Condenada por amor

Sacrificio o rescate.

Los nervios me hacían caminar de manera torpe y mi madre se esmeraba en pedirme que caminara más rápido. Mi padre algunas veces le decía que me dejara en paz, ganándose una mala mirada de la mujer que eligió como esposa y (mala) madre de sus hijos. 

Las paredes de la casa son de colores opacos, nada llamativos y podría decirse que hasta algo depresivos, lo que me ponía aún más nerviosa. Sentía mis manos sudar, mis cachetes calentarse y mis piernas caminar de manera temblorosa. Me dije muchas veces a mí misma durante el trayecto que no temiera, que pase lo que pase sea valiente; pero no puedo. 

La puerta de entrada se abre, mostrando a un hombre bigotudo en extremo delgado vestido de traje, le dice algo en voz baja a mi madre y ella nos dice  que entremos. Yo no me animo a preguntar para qué es este sitio porque de alguna forma lo sé, mientras camino por un pasillo largo, voy percibiendo la pesada vibra del ambiente.

El viejo edificio de la iglesia estaba envuelto en una penumbra inquietante. Las paredes parecían susurrar antiguos secretos mientras yo me mantenía rígida en el centro del pequeño círculo de fieles. A mi lado, mi madre me miraba con ojos llenos de preocupación y fervor religioso, mientras el predicador recitaba palabras en latín que yo no podía entender.

Los murmullos se intensificaban, y luchaba por respirar, sintiéndome atrapada en una pesadilla. Miré a mi alrededor, buscando a Jaziel en medio de la multitud. Él me había prometido que estaría allí, a mi lado para salvarme siempre, pero el tiempo se agotaba y la desesperación me envolvía.

De repente, una puerta lateral se abrió de par en par, revelando a Jaziel y Yeimi, quienes entraron con determinación en sus ojos. Me estremecí al ver a Jaziel con sus tatuajes y la mirada desafiante, pero al mismo tiempo, su presencia me llenó de alivio y coraje.

—¡Deténganse!—, gritó Jaziel con voz firme, interrumpiendo el  maldito ritual de todos estos lunáticos.

El predicador y los fieles se volvieron a él  para enfrentar a la inesperada intrusión. Mi madre intentó protestar, pero Jaziel la miró con determinación y dijo frente  a todos:

 —El amor es más fuerte que el miedo. Mi amor por Mirella es real, y no permitiré que le hagan daño.

Las palabras de Jaziel resonaron en mi mente como un refugio en medio de la tormenta. En sus brazos, finalmente encontré la seguridad que tanto necesitaba. Me aferré a él, sintiendo una mezcla de gratitud y amor en mi corazón.

El mundo a mi alrededor se volvió borroso, y finalmente, me desmayé, pero no antes de escuchar las palabras reconfortantes de Jaziel: 

—Estoy aquí, Mirella. Siempre estaré contigo.

***

Estaba sumida en la oscuridad, mi mente y mi corazón libraban una batalla por recuperar la calma. Yacía en un estado de semiinconsciencia, las palabras de Jaziel resonaban en mi mente como un mantra protector que me reconfortaba.

Poco a poco, la conciencia volvió a mí. Abrí los ojos con precaución y me encontré con la mirada preocupada de Jaziel. Estábamos en un lugar seguro, alejados de la iglesia y de mi madre, quien, en medio de la confusión, no pudo detenernos.

—¿Estás bien?—, preguntó Jaziel con suavidad, acariciando mi rostro.

Asentí débilmente y dejé escapar un suspiro de alivio.

 —Gracias por salvarme. No sé qué habría pasado conmigo si no hubieras llegado.

La sonrisa de Jaziel irradiaba ternura, de esa que hacia sentir a mi corazón descansar sobre algodón. 

—Siempre estaré aquí para protegerte, Mirella. No dejaré que nadie te haga daño, asi tenga que enfrentarme a tus propios padres.

Yeimi, quien había permanecido en silencio, se acercó y me abrazó. 

—Estamos juntos en esto, Mirella. No importa lo que enfrentemos, siempre estaremos aquí para ti. Siempre estare para ti, amiga.

Me sentí abrumada por la gratitud y el amor que me rodeaban. Había desafiado las expectativas y las tradiciones para estar con el hombre que amaba, y aunque mi madre no lo entendiera por completo, sabía que tenía a dos amigos leales y valientes a mi lado.

Poco a poco, nos pusimos de pie y nos alejamos de la iglesia, dejando atrás la oscuridad y la intolerancia que habíamos enfrentado. Nos dirigimos hacia un futuro incierto pero lleno de promesas y, sobre todo, un amor que sabíamos que resistiría cualquier adversidad.

.

Las luces tenues del atardecer pintaban el cielo mientras caminábamos lejos de la iglesia. Jaziel, Yeimi y yo, unidos por la valentía de desafiar lo establecido. El aire fresco calmaba mis nervios, aunque aún resonaba en mi mente el eco de las palabras del predicador.

Jaziel sostenía mi mano con firmeza, y la presencia de Yeimi a nuestro lado era reconfortante. Nos adentramos en un camino desconocido, pero sabíamos que estábamos juntos en esto.

—¿Estás bien, Mirella? —preguntó Jaziel, mirándome con ternura.

Asentí, agradecida por tenerlos a mi lado.

—Gracias por estar aquí, por salvarme. No sé qué hubiera pasado sin ustedes.

Yeimi sonrió y me abrazó.

—Somos un equipo, Mirella. Siempre estaremos aquí para ti.

Continuamos caminando, dejando atrás el pasado cargado de intolerancia. A medida que avanzábamos, la oscuridad cedía ante la promesa de un nuevo comienzo. Nos dirigíamos hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades.

En nuestro pequeño grupo, compartíamos risas y confidencias, creando un vínculo más fuerte que cualquier tradición antigua. A medida que nos alejábamos, la tensión se disipaba, y el peso de las expectativas ajenas perdía importancia.

Encontramos un banco en un parque cercano y nos sentamos, observando el horizonte cambiante. Jaziel, con sus tatuajes, y Yeimi, con su espíritu valiente, eran mi refugio, mi familia elegida. Habíamos desafiado el destino escrito por otros y decidimos forjar el nuestro.

—No sabemos qué depara el futuro, pero sé que juntos lo enfrentaremos —dijo Yeimi, y asentimos en acuerdo.




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