La última venta se realiza y el empleado del mostrador cierra la farmacia.
Otro día más para sumar a la semana rutinaria.
Un habitante de la ciudad regresa a su casa; en medio de la noche y de las cuatro calles que separan el trabajo del hogar. Algunas veces concurridas y otras veces casi solitarias.
Primero, hay que pasar por la entrada principal de la unidad habitacional, compuesta por edificios color rojo con franjas grises; veinte en total, acomodados en números iguales a ambos lados: a diestra y siniestra. Al llegar a su edificio, tiene que subir las escaleras de cemento hasta llegar al cuarto y último piso. Llega a la puerta principal del departamento donde vive, introduciendo la llave en la perilla.
Es la época de invierno, provocando que el frío se apropie de ese pequeño espacio llamado vivienda: una pequeña sala, dos recámaras y un baño.
«Otro día más», piensa el tipo.
La silla metálica de asiento forrado con hule cristal, sigue igual de incómoda y en buen estado. Al lado hay un restirador; una mesa para dibujantes que tiene algunos años de antigüedad.
El botón de inicio se oprime y la computadora se enciende. Hay que seguir con el segundo trabajo.
Antes de abrir el programa Word, el puntero se mueve hasta abrir la carpeta de música, seleccionando unas cien melodías de géneros diferentes.
Al escribir durante dos canciones consecutivas, los dedos dejan de teclear y la mirada se queda fija a la ventana de al lado, observando el cielo oscuro.
No pasa nada…
Al menos, alrededor.
_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_¤_
—¡Junta general! —ordena el yo-interior, entrando a un cuarto amplio de paredes blancas.
El hombre tiene treinta y cinco años; de pelo corto negro, lentes de media montura y barba de varios días.
No hay nada de adornos o muebles, a excepción de una mesa larga de plástico, plegable, que se encuentra cerca de una esquina; donde ambas paredes tienen ventanas grandes que permiten ver las arenas cafés del panorama exterior. Un simple foco ahorrador en espiral en el centro del techo, se encuentra apagado por el momento. La luz del exterior alumbra perfectamente todo el cuarto. Tal parece que el lugar se haya en el piso cuatro de un edificio alto, en medio de algún desierto.
Al tanto que el yo-interior mantiene la puerta abierta, el grupo de seis integrantes se sienta en sus lugares correspondientes. Una vez que todos han entrado, la puerta sencilla de madera y pintada de blanco se cierra.
—¿Ahora qué? —pregunta la anti-conciencia un poco malhumorado, casi en el centro de la mesa.
―Siara ya va a rescatar a sus compañeros y vamos a incluir a los cachorros de hienas; ¿sí o no? ―inquiere el yo-interior, sentándose a la izquierda del hombre que acaba de hablar. Se dirige con otro integrante de la pandilla reunida.
―Si los incluimos, todos pensarán que aparecerán más adelante en la historia. Su participación es muy corta; y cuando los adopten los chacales antropomorfos, daremos a entender que su historia está incompleta ―responde el cerebelo, mirando la pantalla de una laptop a través de sus lentes de pasta gruesa.
Está sentado en la esquina contraria del asiento del líder. Las sillas también son plegables y de metal.
―Tal vez, pero también podemos solo mencionarlos en esta ocasión ―opina la conciencia, sentado del lado derecho de la anti-conciencia―. Así los lectores podrán crear sus propias conclusiones de lo que les pasó después.
―¿Y sus nuevas mamás van a ser más amables? Los cachorros de hiena querían irse de la aldea porque decían que sus mamás eran muy malas ―dice el niño interior.
Él es un niño de ocho años, mas puede cambiar de edad a voluntad; desde los siete hasta los dieciséis años. No se distrae mientras juega en su Nintendo Switch portatil. Está acomodado a la izquierda del yo-interior.
Su pelo es rizado (le llega a la nuca) color negro, sus ojos son café. No usa lentes. Viste camiseta color blanco, pantalones Jeans color azul claro y tenis Converse negros; sobre la camiseta, lleva una camisa desabrochada de manga corta, estampada con un diseño cuadriculado, mostrando diferentes tonos de azul. Sobre el cuello tiene unos audífonos grandes.
Todos le llaman Ricardito.
―Oigan. Tengo una sensación de Déjà vu ―interrumpe la anti-conciencia.
Los seis compañeros y el jefe voltean a verlo.
—¿Ustedes no tienen esa sensación? —inquiere el sujeto, parándose y volteando a las caras de los presentes.
Su gabardina estilo gótico de mangas largas se mueve junto con él, al igual que un gran medallón en su cuello. No usa camiseta, dejando su pecho al descubierto. Complementando la gabardina, están unos pantalones negros de cuero y botas negras con suelas altas. Como siempre, su pelo es corto y de color negro con varios rayos color rojo oscuro, luciendo un peinado alborotado; varios flecos le llegan a la ceja derecha, casi tapando el ojo.
Su ojo izquierdo tiene la esclerótica y pupila negra, mas su iris es de color naranja; en cambio, su ojo derecho es completamente blanco, sin pupila ni iris. Alrededor del ojo derecho, parece que tiene varias rayas finas color celeste claro tatuadas en la piel.