ADVERTENCIA: TODAS LAS COPLAS ESCRITAS EN ESTA HISTORIA SON DE LA AUTORÍA DE ALFREDO ZITARROSA.
Lord Anthony Moore iba caminando a la casa de su prometida. Lady Amelie, nieta del duque de Hastings. Anthony, era el conde de Devington, tenía veinte años, era rubio y de ojos azules. Su contextura era delgado y tenía la sonrisa más encantadora de todo Londres o eso decían las madres casaderas.
Llevaba un ramo de flores, unos jacintos para ser exactos. A Amelie le encantaban los jacintos, ya que le encantaban los ojos de Anthony y el azul de los jacintos se los hacía recordar. Él ya había hablado con los duques y los condes de Addington, sus padres y aprobaron la unión. Muchos de sus amigos creían que estaba loco por casarse tan joven, para él era muy difícil explicarles cuan enamorado estaba.
Al llegar a la mansión, el mayordomo de la casa abrió la puerta.
―Buenas tardes, milord.
―Buenas tardes―lo saludó Anthony― ¿Se encuentra Lady Amelie?
―Sí, mi lord. Pase usted.
Caminó por el umbral de la casa hasta llegar al salón de visitas y tomó asiento.
―Lady Amelie debe estar en su habitación, le informaré de su visita. Por lo pronto ¿Desea tomar algo?
―No, muchas gracias.
―Con permiso, mi lord.
El mayordomo le hizo una reverencia y se marchó.
Había algo característico en Anthony Moore, Conde de Devington. Él siempre les agradecía a los sirvientes sus servicios. La mayoría de la aristocracia londinense, no les daba las gracias porque eran "sirvientes" y ese era su deber.
Anthony comenzó a moverse incómodo en el sofá. Siempre le pasaba eso cuando iba a verla; era tanto el amor que sentía por ella que a veces pensaba que se iba a ahogar con él. De repente escucho risas, una masculina y una femenina. Provenían de la puerta que estaba al fondo del salón. Anthony se levantó y se acercó a la puerta y pudo deducir que la risa femenina era de Lady Amelie.
Se acercó un poco más para escuchar la conversación.
―Lady Amelie, todo Londres se ha enterado de su compromiso con el Conde de Devington―le dijo Gabriel Basset, íntimo amigo de ella y primo también.
―¡Tonterías!―Exclamó Lady Amelia―Sólo le dije que sí para que dejara de acosarme. No tengo ningún interés en él. Es guapo, sí, pero jamás me casaría con un hombre más agraciado que yo. Además no me gustaría vivir con él y que siempre las mujeres lo busquen y se desmayen a sus pies.
―Pero posee una gran fortuna y un título.
―Gabriel, en este mercado las mujeres tenemos que pensar con la cabeza. Yo le dije que sí para mantenerlo allí, también le estoy dando alas al marqués de St. Paul, que no tiene mucho dinero, pero es un marqués. Y estoy casando al Conde de Westhampton, Lord Erling. Él es mi meta.
―Entiendo. Es el hijo del Marqués de Westhampton y este es el hermano del duque; pero como el duque no tuvo hijo varón, el ducado pasará a Erling en un futuro.
―¡Exacto! y por eso tengo que mantener la falsa fachada de "Niña buena y bondadosa".
―Eres mala, Amelia―le dijo Gabriel y ambos rieron.
A Anthony se le subió la sangre al cerebro. ¿Cómo era posible que él le haya entregado todo su amor a una mujer y esta solo lo considere un peón? Si tanto le molestaba su rostro, él hubiese tomado un cuchillo y se lo hubiera rajado. Sólo por ella. La infidelidad tampoco habría sido problema, ella iba ser el único objeto de su adoración. Ella y solo ella. Tenía la cerradura de la puerta apretada con fuerza dispuesto a entrar.
―No vale la pena, milord―le susurró el mayordomo.
―¿Usted sabías sobre esta farsa?―Le preguntó Anthony dándole la espalda.
―Sí, milord. Quería que se diera cuenta a tiempo. Usted es un buen hombre y no merece eso. Por eso le mentí diciéndole que ella estaba en su habitación, porque sabía que usted podía escucharla.
Anthony asintió y abrió la puerta de golpe.
Ella lo miró horrorizada―¿Milord?
―El compromiso de cancela―y al decir esto se fue.