“Alguien debe tener las agallas de contar la verdad.
De expresar lo que los monstruos disfrazados de ángeles le hicieron al mundo de personas inocentes, solo por la simple ambición de lo material.
Y que mejor que desde el punto de vista de la mayor damnificada.
Del ser que por más capas heladas que porta, por dentro es una hoguera de recuerdos.
De vivencias dolorosas, y de atemorizantes anhelos que no saben si se llegaran a concretar.
Lo único seguro es que hará lo imposible porque su voz sea escuchada.
Pues en ese o en otro mundo deben de distinguir la historia de la mujer que creían inhumana, pero que para un solo hombre era el hada del bosque encantado que atrapó su corazón, consiguiendo que luchase con dragones de dos cabezas para librarla de su maldición.
Sin importar que el final no esté escrito.
Solo con el hecho de que se sepa del sufrimiento padecido, era más que suficiente para que se tornara real lo acontecido”.
✧♚✧
Las luces de la estancia se encontraban de forma escalofriante apagadas, con un ruido meticulosamente provocado para conseguir erizar la piel de manera mortífera.
El frio que entraba por los ventanales era casi inhumano.
El ambiente se hacía pesado, y gritar en esos momentos lo veía como indicado.
Sin embargo, sentía la garganta cerrada y aunque indagara con la mirada por todos lados en busca ayuda, su residencia parecía desprovista de personal.
Y lo más raro del asunto es que no le había dado el día libre a nadie, y todavía era lo suficientemente temprano como para que sus obligaciones hubiesen cesado. No obstante, si se ponía a debatir mentalmente en ese aspecto, si hubiese entrado un asaltante a su morada eso no le serviría para nada, pues en cualquier momento seria atacada y no estaba lista para morir.
No sin antes haber encontrado el amor.
Ese que al parecer no estaba destinado obtener, sin contar que ya se sentía marchita.
En todo caso, debía de actuar a la brevedad.
No era una cobarde.
Tenía que revisar su estudio, que estaba raramente entreabierto., cuando antes de salir lo había dejado bajo llave y nadie se atrevía a invadir su privacidad.
Solo…
Solo necesitaba algo para defenderse.
Llegado el caso a que sus especulaciones fuesen acertadas.
Por suerte, una charola se atravesó en su camino, puesta de manera condescendiente en una de las mesitas de centro de la sala principal que tenía que pasar para poder llegar al sitio que estaba a escasos cinco metros de su persona, al vivir en una sencilla casa al centro de Londres que se tornaba acogedora por como la había decorado, y el calor de hogar que se empeñó en fomentar.
Así pues, tomándolo en entre una de sus manos con los dedos temblorosos decidió avanzar.
Con paso dubitativo, pero no podía dar marcha atrás.
Si corría dejaba su vida al azar.
El ser descubierta como algo muy probable, porque en ese lugar se hallaba su mayor secreto.
El motivo por el que su vida tenía un sentido.
No obstante, cuando intentó tocar la puerta entornada, esta dejaba entrever de soslayo una figura inclinada en el escritorio con la vista puesta en sus papeles, haciéndola jadear en silencio y desaparecer.
Con solo una vela que la alumbraba no dejando ver su estampa con completa libertad.
Antes de ser detectada se pegó contra la pared, con el pecho subiendo y bajando de forma convulsa.
Con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo en el proceso como su pecho se contraía.
No podía ser cierto.
Estaba perdida.
Aunque quería correr, no podía dejar su vida de manera literal a merced del completo desconocido que había allanado su privacidad.
Así que, armándose de un valor que no portaba en el cuerpo decidió dejarlo al todo o nada, como si alguna vez en su vida hubiese tenido que tomar ese tipo de decisiones tan arriesgadas.
Se adentró en la estancia con la sutiliza de su gato August, pensando que ese canalla también la había abandonado.
Pero, no tenía tiempo de llorar, debía acabar con el delincuente para resguardar lo más importante para su patética existencia.
Alzó el artefacto al que milagrosamente se había hecho con el fin de atacar a traición, aprovechando de que la figura seguía entretenida, o eso pensaba de manera ilusa.
—Te aconsejó que bajes y dejes sobre el escritorio ese intento de arma, querida —dijo en tono despreocupado pasando las hojas, sin siquiera dedicarle una mirada a la par que hacía que, por poco, y se tragara la lengua de la impresión por ser descubierta.
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Editado: 17.02.2023