—Aaron —llamé a mi hermano—, yo quiero ir contigo y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.
Aaron me miró desafiante. Llevábamos media hora discutiendo sobre mi decisión de unirme al ejército. Era injusto que él pudiera ir y no me dejara a mí siendo que cualquiera que fuera mayor de edad podía formar parte si lo deseaba. Estábamos en un café para así no molestar a sus hijos.
—¿Y para qué? —me preguntó—. ¿Para hacer sufrir a mamá? ¿Para que te maten cuando no seas capaz de ver a la cara a una persona y dispararle en la sien?
—Tengo que ir...
—No, no tienes que hacerlo. ¿No te das cuenta que lo hago por protegerte? ¿Crees que es tan fácil como en los videojuegos? ¿Acaso no piensas en el daño psicológico que tendrás?
»Te conozco desde que naciste: odias las guerras y la violencia, no serías capaz de hacer explotar algo o matar a una persona.
»Sé que viniste a vivir conmigo para alejarte de papá porque no soportabas que estuviera tan ligado a la guerra.
—Pero esto es distinto: hay una amenaza tangible y la guerra ya fue declarada. No quiero quedarme sentada y de brazos cruzados mientras espero a que todo acabe o a que nos invadan. Quiero sentir que ayudé a recuperar la paz.
»Ya no soy una niña inútil que no tiene consciencia de lo que sucede.
Él se limitó a solo observarme por unos minutos. Luego siguió tomando su café y pidió que le trajeran un pastelillo.
—Puedes ir —me dijo. Lo miré asombrada y a la vez feliz—, pero ten en cuenta de que no podré protegerte... te enviarán a un lugar distinto a donde yo vaya, exactamente no sé donde sea ahora. Yo iré con el resto de los Marines.
—Puedo cuidarme sola.
—Me preocupa que no resistas la presión emocional.
—¿A qué te refieres con eso?
—Habrán muchos momentos desagradables. Es una guerra real: verás cuerpos tirados, lugares en ruinas, personas con heridas graves...
—Más o menos como el ataque.
—Pero será el pan de cada día. Además, puede que los envíen a alguna misión desagradable... en una batalla quizás no se perdone a los civiles: la moral está perdida y puede pasar de todo.
—Estoy dispuesta a correr el riesgo...
—¿Y qué harás cuando te digan que mates a alguien? ¿Qué harás si esa persona está sin forma de defenderse? ¿Dispararás sin vacilar?
Me quedé callada. En realidad no sabía si sería capaz de soportar todo lo que podría pasar, ni siquiera sabía si soportaría el entrenamiento sin tirarme a morir, pero aún así acepté con un ligero movimiento de cabeza.
Aaron me miró con tristeza, pero después sonrió. Su expresión hacía parecer que pensaba que solo podía ceder conmigo. Quizás creyó que soy cabeza dura -lo cual es cierto- o tal vez recordó a cuando éramos más pequeños y yo siempre insistía en mis argumentos, aunque en realidad no sabía de lo que hablaba.
—Te llevaré con unos amigos que también quieren enlistarse. Les tengo confianza y saben que los mataría si te ponen un dedo encima.
—Está bien...
Al día siguiente, fuimos a ver a sus amigos que vivían al otro lado de la ciudad. Nunca sabré como fue que se conocieron, pero pasó y me alegro que haya sido así. En el trayecto, observé cada edificio tratando de recordar como habían sido antes de los ataques.
Las atochadas calles de Nueva York con personas desesperadas por la hora -como el conejo de «Alicia en el País de las Maravillas»- ya eran cosa del pasado. Era increíble como en tan solo un par de semanas todo había cambiado y el escenario era absolutamente desolador. Sin darme cuenta ya habíamos llegado, mas no paraba de pensar en todos los que perdieron sus departamentos, en todos los heridos y en los muertos. Sinceramente estaba dudando de mi decisión por todo lo que podría ver y vivir estando en una batalla o en una misión, pero las dudas se disipaban al pensar en que había que hacer algo por el país: debíamos luchar y eso incluía a todos.
—¡Chicos! —vociferó Aaron afuera de un departamento.
Un par de minutos después se escuchó como el picaporte de la puerta era corrido lentamente. La puerta se abrió de a poco y asomó su cabeza un chico moreno con los ojos entrecerrados y el pelo desordenado. Todo indicaba que lo habíamos despertado.