Jess.
Nunca he creído en la suerte.
Mucho menos en las galletas de la suerte.
Cuando accedí a recibir aquella austera galleta en el restaurante de esta tarde, lo último que se cruzó por mi cabeza fue el hecho de hacerle caso a lo que dictaba el papelillo. Estaba reservándome mis dudas y mis críticas para ir directo al restaurante a desmentir el rumor de la galleta. Pero, tal parece que se ha jodido por completo mi suerte.
Nos miramos durante un par de segundos en los que debo recordarme a mí misma cómo demonios inflar los pulmones. Puedo ver a las dos diminutas copias de mí misma burlándose de mí sobre mis hombros.
¿En qué clase de brujería me había metido?
Eduardo Bennett. Mi mejor amigo de la infancia. El mismo chico al que le rompí el corazón hace más de un año, está justo frente a mí. Sostiene una cámara entre las manos, lleva el pelo castaño desordenado y... ¡vaya pectorales, huh!
―Yo... ―Me aclaro la garganta en un patético intento de recuperar mi voz―. ¡Qué sorpresa esta!
Él suelta una suave risita, y se acaricia el dorso del cuello con su mano libre.
―¡Sorpresa es la palabra! ―concuerda con lo que he dicho. No puedo evitarme reírme ante el modo en el que lo dice, con una mezcla de diversión, fascinación y pasmo.
Entierro mis manos en los bolsillos de mi abrigo, y me muerdo la comisura de los labios. Entonces, caigo en cuenta de lo rápido que está latiéndome el corazón en el pecho. Ponerme nerviosa no es algo que me ocurre con frecuencia, pero cuando sucede... el cielo se quiebra en pedazos porque me vuelvo la persona más torpe del universo.
―¿Cuánto ha pasado? ―pregunto en murmullo estrangulado. Mi voz se vuelve tan aguda, que dejo de reconocerme. La Jess malvada en mi hombro, se burla abiertamente de mí. Mientras que la Jess santita en el hombro opuesto, me da una mirada llena de compasión.
Ninguna de las dos partes de mi subconsciente sirve de algo.
―No lo sé. ¿Una vida gatuna, tal vez? ―Suelta una risita, y luego vuelve a sostener su cámara con firmeza―. Estuviste en la reunión de estudiantes, ¿no?
Asiento, porque estuve ahí. Y recuerdo que él también estuvo en la reunión de estudiantes, y en la boda de la hermana de Kath... cuando casi estropea toda la celebración.
Me deshago del pinchazo que me taladra al percatarme que vagamente recuerda haberme visto ahí. No lo culpo, porque esa noche apenas hablados. Kath se lo llevó durante un buen rato, y luego desapareció en acción.
―Sí, estuve.
―Sí, lo recuerdo ―afirma, desplegando una leve sonrisita ladina―. No he vuelto a ver a nadie luego de esa noche ―acota. Puedo notar la incomodidad que tiñe sus palabras cuando menciona lo último, como si sus recuerdos acerca de aquella noche no fuesen sus preferidos.
Hago una mueca, encogiéndome de hombros.
―Yo solo hablo con Kath por videollamada los domingos. El resto de la semana se la mantiene ocupada repartiendo su tiempo entre la universidad y la galería de Mikhail.
―¿Terminaron juntos? ―pregunta alzando la comisura de los labios. Eduardo no era gran amigo de los Janssen. Pero siempre se mantuvo al margen de la relación entre ellos.
―Así es. Se mudaron juntos, y están más unidos que nunca. ―Suelto una risita sarcástica recordando todas las veces que los vi pasar dificultades. Estaban navegando en aguas turbias, pero hallaron un manantial de buenos deseos al final.
Eduardo asiente, apretando los labios sin borrar su sonrisa. Luego, baja la mirada hacia su muñeca adornada por un brillante reloj, y se vuelve hacia mí.
―Se me hace algo tarde. Mañana debo entregar unos reportes, pero... ―Le da un golpecito al costado de mi brazo, haciéndome dar un respingo. Ha sido más brusco de lo pretendido―, fue agradable verte, Jessica.
«Jessica».
Suena tan extraño el modo en el que dice mi nombre ahora. Todos siempre me llaman «Jess». Nunca nadie usa mi nombre completo. Bueno, solo mi madre cuando llegaba tarde a casa sin avisar. En ese caso, usaba todos los nombres plasmados en mi documento de identidad, y se inventaba unos cuantos más para demostrar su autoridad.
Noto a mi cerebro quedarse trabado con las palabras, y le doy un manotazo mentalmente.
―Igual. Fue lindo verte ―Sueno más robotizada de lo que pretendo. Le devuelvo el golpecito con suavidad, pero me gano un jadeo de su parte.
―¡Auch! ―Se masajea el brazo, y luego se echa a reír―. Fue broma, Jessica.
Gruño para mis adentros cuando vuelvo a escucharle llamarme por mi nombre completo. La irritación parece atravesar mi cara, porque él frunce el ceño meditando acerca de lo que ha dicho.
―¿Dije algo malo?
―Jess ―le corrijo en tono enfático―. Solo Jess. ¿Bien?
Él reprime la sonrisa que forcejea por emerger de sus labios, pero el movimiento vacilante que hace con la comisura de sus labios me indica que la está tratando de ocultar.
―Bien, Jess. Solo Jess.
Le doy una sonrisa de labios cerrados, y entierro mis manos adentro del abrigo. Él se queda mirándome durante un par de segundos más, antes de comenzar a retroceder varios pasos.
―Nos veremos, Jess.
Hago un ademan de militar a modo de despedida, y le sigo con la mirada mientras se aleja en dirección a la salida del parque. El viento se cuela en el interior de mi abrigo, haciéndome estremecer. Este invierno será el más frío de todos. Más me vale ir buscando una fuente de calor para sobrevivir.