“Sucumbir al sentir es algo que no se puede evitar por la eternidad.
Los cuerpos se llaman.
Las bocas se anhelan.
Los instintos gritando que refrenarse no es la mejor idea, por eso se bajan las barreras para dejar que el cuerpo se adueñe de las sensaciones provocadas por el órgano vital, que late en el pecho sin dar lado a objetar.
Ese mismo que cuando percibe el peligro, se pone de acuerdo con el raciocinio para actuar, ya que la batalla se juega dándole al adversario lo que desea.
Pese a que se quiera esconder, y las verdades te inciten a correr”.
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(Castilla- La Mancha)
Cuenca- Belmonte.
Castillo de Belmonte.
Octubre de 1807…
Satán.
El ser infernal que les otorga a los disolutos el paraíso terrenal.
Incitando a los seres que ocultan la lujuria, a desatar lo prohibido hasta saciar el hambre de todo lo que han reprimido.
En este caso siendo artífice, el mismo que resultaba la mente maestra de la velada, embutido en solo una bata de seda negra con apliques rojos, dejando su pecho atlético al descubierto, haciendo juego con su sonrisa endemoniada que ponía a brillar sus ojos picaros avellana, siendo sinónimo de vehemencia que iba de la mano con la destrucción.
Porque eso era lo que parecía precisamente Lord Cristóbal Gómez de Sandoval Marqués de Belmonte, ante los ojos de sus invitados mientras disfrutaba de un trago salido directamente de la boca de uno de los especímenes, que esa noche le servían para cualquier tipo de locura que surgiese de su cabeza llena de enajenación y deseo ardiente.
Se relamió los labios mientras dejaba un beso húmedo en la boca de su posible amante en forma de despedida, mientras sus admiradores carraspeaban incomodos con el espectáculo, pues no podían acostumbrarse del todo a su excentricidad.
Es que saberlo a ver como se escapaba de devorar a otro hombre, no era algo que pudieran asimilar cuando no resultaba permitido por ninguna sociedad.
—Hemos atendido a tu llamado Belmonte, así que se rápido para que podamos darte espacio para tus pecaminosos deseos— el nombrado al escuchar la manía con la que salían esas palabras, sonrió abiertamente mientras se erguía de la silla en donde se hallaba, para caminar con seducción perezosa hasta llegar al replicante, que lo admiraba no precisamente con recelo si no con algo que ante él no se le daba muy bien ocultar.
Eso que escondía de los ojos del mundo para que no lo llegasen a repudiar.
—Me place tenerte en mis dominios Eleazar Carbonel— el nombrado bufó en respuesta retirando la mirada entre tanto su acompañante carraspeaba, dejando de admirar la estancia con ganas de preguntar algo en específico, pero frenándose al recordar que tenían una situación importante que dialogar sobre el asunto que poseían en particular.
Por algo los había invitado, si no nunca conocerían esa propiedad en la que el mundo declina a entrar.
—Bonita morada— se limitó a alabar Luis Carbonel, porque en vez de ser solo sombría su estilo gótico le otorgaba un aire de erotismo en conjunto con las velas esparcidas por el suelo entre otros lugares, y la decoración particular.
—A tus órdenes camarada— replicó en respuesta ganándose un asentimiento de cabeza de aquel, sin despegar la mirada de su único objetivo carnal—. Pero como dice tu… hermano— se mordió el labio haciendo al aludido carraspear, mientras enfocaba una de las estancias que portaba la puerta cerrada visualizándose desde donde se localizaban, aunque se tratase con magistral tacto el flujo de personas y la música en vivo saliendo de un violín amortiguada—, debemos de reconvenir unos cuantos puntos antes de que la noche se salga de control, costándonos nuestra tranquilidad al desatar la furia del amo— caminó por entre medio de ellos, instándolos con el hondeo de su bata a seguirle hasta llegar a la parte alta del lugar, en la zona más retirada no siendo precisamente su estudio, más bien el recinto donde aparentemente retozaba.
La cama en el centro de todo con sabanas de seda rojas, los mubles portando la misma tonalidad lo confirmaba.
Todo haciendo un contraste lujurioso difícil de no admirar.
Es que el lugar llevaba la marca personal de ese ser libidinoso que los instaba a pecar.
…
Los hermanos se miraron entre sí.
Con diferentes pensares, pero no por eso menos incomodos.
El menor mordiendo su labio al no poder quitarle la vista pese a que lo intentase, al igual que aquel no dejaba de observarle con una sonrisa en los labios plagada de pecado.
Ese mismo que en otras circunstancias no le importaría descubrir hasta donde lo llevaría.
Porque el hijo menor de los Marqueses de la Quadra resultaba cualquier cosa, menos un cobarde, pero ese sujeto lo hacía quedar como el ser más insuficiente de todos.
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Editado: 17.02.2023