“Las verdades por fin salen a la luz.
Un juicio.
El tiempo en contra.
Declaraciones concluyentes.
Testigos influyentes.
Una única verdad.
Esa misma que cerrará el destino de los Borja y Allard.
Porque nada se oculta por tanto tiempo, solo porque sí.
La razón de ser también sale a relucir.
En este caso no hay tableros, ni un juego.
Soy un jaque mate contundente, que está fuera de toda estrategia, porque la verdad nunca se puede tomar a la ligera.
No cuando hay tanto por perder y mucho por ganar.
Menos, cuando la partida final se llevará a cabo en otros terrenos, y no será solo verbal”.
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(Londres – Inglaterra)
Palacio de Westminster.
15 de diciembre de 1808.
Dia del juicio de Lord Francisco Javier de Borja, Conde de Belalcázar.
El ambiente que se respirada era como poco, y generosamente refiriéndose a este, asfixiante.
El salón atestado de lores prevenidos, mirándose con desconfianza lo corroboraban.
Ahí no había solo espectadores para un juicio, cuando se estaba llevando a cabo una vida entera de delitos que tenían que ver con más de la mitad de la corona europea.
Porque ninguno estaba limpio, ni mucho menos seguro de que Belalcázar se fuese a quedar callado, yéndose solo a la horca.
Todo podía pasar.
Lo único claro, es que ese día se definiría más de una vida de delitos que atentaban contra la integridad humana, porque ese supuesto monstruo, no saldría ileso después de tanto quebranto de moralidad hacia el prójimo.
Y como siempre no podían faltar aquellos que sabían parte de la verdad, pero tenían por obligación a la par de deseo hacer acto de presencia para entender del todo lo que ocurriría en lo que seguramente sería el juicio más trascendental del siglo.
Solo como asistentes, o parte jurado que tomaría la decisión del caso.
Estando en el último grupo, tomando la vocería del estrado Lord Kendrick Stewart, Duque de Montrose, llevando como acompañante a su hijo menor Lord Alistair Stewart, pues su vástago mayor no pudo hacer acto de presencia, al estar de viaje resolviendo problemas personales con su esposa.
A estos le seguían los hombres de confianza de la corona, como lo era el Duque de Newcastle-Upon Tyne, que, pese a que no era de su entero agrado ya que estaba inclinado hacia los fines de su hijo, fue exigido por su título e influencias remarcadas, y a este le seguían el Conde de Gower y el Vizconde de Weymouth.
Y como espectadores se hallaban los más influyentes, pero los menos actos para opinar, encabezando la marcha Lord Duncan MacGregor, Duque de Rothesay, que no influyó su aparición el tener vínculos con uno de los implicados que continuaba sin dar señales de vida, al confirmarle su inquebrantable honorabilidad, y al lado de este le precedían por muy sorpresivo que pareciese, Lord Adler Somerset, Duque de Beaufort, que pese a ser directo cuñado de la dama fugitiva y del doble espía de la corona Lord Alexandre Allard, no le negaron el acceso al apreciarse como un ser intachable a los ojos del Rey no pudiéndosele negar nada.
Y con estos también estaban en la misma fila de los presentes El Marqués de Londonderry, el Conde de Portland y su prima que por petición de su madre había tenido que llevarla porque ella haría de sus ojos la muy cotilla, le seguía el Conde de Lincoln, el Conde de Albemarle y por si eso no era suficiente venían la burla principal del asunto, pues también se hallaba el Marques de Bristol con una sonrisa socarrona plasmada en los labios y al lado de este Lady Freya Somerset que, pegada a su marido al insistir en asistir, miraba todo con los ojos entrecerrados y la piel algo pálida a la par del semblate desmejorado.
Y no era para menos cuando perdió a su nana y no había podido darle una merecida sepultura, porque sus hijos se negaron a que si quiera la llorase cuando su familia era la única culpable de lo que le había pasado a su madre.
En consecuencia, perdiendo en partida doble porque Harriet le abandonó sin remedio.
Viniendo a su mente Luisa, no solo al sentirla como la autoría intelectual del asesinato cometido sin poderlo creer por su padre, si no por su sentir contradictorio a la hora de necesitar un apoyo.
Ese hombro reconfortante donde llorar, y ese sonido maternal que salía de sus labios sin mucho esfuerzo que le calaba en el alma y la consolaba como nada.
En todo caso, siguiendo con el rededor y lo que destacaba en la estancia, no conforme con los asistentes a favor de los Allard Borja, en uno de los extremos al otro lado del salón principal del castillo real.
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Editado: 17.02.2023