EL FINAL DE LA MALDICION
(Paris – Francia)
Beaumont – Louestault.
Castillo de Beaumont.
20 de diciembre de 1808.
¿En qué momento pasaron de estar enredados entre sabanas de seda, siendo los jadeos la única sonata irrumpiendo en sus tímpanos, en conjunto con la felicidad plena de un nuevo comienzo, a los sollozos y el dolor a viva voz que se extendió por sus almas aun deterioradas?
¿Cómo había ocurrido?
¿Por qué su sentir compaginaba con la atmosfera gris del clima desalentador de invierno que bañaba las calles, y el prado de la brisa gélida que amenazaba con congelar todo a su paso?
¿Por qué nada podía salirles bien?
Al fin felices, y resulto tan efímero.
—¡Escúchame! — suplico entre sollozos tomando una de las mangas de la levita, hasta hacer frenar sus bríos—. Todo tiene una explicación— no apaciguaría sus ruegos hasta que se detuviera por un momento a mirarle, demostrándole que le daba una oportunidad que no merecía, no obstante, anhelaba— ¡Por favor, Alex! no te puedes ir sin escucharme.
—Claro que puedo— se soltó con brusquedad de su agarre, haciéndola tastabillar un poco.
En sus ojos chispeando esa mezcla de odio irrefrenable, que tanto miedo temía inspirarle.
» Porque no me puedes pedir que confié en ti, hacer que te rugue hasta el cansancio para que aceptes por un nosotros, para después salirme con esta maldita treta.
—No es así, solo…— trato de explicarle con desespero, intentando que las ganas de sollozar cesaran, para poder exponer su punto.
—Luisa no es cualquier simple engaño del pasado— grito colérico acercándose a ella, hasta arrinconarla contra la pared más cercana—. Es lo más importante de mi vida de lo que estamos hablando— lo sabía, pero también tenía algo transcendental que decirle antes de que terminara para siempre con todo—, y tu solo decidiste omitirlo para tenerme en tus manos, haciéndome ver como el maldito imbécil en el que me transformo a tu alrededor.
—Si solo me dejases explicarte… hablar, decirte…— rogo con la voz temblorosa, mirándolo a los ojos para que observase todo su amor, a la par de arrepentimiento.
No podían después de tanto amor manifestado, y lucha ferviente echar su esfuerzo por la borda sin siquiera oírse realmente.
—No— negó en tono rotundo, en un rugido que puso a temblar a todo el castillo.
Inundando de melancolía cada alma que habitaba en la residencia.
» Ya no seré tu peón que corre solo en pro de verte con vida— él nunca fue eso.
Jamás lo vio de aquella manera.
Si solo la dejase hablar podría entender.
—No te marches sin escucharme por última vez— no se cansaría de implorar.
Él lo merecía.
Cada lagrima, ruego, y sollozo.
Valía la humillación.
—Mírame bien Luisa Allard— se señaló la faz acercándola a ella, para que tuviera un plano cerrado de su dolor, de los ojos rojos, de las lágrimas contenidas que estaban a punto de salir porque no tuvo la valentía de darle aquella alegría, guardándosela para alguna de sus tantas artimañas que ya no estaba dispuesto a soportar, no con ese tema ni mucho menos con esa persona—, porque será la última vez que tengas el honor de verme así por tu miserables— la notó tragar grueso con las lágrimas brotando de sus ojos, pero aunque quiso limpiarlas se abstuvo de volver a caer en sus redes—. En la vida te me vuelvas a acercar con tu rostro de mustia a mentirme, o no responderé por como pueda reaccionar— no—. Desaparécete de mi vida para siempre— sentencio mirándole por última vez.
—Ella me rogo que…— saco esas palabras como única opción para que frenara dispuesto a escuchar lo que tenía para sí, pero fue un error, un gravísimo traspié.
Este se giró con todo el cuerpo en tensión, cansado de tanto regresando sus pasos para enfrentarle de nuevo, pero esta vez ya no tenía planeado ser civilizado.
Ni mostrarse caballero con una mujer que no merecía ni un simple acto de cordialidad por su parte.
Así que, con la racionalidad agotada, levanto el brazo con la mano abierta dispuesto cometer el error que marcaría el desenlace de su historia de amor.
Porque si cruzaba esa fina línea rompería cualquier vínculo que los pudiera unir, aunque todavía poseía un par de segundos para retractarse.
No obstante, su corazón estaba tan deteriorado, que no apelaba a la racionalidad con la que siempre actuó.
Miro aquellos ojos que siempre serian su perdición queriéndolos extinguir de su vista, entendederas y todo su ser.
El mentón alzado con el que ella lo enfrentaba, esperando su ataque sin siquiera replicar.
Y ahí ratifico que por más ganas que tenia de matarle no podría hacerlo.
#9257 en Otros
#794 en Novela histórica
#15359 en Novela romántica
amor dolor, desenlace desamor destino, amor romance dudas odio misterio
Editado: 17.02.2023