencia de que no pudo aggiornarse antes de que lo mataran. La colocó en su computadora de mesa. Al abrir el menú, entró a una carpeta con video. Lo abrió y un sujeto trajeado, muy formal, comenzó a hablarle directamente desde la pantalla. Como supuso antes, se trataba de su amigo, Tom Landers, que hacía años había fallecido a manos de unos ex colegas, mientras intentaba protegerlo. Curiosamente, se las había ingeniado para seguir comunicándose de esta manera, dejándole videos con pistas que debía seguir si quería llegar desbaratar la red mafiosa que ambos estaban combatiendo en el momento de su muerte. Extrañaba mucho a su amigo, quizás más que a su esposa, pero no podía dejar de admirar esa brillantez que solía tener para proyectar alternativas a problemas con tanta anticipación.

«Buenas tardes, Max. Espero que la gabardina sea de tu talle. Costó un poco más del dinero que pagaste por su limpieza. Al menos te vestirás más decentemente de vez en cuando. Vayamos a lo nuestro. El hombre de la imagen es Norman Berardi, un científico devenido en empresario. Esto gracias a que años atrás patentó un cosmético rejuvenecedor muy efectivo. Abrió su propio laboratorio y distribuyó la línea que lo hizo millonario. Luego la competencia quiso participar en acciones y fueron llevándolo hacia la fusión, que hoy está a punto de darse. Pero Berardi no es más hábil comerciante que investigador, por lo cual el trato que está por cerrar, quizás lo deje en la ruina.»

«En realidad no es importante lo que pase con la empresa de Berardi, sino con su vida. Recibió un video en el que él mismo se intima a no vender su parte de la empresa y luego se suicida de un tiro mostrándose a sí mismo las consecuencias. No hay pruebas de que esto sea un fraude, pero, como ya supondrás, tampoco es algo fácil de explicar.»

«No tengo que mencionarte que podemos estar frente a un caso digno de un aspirante a ser utilizado por “La Ferretería”. Tu asignación consiste en comprobar si el señor Berardi puede desdoblarse físicamente o tiene alguna facultad paranormal que le haya permitido hacer esto. Ya sabes los riesgos. No tengo que advertírtelo.»

«Hasta pronto, Max. Esta grabación se autodestruirá en…»

 

Max palideció de pronto, desesperado, trató de quitar la tarjeta.

—¡No! ¡Mi máquina no!!

Landers, en la pantalla, largó una carcajada como si lo estuviese viendo en vivo.

«¿Cómo puede ser que me divierta tanto con algo que todavía no sucedió? Era solamente una broma, esto no es Misión Imposible, viste demasiada TV de niño.»

 

Max resopló fastidiado. Quitó la tarjeta de memoria de la PC portátil y la llevó a un mueble en la que había una pequeña caja conteniendo otra tarjeta similar. Tomó ambas y las comparó, mirando atentamente el número grabado al costado de cada una. No pudo evitar recordar el momento en el que asesinaron a su amigo. En esos momentos, él ya estaba retirado de la agencia, pero seguía manteniendo contacto con Landers, con el fin de acabar con ese enorme pulpo implacable que significaba “La Ferretería”, luego de que también masacraron a su esposa, en plan de eliminar cabos sueltos.



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En el texto hay: misterio, crimen, amor

Editado: 05.07.2022

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