Diez minutos tarde.
Nunca había llegado tarde a mi trabajo, pero ya es la primera vez por culpa de mi madre. ¿Quién dura media hora orando para luego comer? Diría que solo ella, pero hoy me ha obligado a esperar junto a ella y mis hermanitos sin importar que le dije que se me hacía tarde.
—¿A ti qué te pasó?— pregunta Yeimi, mi amiga y compañera de trabajo.
Ella sabe que odio ser impuntual y que siempre llego temprano por ello.
—“La oración antes de comer es aún más importante que la misma comida, ya que alimenta nuestro espíritu”.—repito lo que tantas veces ha mencionado mi madre.
Ella ríe fuerte, pero cuando entra una chica guarda silencio y se apresura a atenderla.
Me pongo la camisa con el logo del establecimiento. MediSalud. Trabajo en una farmacia desde hace un año para pagar parte de mis estudios universitarios, enfermería.
—¿Viste quién era? —susurra en mi dirección en cuanto la muchacha sale.
—No me fijé, ¿quién?
—Es la prima de Yuleisi, al parecer fue sin gorrito al cumpleaños.
Yuleisi nos cae mal desde la primaria, ella y su grupo de amigas fueron abusivas con nosotras y otras chicas más. A pesar de vivir muy cerca y nuestras madres ir a la misma iglesia ellas fueron como un diablo para nosotras.
Recuerdo cuando me había caído mientras jugaba cerca de mi casa y se me hizo un raspón en una rodilla, al otro día ellas llevaron alfileres y me lastimaban con ellos justo en la herida. Sufrimos mucho por su culpa, pero cuando acudiamos a nuestras madres solo nos decían “Dense un abrazo y vayan a jugar, ustedes son unas niñas y deben llevarse bien”, pero nunca tomaron verdaderas cartas en el asunto.
—Vaya...
Trabajar en una farmacia tiene sus ventajas, al menos para mi, voy tomando más aprendizaje sobre la medicación y demás relacionados; además que es bastante cómodo porque no es un trabajo demasiado pesado, sin dejar detrás el delicioso aire acondicionado, claro.
—¿Te paso a buscar mañana para ir a la uni?
—Claro, sino tendré que irme en una guagüita.—musito pensando en lo sudada que me pongo cuando ella está donde su tía y me tengo que ir en una.
Ella tiene una pasola que le regaló su papá cuando cumplió sus dieciocho años, no es de las más grandes pero al menos corre.
La tarde cae y con ello la hora de cerrar la farmacia, lo hacemos y nos vamos caminando para la casa, ella no trajo la pasola porque no estamos tan lejos, y la gasolina está cara como para gastarla innecesariamente.
Ibamos relajando en todo el camino, tanto así que no me di cuenta que había alguien delante mio hasta que nuestros cuerpos impactaron y casi me caigo, pero él me sostuvo con sus fuertes brazos que se ven forrados de tatuajes.
—Perdón, yo... soy nuevo por aquí y estoy buscando la casa de mi tía porque no sé cómo llegar.—explica atropelladamente.
No puse tanta atención a sus palabras, ya que toda ella estaba puesta en su rostro.
Es tan lindo.
Me olvidé de que estaba frente a mi casa y que mi mamá podría salir y vernos en cualquier momento, aunque no estamos haciendo nada, literalmente, ella es muy paranoica y no me deja tener mucho acercamiento con hombres.
El chico sonríe y ¡oh por Dios! Es la sonrisa más linda que he visto en mi vida. Me le quedo mirando como una idiota, embobada con su belleza.
—Eh... sí, ¿quién es tu tía?— le pregunta Yei separandome de él.
El aparta la mirada de mí y la dirige a mi amiga para responderle.
—Se llama Ángela, me dijo que vivía por este lado, pero no logro encontrar la casa.
—Justo ahí —ella señala la casa de mi vecina— al lado de la casa de Mirella.
Reacciono y salgo de mi embobamiento, me había perdido en el color oscuro de su mirada y la evidente suavidad de sus labios.
—Mirella...—susurra en voz baja.
Veo de reojo como la puerta de mi casa se ha abriendo y jalo conmigo a Yeimi antes de que algun chismoso nos vea e inventen chismes.
—Ya sabes donde es, nos tenemos que ir.—le dice mi amiga al ser arrastrada por mi.
>♡<
Maldigo en voz baja al quemarme un dedo con el sartén, evitando que mi madre me escuche y me dé uno de sus sermones donde explica que maldecir no es bueno y que Dios castiga por ello.
Termino de servir la cena y los llamo a todos a cenar. Son las siete de la noche y mis padres ya casi de van para la iglesia con mi hermanito.
Cenamos en silencio después de la rutinaria oración de agradecimiento por los alimentos y ellos finalmente se van, le escribo un mensaje a Yei informándole y ella llega a los minutos.
—Ahí afuera en el plato de la vecina está el papasito con el que chocaste en la tarde— dice de forma sugerente.
—¿Y? Yei, sabes que no puedo acercarme a muchachos porque de una vez mi mamá me mata.
—Ay tú, pero tampoco es como que vayan a hacer algo malo. Y espero que no estés aprendiendo de la prejuiciosa de tu mamá, y me perdonas.
Después de tanto pensarlo accedí a que subieramos al plato de mi casa, pero me arrepentí en cuanto sentí en frío congelar mi piel.
—Coño, qué frío.—me quejo.
—Qué boquita tan suelta, justo como me gustan. —escucho su voz hipnótica mencionar desde la orilla de donde la vecina.
Está de espaldas y no tiene nada puesto aparte de una bermuda negra, dejando a la vista su espalda llena de tatuajes siendo iluminada por la lámpara del palo de luz de la calle.
—No tiene porqué gustarte mi boca, no seas estupido.—espeto, pero solo recibo una risa burlona de su parte.
—Respondona, como me encantan.
—Imbecil.
—Necia, justo como me la recetó el doctor.
Se echa hacia atrás con cuidado de no zafarse y caer, mostrando sus dientes en una gran sonrisa y acercándose más a mi y a mi amiga que ha permanecido en silencio todo este tiempo, sentada en un block de cemento. Cuando está al borde y pienso que al menos la distancia entre ambos techos nos separa, él salta quedando justo a mi lado, respirando algo agitado por el esfuerzo del gran salto.
Editado: 27.01.2024