“El descubrimiento ante el mundo del verdadero enemigo.
La desolación en las almas inocentes que por el sufrimiento no ven más allá de sus narices.
Los odios acentuados, y la condena que no mengua porque resolver no significa saldar al completo las deudas, pese a que implica que nuevamente sea el punto de ataque la menos culpable.
Solo teniendo la esperanza de que todo se encauzara cuando salga otra verdad, que descubre una realidad.
Esa que se utilizara contra el aparente enemigo. Al demostrar que su mayor aliado nunca será transparente ni dará a entender de qué lado remará, ya que se inclina para el lugar en donde no se pueda ahogar.
Aunque no debería tomar por sorpresa cuando se tiene claro que es un ser rencoroso, que si no perdona mucho menos olvida”.
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Lady Freya Somerset, Duquesa de Beaufort se sentía desubicada.
Incomoda.
Como si algo ocurriese, y ella todavía no hubiese notado lo que en realidad se estaba efectuando. Obviamente a sus espaldas.
Un sin sabor que le tenía la saliva espesa a la par de amarga, que se intensificó cuando el padre de Ángeles pisó la propiedad de su hermano, y ni siquiera miró a su propia hija pues al parecer solo buscaba a Alexandre, solo saludando a los mellizos para acto seguido perderse entre los pasillos, y minutos posteriores sin que casi ninguno se enterase la pelirroja se diese a la fuga con la intención explicita de apreciar lo que acontecía con ese par.
Intentó sonreír al ver como su influencia estaba presente en esos actos, sin embargo, pese a que Adler mantenía una mano en su cintura y Bette intentaba distraerle con unas ocurrencias que eran propias de su persona también a esa edad, continuaba con una opresión en el pecho que amenazaba con robarle el aliento.
Con una mueca que debió ser una sonrisa radiante terminó de alertar a su marido y sobrina, que dejaron de parlotear para prestarle suma atención.
—Dulzura, no te veo bien —replicó examinándole con presteza claramente preocupado.
—Ya estas necesitando gafas, querido —bufó con una sonrisa en los labios, intentando quitarle hierro al asunto —. La edad viene con sus deficiencias —culminó pretendiendo parecer la de siempre, pero aquello no le salió como intentaba.
—Tío Adler tiene razón, tía Frey —intervino Bette, que le tomó el rostro para examinarle con un ceño de concentración que la dejó quieta —¿Algún malestar nada propio en estas últimas horas? —¿Qué? —¿Cansancio poco usual? ¿Dolor de cabeza? —¿Qué decía esa niña? —. Puede ser estrés producto del exceso de trabajo entre la casa, Daryl y el negocio con Madame Cury al no querer ayuda extra —le palmeó la mano alejándola de su perfecta faz —. Debes descansar —dio su dictamen.
—Ninguna de las anteriores, cariño —espetó observando como Adler intentaba hacer lo mismo que la pequeña, ganándose un gruñido como respuesta que lo hizo reír por lo bajo —. Conjeturas acertadas en otros casos, pero no en este —la mueca de hastió en los labios no los dejó tranquilos.
—Deberías de sacarla a una segunda luna de miel tío, últimamente está demasiado irascible —soltó hacia el rubio poniendo la mano en la boca, pero sin bajar el volumen de la voz haciendo que rodase los ojos exasperada.
Es que parecían dos gotas de agua, y ahora es cuando compadecía a su hermano.
Padecería el mismo suplicio una segunda vez.
—No he tenido ni la primera, porque los días que pasamos fuera de Londres después de la fuga no cuentan —jadeó como si le hubiesen dicho una blasfemia mirando acusadoramente hacia el Duque de Beaufort, que sonreía con nerviosismo al apreciar lo que seguramente sería un espectáculo, a la pequeña ser idéntica a su tía en casi todos los aspectos.
Antes de que pudiese responder, algo hizo que la infanta cerrara la boca, poniéndose seria de repente.
Observando a un punto en concreto, haciendo que Thierry se posase a su costado cuando la vio de alguna manera desprotegida, ya que Duncan, ni mucho menos Lincoln los desamparaban, pero ninguno se hallaba alrededor, pues el primero se fue siguiendo a la esposa, y el ultimo salió tras Luisa cuando minutos antes esta pasó de largo sin siquiera pararse a dialogar.
Entrecerró los ojos hacia sus sobrinos, pero ninguno le prestó atención. Solo se miraron por una milésima de segundo entre ellos llevando a cabo lo que concretaron en su mente, para acto seguido tomarse de las manos y sin decir nada recorrer con la mirada el salón fijando el escrutinio en uno de los ventanales que daban a los jardines, para después salir a rumbo incierto dejándola con la boca abierta sin siquiera permitir que preguntase algo al respecto.
No se irían de esa forma sin darle una explicación de su oscura actitud.
Necesitaban darle cuentas a alguien, y al no estar cerca sus padres debían de permanecer con ella, siguiendo órdenes de su entidad.
Pero no, a la primera oportunidad la ignoraban saliendo hacia los jardines sin importar el vendaval que sobrecogía la noche.
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Editado: 17.02.2023