Raven
Veo hacia la ventana y cierro los ojos, trato de dejar de escuchar la voz de Tharir pidiéndome ayuda, pidiendo que le consiga droga.
Al momento que recibí su llamada y me dijo que quería verme me emocioné y corrí hacia ella, pero cuando la vi lo único que quería era correr del lado contrario, pero no pude hacerlo. Estaba pálida, sus ojos rojos con ojeras, sentada en una banqueta con la cabeza recargada en sus rodillas, rascándose el cuello nerviosamente.
No quise verlo y ahora solo me arrepiento de eso.
Tomó aire profundamente y le pasó de nuevo el bote de basura cuando me lo pide. Tomó su cabello para que no se ensucie a la hora de que vomite. Tira los papeles con los que se limpia la boca en el bote de basura.
—Te odio, Raven. Te odio. Te odio. Te odio.
—Lo sé, odia todos, pero yo también me odio por ser tan ciego contigo. Me engañaste y eso me duele. — Me llevo una mano a mi corazón fingiendo absoluta desilusión, luego cierro la puerta de nuevo.
Tharir me dijo que solo estaba así porque su abuela se fue a Noruega con su padre, ella no quería estar sola y decidí llevarla conmigo a una habitación de hotel ya que no quiso regresar al que estaba con Parker. Luego me hizo apagar el teléfono, me empezó a besar de manera provocativa que me puso duro, pero sabía que no era el momento para hacerlo y la detuve. Luego ella se quedo dormida un rato, decidí tomar mi teléfono, lo prendí y tenía muchas llamadas de mi prima, luego leí su mensaje, en donde me decía que Tharir estaba completamente drogada y fuera de control. Me sentí bastante mal, me sentí un idiota cuando no vi las señales y dejé que me hiciera creer que ya estaba limpia.
Error mío.
Ahora la tengo encerrada en la habitación, yo estoy recargado en la pared a lado de la ventana y Tharir encerrada en el baño maldiciéndome, pero sé que eso significa que me ama.
Veo el reloj, ya son pasadas de las tres de la mañana. Hoy no dormiré.
Tocan a la puerta y no dudo en salir cuando veo a mi prima que está con su nuevo amigo. Tara me entrega una mochila con lo que le pedí.
—¿Estás seguro de hacer esto? —empieza Tara—. Podemos llamar a su papá ...
—Le prometí algo a ella y no voy a romper esa promesa, sé que ella necesita ayuda profesional, pero antes de que se la lleven quiero hacerla feliz por un rato — le digo, y me siento un poco estúpido al verme como alguien que está enamorado de una persona que en cuatro horas me ha maldecido más que en toda mi vida.
—¿Como está ella? —Me pregunta Zacarias.
—Mal, eso es obvio.
El chico voltea lo ojos.
—Cuídala o te golpeare — me amenaza.
—Ponle correa a tu orangután — le digo a mi prima, y esta me saca el dedo feliz.
—¡El bote, idiota! — grita Tharir.
—Ahora retírense que mi amada llama a su príncipe.
Le entrego las llaves de las motos a Tara, ella me entrega las de mi carro, nos despedimos y se van. Regreso a la habitación, aviento la mochila con nuestras cosas hacia la cama, vuelvo a tomar el bote de basura y se lo paso a Tharir, repetimos todo de nuevo.
—A esta altura te tendré que comprar muchos higienes bucales — le digo a Tharir con una sonrisa torcida.
—Vete al infierno.
—Nos iremos juntos, amor, no te preocupes.
Me saca el dedo feliz y le cierro la puerta en la cara.
Admito estoy molesto con ella por engañarme, por hacerme creer que ya se estaba limpiando, pero estoy más molesto conmigo mismo por no haberme dado cuenta y haberle creído. Dicen que cuando te enamoras te vuelves idiota, pero yo me sobrepase.
De todas formas, la maldita perdición me las pagará, me vengaré de ella. Por engañarme, por haber golpeado a mi prima, aunque la felicitaré por golpear al orangután, también me vengaré por todas las que me ha hecho desde que empezó el año, tampoco negaré que me quiero divertir un rato.
Me acuesto en la cama, prendo la televisión buscando un canal entretenido o algo por el estilo. Necesito esperar un buen rato hasta que a Tharir se le hayan bajado los efectos de la cocaína.
—¡Raven, ábreme! ¡Te juro que ya me voy a limpiar, ya no lo haré, pero ábreme!
—Vele a jurar a tu abuela, yo ya no te creo nada.
—¡Te odio, maldito! —Golpea la puerta.
—Y yo te quiero, amor.
—Estúpido.
—Tú también eres todo para mí.
—Púdrete.
—Yo también me quiero casar contigo.
—Vete a la mierda.
—Ya estoy ahí, amor.
Sonrió para mis adentros, la sacare de quicio hasta que se canse.
Unos veinte minutos después entró al baño, ella está recargada en la pared con las manos en la taza de baño, me mira y noto sus pupilas dilatadas, sus ojos ya no están tan rojos. Le doy una botella de agua que no duda en tomar de un trago, me pide otra y se la doy. Hace rato fui a comprar varias botellas. Dejo el cepillo de dientes y la pasta dental en el lavamanos.