Jareth
Subo la última maleta a la cochera y apenas la cierro, camino en dirección a una chica mucho más relaja y animada a cuando llegamos, que me devuelve la sonrisa. Una vez a su lado veo a mi padre que mantiene una mirada seria en su rostro, a Elodia tratando de ocultar una sonrisa y procurando no dejar de aparentar madurez, y a Cody, quien está triste porque llegó el momento de despedirse.
Me agacho para quedar a la altura de mi hermanito y le alboroto el cabello en un gesto cariñoso—. No estés triste campeón, estaré de vuelta antes de que lo notes —le animo, aunque sé que no es cierto, y cómo me gustaría simplemente meterlo en el coche y llevarlo conmigo.
Si por él fuera me tendría que quedar aquí o vendría cada fin de semana, después de todo no estoy tan lejos y mi padre tiene el dinero más que suficiente como para estarme llenando el tanque. Sin embargo, no volveré si acaso hasta dentro de unos tres meses y si no, será hasta dentro de cinco; y el único motivo por el que lo haría sería por la misma promesa que le hago cada vez que vuelvo a poner un pie aquí.
—Te voy a extrañar.
Lloriquea, dando un paso en mi dirección para enseguida arrojarse a mis brazos con tal impulso, y debido a que me encontraba equilibrando mi peso sobre las puntas de los pies, que termino cayendo al piso con él a cuestas. Cody suelta una risita contra mi pecho, y cuando levanta la cabeza me encuentro con sus ojitos cristalizados. Sé lo triste que está, porque cuando me vaya volverá a estar solo todo el tiempo.
—Yo también, Cody. Te quiero.
Me incorporo y lo dejo en los brazos de Elodia para que irme sea más fácil, puesto que por lo general suele sujetar mi pierna o se echa a llorar desconsoladamente para evitar que me vaya, cosa que en este momento no creo poder controlar del todo.
La situación me hace sentir como un terrible hermano mayor, porque en lugar de asegurarme de que esté bien y no le haga falta nada, yo mismo huyo de todo lo que conlleva llevar el apellido Morrison.
Savannah ya se había despedido de ellos, por lo que con un simple Adiós de mi parte, avanzamos hacia el coche y nos subimos al mismo.
—No eres un mal hermano —afirma a la vez que se abrocha el cinturón como si hubiera leído mis pensamientos.
—¿Cómo...?
—¿Que cómo lo supe? —me interrumpe mostrándome una sonrisa divertida—. Creo que después de pasar tanto tiempo juntos hemos aprendido a leernos, ¿no lo crees, Morrison?
No le respondo, por más de acuerdo que esté con sus palabras. Simplemente enciendo el auto y emprendemos nuestro viaje de regreso al internado.
Para ser sincero no sé cómo describiría estas vacaciones, y no por el hecho de que hayan sido malas, en cambio, han ido estupendas. Pero han pasado demasiadas cosas, por ejemplo, he vuelto a besar a la chica que me gusta, mas ni ha sucedido de nuevo ni hemos hablado de ello como para saber en qué posición nos deja eso, porque con ella estaría más que dispuesto a entablar una relación seria, y quién sabe, quizás hasta formar una familia en un futuro, si así lo quiere ella también.
Me gustaría sacar el tema y decirle cómo me siento, pero me aterra que reaccione igual que la última vez, no solo porque eso significaría ser rechazado, sino porque en esa ocasión nos alejamos del otro, y eso es lo que menos quiero.
Desearía tener la certeza de que ha superado esa parte de su pasado que le dice que no merece ser feliz, y así como se ha permitido volver a tener amigos, esté abierta a la idea de un noviazgo. Pero en fin, el que no arriesga no gana, así que sacaré el tema en cuanto lleguemos.
—Estás muy callada, bonita.
Digo sin separar mi vista del camino, pero al no obtener respuesta después de un buen rato, la miro de reojo, alcanzando a vislumbrarla acomodada en el asiento de lado y profundamente dormida.
Tras haber conducido hora y media, y haber partido sin desayunar, me detengo en un McDonald’s al sentir el hambre expandirse en mi interior. Y a pesar de que mi intención era bajar y pedir algo para llevar, terminamos comiendo en el establecimiento a petición de Savannah, quien se despertó en el momento en que me bajé del coche.
El reloj marca las 10:42a.m. cuando retomamos nuestro camino.
Habíamos desayunado acompañados por una amena conversación y algunas risas, ya sea por las bromas que nos hacíamos, o los chites, y por recuerdos que compartimos.
Todo era divertido, simple y fácil con ella, todo menos la parte de iniciar una relación.
Durante el resto del camino continuamos con nuestra conversación, y cuando ésta parecía extinguirse terminábamos cantando alguna canción que se reproducía en el estéreo.
El viaje me resultó mucho más rápido que la última vez, pues en menos de lo que cantaba un gallo ya habíamos llegado a New York. Pero en lugar de dirigirme directamente al internado estaciono en un parque cercano al mismo, con la intención de hablar con ella sin tener a nuestros amigos merodeando por ahí, puesto que la mayoría ya habían regresado de sus casas a lo largo del transcurso de la semana, y sabía que sacárnoslos de encima sería una tarea complicada.
—¿Qué hacemos aquí? —inquiere confundida, desabrochándose el cinturón para descender del carro.
Ignoro su pregunta no queriendo alertarle de mis intenciones y simplemente me bajo.
Una vez Savannah me ha seguido le pongo el seguro al coche y avanzo en dirección a una de las bancas. Tomamos asiento y permito que el silencio nos envuelva mientras busco alguna forma de expresarle mis sentimientos sin que quiera huir de la situación apenas comience a hablar.
—¿Está todo bien?
Alzo la cabeza hasta toparme con sus ojos, encontrándome en ellos gran preocupación, por lo que le muestro una sonrisa, intentando demostrarle que todo estaba bien.
—Sí, solo... tenemos que hablar —sentencio en un tono sereno, sin embargo mis palabras no hacen más que ponerla en alerta y casi estrello mi mano contra mi cara por haber pronunciado esas palabras.
Editado: 29.12.2023