Conciencia Negra - Escucha a tus muertos

Capítulo 9 - Dos al caer

15 AÑOS ATRÁS

Se encontraban viendo TV en el sillón de su casa, como la gran mayoría de las tardes o noches que ninguno de los dos estaba de misión. Yanel, estaba recostada sobre el pecho de Max, mientras él jugaba con su cabello rizado. Un cliché que disfrutaban como si recién se conocieran y hubieran decidido ser novios formales, a pesar de que ya llevaban varios años de relación. Con todo, nunca dejaba de ser intensa. Los dos estaban convencidos de que se debía a la adrenalina que compartían poniendo sus vidas en peligro constante.

Yanel se incorporó y lo miró a los ojos, con seriedad, como si se hubiese dado cuenta de algo trascendental.

—¿Por qué nunca hablamos de tener un hijo?

Max inspiró lo más profundo que pudo, a pesar de la mano de ella que le oprimía el pecho. Meditó la respuesta, sin poder evitar que cada segundo transcurrido pudiera convertirse en un problema, en la acumulación.

—¿Será porque todavía no se nos agotaron los temas de conversación más interesantes? —respondió, evasivo como de costumbre.

Ella le dio un puñetazo en el hombro, él se hizo el dolorido, como también ensayó más de una vez.

—Hablo en serio, tonto. Voy a creer que no quieres tener un hijo conmigo.

—Y yo voy a creer que estás obsesionada. ¿Por qué vienes justo ahora con ese tema? ¿No te parece muy complicado lo que estamos haciendo? ¿Quieres que tengamos un hijo para que sea el bebé más buscado del país?

—Eso no contesta a mi pregunta. Y me estoy enojando.

—Te propongo algo. Hoy quiero que celebremos. Ya te diré qué, pero luego de que te comunique la buena nueva, hablaremos de planificación familiar. Nos pondremos de acuerdo en un número de entre 20 y 30 críos, ¿te parece? ¿Podrás esperar a la cena?

Yanel cambió la expresión de su rostro por una más blanda.

—¿Sin trucos? ¿No sonará el teléfono en la cena para que salgas o salgamos corriendo?

—Lo desconecté. Voy a buscar una botella de vino, ¿cocinarás algo rico?

—No, mejor hagamos esto. Termina de arreglar todo lo que tengas pendiente, y yo iré a comprar la comida y tu vino preferido. Cuando vuelva ya no habrá ni más tiempo ni excusas para que estemos tranquilos, ¿está bien?

—Me parece justo.

Max tomó las llaves y se las arrojó. Ella las atrapó en el aire, pero antes de irse, se le colgó del cuello y le dio un beso rápido.

Cuando estuvo seguro de que ella había salido, fue hacia el cajón del cristalero junto a la mesa del comedor. Extrajo un sobre. En él se veía los resultados de los análisis de embarazo de Yanel. Sonrió pensando en la obviedad y en lo ceremonioso de su mujer para intentar hablar del tema, y la probable preocupación real que mostraba porque él no quisiera un hijo de ambos en ese momento. Miró los papeles una vez más, emocionado.

Pero no pudo disfrutarlo mucho más.

Una explosión sacudió la casa y voló los cristales de la ventana del frente arrojándolos sobre él y provocándole cortes en varios lugares, en brazos torso y hasta en el rostro. Atravesó corriendo la puerta del frente que también quedó destrozada, solo para ver cómo el vehículo en el que Yanel iba a hacer las compras, ardía en llamas.

 

Volvió en sí de la larga pausa que lo llevó a esos dolorosos recuerdos, únicamente para negar lo que veía y vivía en esos momentos.

—No puedes ser Yanel. Si iban a plantar a alguien para confundirme, debieron pensar en que pasaron más de quince años desde que murió. Y te ves como si no hubiese pasado un solo segundo más desde aquel día.

—Pregúntale a tu corazón, Max. El mismo te habla ahora, ¿Qué te dice? Escúchalo.

Una voz sonó desde el pasillo. MAX giró la cabeza y se distrajo apenas, pero lo suficiente para que Yanel, o su fantasma, le colocara una fotografía en el bolsillo.

—¿Max?

Max soltó a la mujer y acudió a la puerta, o a la abertura que carecía de ella. Se asomó sin tener una explicación lógica para darle a su compañera, ni quería hacerlo, ya que tampoco lo entendía.

—¡No subas! ¡Te pedí que te quedes en el auto!

—¡Lo siento, pero si te matan, no voy a cobrar de todas maneras, así que será mejor que vea lo que esté pasando ahí! —gritó casi sin aliento mientras subía las escaleras.

Max se volvió una vez más hacia Yanel, pero ella se alejó hacia el balcón, subió a la baranda, y se dejó caer de espaldas.

—¡No!

Max corrió y al asomarse no vio rastros del cuerpo de su cuerpo. Samanta llegó casi sin aire a la puerta de la oficina.

—¿Qué fue ese grito? ¿Con quién estabas?

—Con nadie. Nadie que esté vivo al menos. —respondió mirando hacia abajo y apretando los ojos para intentar hacer foco.

Samanta notó la huella reciente de una bota femenina en el lugar, en medio de una acumulación de polvo. Max siguió mirando hacia abajo.

—No sé qué quisiste decir. Pero sea o no la oficina en la que Berardi hizo su video, puede que haya tenido visitas, antes o después.

Max seguía atónito, prestando apenas atención a lo que decía su asistente.

—No sé si esto me hace sentir mejor. Pero gracias por compartir el descubrimiento, de todas formas.

Samanta dejó de hurgar entre los restos de la oficina y salió al balcón, con gesto intrigado. Se asomó sin ver nada que llamara su atención. Luego se apoyó en la baranda mirando hacia adentro con los brazos extendidos.

—¿No vas a decirme con quién hablabas antes de que se echara a “volar” de aquí?

La baranda, que en apariencia estaba suelta, cedió de repente y logró que Sam perdiera el equilibrio y comenzara a deslizarse hacia abajo con ella, en medio de un grito. Max corrió apenas a tiempo para tomarla del antebrazo justo antes de que pudiese caer.

—¡No mires hacia abajo!

—¡¡¡Ya sé lo que hay abajo, no necesito saber que me voy a romper cada hueso si no me subes ya!!!

Max comenzó a tirar de su brazo con esfuerzo. La baranda se desprendió y cayó provocando un estrépito. Samanta gritó con todo lo que dieron sus pulmones.



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En el texto hay: misterio, crimen, amor

Editado: 05.07.2022

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