—No puedo creer que este aceptando esto…—reclamó Ailén bajando la ventanilla del auto apenas habían entrado a los terrenos de aquella casa.
No es que no supiera que una de las condiciones de Alberto Almendares era cambiarse de casa, sino que no se esperaba que esa fuese justo el mismo hogar que Andrés ahora está utilizando en este lugar. Le había mentido al decir que sería en un lugar cercano.
—Esto no estaba dentro del trato —se quejó de inmediato.
—Tranquila, no vivirán en la casa principal —dijo el hombre de cabellos negros canosos, que es el secretario de Alberto.
Ignacio, a diferencia de su madre, luce emocionado de ver aquel enorme y extenso jardín, es como uno de esos bosques de los cuentos de hadas. Los arboles son altos, tanto que parecen tocar las nubes con sus ramas, el cantar de las aves logra escucharse a la perfección, el pasto luce verde y fresco, y el aire huele a semillas. Se pregunta si acaso detrás de algún arbusto se esconderá un hada, un duende o un conejo.
Se detuvieron frente a una pequeña casa de dos pisos en medio del jardín, al parecer abandonada. Es más grande que el lugar en que vivían antes. De seguro en algún momento debió ser la casa de algún jardinero cuyo trabajo era dedicarse al cuidado de los jardines exteriores. Sino no se explica para que razón construyeron esta casa tan alejada de la casa principal. La pintura no se ve en buen estado, aunque el lugar luce limpio y recién desmalezado. Ailén bajó sus maletas contemplando el exterior, sintiendo que todo esto es una muy mala idea.
—Su casa anterior quedará a resguardo de la familia, ya que esta a nombre de su madrina, pero al quedar sin moradores puede estar expuesta a delincuentes.
Solo movió la cabeza en forma afirmativa. Recibió las llaves y una carpeta con instrucciones, y antes de que pudiera preguntar algo el secretario se subió a su auto dejándola sola con su hijo. Se quedó ahí, en medio de la nada, rodeada de arboles enormes, y un camino que de seguro debe conducir a la casa principal. Ignacio corre emocionado deteniéndose a la puerta de aquella vieja casa.
Ailén suspiró antes de atreverse a abrirla. Tal vez hubiera sido mejor que hubiese suspirado unas tres veces más para no sorprenderse con lo que ahí le esperaba. Adentro todo luce lleno de polvo y telarañas, el lugar en su interior no ha sido limpiado desde hace mucho.
Descolocada estuvo a punto de maldecir en voz alta si no hubiese sido por su hijo.
“¿Qué mierda significa esto? ¿Se burlan aun de mí?” pensó mordiéndose la lengua. Aun así sonrió a la fuerza.
—No te preocupes, cariño, vamos a limpiar y dejar este lugar mejor que nunca ¡manos a la obra! —no le quedó otra más que fingir que todo estaba bien para que Ignacio no se desanimara.
Pero el niño parecía sentirse todo lo contrario, aun cuando la casa luce desordenada y sucia en su interior, para él todo esto nuevo es como revivir las aventuras de sus personajes favoritos, y esta no es más que una casa mágica escondida en el bosque.
Limpiar no fue fácil, Ailén tuvo que sacar los muebles, sacudirlos, quitar el polvo adheridos a ellos. Sacudir colchones, lavar la ropa, que por suerte había una lavadora en buen estado. Trapear pisos, lavar la loza y utensilios que encontró en los cajones, etc.
Cuando al fin terminó ya era tarde, y solo comieron algo de huevos y fideos, que por suerte en el interior encontraron dos cajas que parecían haber sido traídas durante la noche, con mercadería suficiente para vivir un mes sin salir.
Ailén colgaba la ropa cuando un auto se detuvo frente a la casa. Un hombre alto, de movimientos elegantes, y cabello negro, se acercó y se presentó frente a ella como el mayordomo principal.
—El señor Almendares quiere verla ahora —le indicó.
La mujer alzó una ceja ¿Se referirá a Andrés o a su padre? Claro entendiendo que esta es la casa de Andrés debe estar pensando en él. Balbuceó una maldición, no quisiera verlo en esas condiciones, ha estado trabajando toda la mañana para darle un aire decente a la casa abandonada que le acaban de pasar para vivir mientras trabaje ahí, por lo que su aspecto no es de lo mejor.
—Deme tiempo para lavarme y…
—El señor quiere verla ahora, no hay tiempo —la interrumpió endureciendo la mirada.
Bufó molesta. ¿Sí? Quiere verla ahora, entonces que la vea así, de todas formas, no piensa arreglarse por gente como esta. Llamó a su hijo y ambos subieron al auto. Al llegar a la casa el lujo es espectacular, pero no la impresiona, hace seis años atrás ella también vivía en un lugar así, aunque su familia no era tan lujosa como los Almendares. Pero a Ignacio le sucede lo contrario, dentro de su mundo infantil aquello es un castillo, no puede evitar admirar lo que ve, aunque como todo niño, se aferra a la mano de su madre, tanto lujo lo marea.
—El señor la espera en su despacho, debe entrar sin el niño —le dijo el mayordomo con seriedad.
Ailén arrugó el ceño y luego chasqueó la lengua antes de inclinarse frente a su hijo.
—Ignacio, te quedarás aquí unos minutos, me esperas aquí y te comportas como un buen niño —le dijo con sus ojos fijos en su hijo esperando que obedeciera sin reclamar.
Afortunadamente eso pasó, el pequeño aun sigue anonadado por el tamaño de ese lugar por lo que solo movió la cabeza en forma afirmativa.
Ailén le sonrió antes de darle la espalda y entrar cuando el mayordomo la anunció y abrió la puerta. Apenas entró esta se cerró y se quedó sola mirando hacia el escritorio y la silla cuyo ocupante contempla hacia los ventanales traseros sin dirigirle la mirada.
Se quedó en silencio, incluso conteniendo su propia respiración. Claro, no es la primera vez que se ven luego de todos estos años, pero el ambiente es tan tenso que se le hace inevitable no recordar su angustia cuando lo esperaba embarazada bajo la lluvia desesperada por su ayuda.
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Editado: 16.03.2023