Continuación de un romance

Capítulo 3

Ingrid observaba a Darío arreglando el jardín desde la misma ventana dónde había visto llegar a la nueva vecina. Darío había llevado el auto al taller, y eso había abierto un gran espacio en la pequeña área verde junto al lugar de estacionamiento. Ingrid tenía un par de sábilas en macetas, junto con otras plantas cuyos nombres había olvidado. Cuando se percató que las sábilas se estaban secando, le pidió a Darío que las plantara, pues no quería que se marchitaran. Y si se encontraban bajo tierra y sin un techo que les impidiera ser regadas por las lluvias, llegarían a ser tan grandes como las que la madre de Darío solía tener en su casa.

Darío cavaba con el pico y cuando lo creía necesario emparejaba la tierra con la pala.

Llevaba puestos unos pantalones de mezclilla, y en ellos tenía colgado un trapo rojo. Calzaba un par de botas, pero no tenía una camisa puesta debido a que no le gustaba ensuciar las camisas con tierra o polvo. Su cabello estaba despeinado y el sol le hacía brillar la piel junto con el sudor que le recorría.

Darío abrió un gran boquete en la tierra y sacó las sábilas de las macetas, las colocó adentro con fuerza y les echó tierra encima. Cuando terminó de plantarlas se enderezó, y mirando a una dirección contraria suspiró aliviado. Se acomodó el cabello y pequeños rastros de tierra se le quedaron entre él. Detuvo su mano apoyándose con la pala, y a Ingrid le pareció que estaba más guapo que nunca.

Sus cejas forzadas le daban un aspecto dominante a sus ojos. La cicatriz en su frente estaba escondida bajo sus cabellos y sus labios enmarcaban su atractiva imagen.

Darío volteó la mirada hacia la ventana, y se alegró al ver a Ingrid; no se había dado cuenta que ella estaba mirándolo. Él la contempló por un par de segundos con aparente seducción. Le guiñó un ojo y luego sonrió. Ingrid se sintió apenada, pero le gustaba que él aún la pusiera nerviosa.

Darío vió el rubor en el rostro de Ingrid y añadió un gesto para atraerla. Con el dedo índice la invitó a salir de la casa.

Ingrid sirvió un vaso con agua helada antes de salir. Le extendió el vaso cuando estuvo frente a él. Hacía calor y Darío bebió el agua rápidamente pero no le regresó el vaso a Ingrid, lo puso sobre la banqueta y luego soltó la pala para tomarle la mano a ella.

—¿Así te gustan? —inquirió él dirigiéndose a las sábilas.

—Están hermosas. Gracias. —Respondió ella con ternura.

Darío le tocó la barbilla con el dedo y levantó ligeramente su cabeza para verla a los ojos. Ingrid se ruborizó con rapidez y él la besó con brevedad.

Ingrid no supo cómo reaccionar y le ofreció regresar a casa para almorzar. Darío sonrió ante su propuesta y accedió.

Ingrid recogió el vaso y entró. Acto seguido entró Darío con el pico y la pala en las manos. Luego se dirigió al pequeño rincón de un cuarto que usaban como almacén y dejó los utensilios ahí. Después fue a lavarse las manos y se limpió el sudor con una camisa que había usado el día anterior.

Ingrid llevó los platos a la mesa.

Antes de que Darío pudiera sentarse, sonó el teléfono.

Ingrid atendió la llamada. Una voz ronca preguntó por Darío, e Ingrid le dió el teléfono para que contestara.

Debió ser una mala noticia; la cara de Darío palideció y se mostró preocupado. Lo que más hizo extrañar a Ingrid fue que él no dijo una sola palabra, solo apartó la mirada y colgó el teléfono.

Ingrid preguntó si todo estaba bien, a lo que Darío respondió que no era nada malo, solo que debía atender un problema en la oficina urgentemente, pero que regresaría de allá pronto.

Ingrid intuyó que debía ser algo más; esa expresión de Darío no la había visto en ocasiones de trabajo.

Darío se vistió rápidamente con la ropa de la oficina y tomó el maletín sin revisarlo. Luego se despidió de Ingrid con un abrazo fuerte que aumentó las sospechas.

—No salgas sin avisarme. Ten cuidado. Te amo. —Dijo angustiado.

Luego salió y se fue en el auto.

Ingrid comenzó a pensar mientras observaba los platos aún servidos. Era demasiado extraño.

Quiso apaciguar sus dudas yendo a seguirlo, pero se convenció de que era mala idea.

Entonces fue a la habitación a buscar en su agenda el número de la esposa de un compañero de Darío para preguntarle cómo andaban las cosas en la oficina. Pasó varios minutos buscando entre las páginas, y lo encontró escrito en letras grandes y tinta roja. Llevó la agenda en la mano y llamó al número escrito. Una mujer con voz dulce contestó.

Ingrid primero fingió que quería saber cómo estaban ella y su familia, refugiando su timidez en el tiempo que tenían de conocerse y las veces que habían hablado de sus maridos cuando se toparon en una fiesta de la oficina y un par de desafortunadas ocasiones más, y sin tener que preguntarlo, la mujer, a la que Ingrid se refería como “la pelirroja”, comenzó a hablar como si quisiera desahogarse.

Ingrid escuchó atentamente que los negocios no estaban tan bien como antes, y que la empresa atravesaba pérdidas en ventas desde hacía varias semanas. Había habido recorte de personal y quizá podría llegar a cerrar. Ingrid le preguntó cómo les estaba afectando a ellos, y la pelirroja le contó que la reducción de salarios los tenía amarrados hasta el cuello de deudas con todo lo que debían pagar por las escuelas de sus hijos, incluyendo el mayor que estaba en segundo semestre de la universidad.

Ingrid le dió ánimos a la pelirroja y le aseguró que todo mejoraría pronto. La mujer sintió reconforto en que Ingrid la hubiera escuchado. Uno de sus hijos la interrumpió, lo que la obligó a despedirse de Ingrid y cortar la llamada.

Ingrid se llevó el pulgar a la boca; eso explicaba porqué la expresión de Darío. «¿Porqué no me había dicho nada?». Si el dinero estaba escaso, Ingrid quería hacer algo al respecto.

Sin dudarlo se alistó para emprender camino a visitar a la abuela.

Sintió un alivio particular al creer que no tenía nada que ver con lo que Renzo le había contado hacía unas semanas. Ya que no logró saber con certeza lo que había sucedido.



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En el texto hay: misterio drama

Editado: 12.05.2024

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