Coral de Fuego

Capítulo XXVIII

ALEC

Un día para el baile y el ambiente cada vez estaba peor. Paloma sabía algo, pero como siempre, no me decía nada sin aplicar presión. Pero poco sabía que esta vez no necesitaría de ella para enterarme de lo que estaba pasando. Pues alguien llamó a mi puerta, y mucho me sorprendí de encontrarme con un cabello de chinos rubios parado frente a mi puerta.

—Alec, crees que pueda hablar contigo un momento, es importante— empezó Isa. 

El hecho de que chicas toquen a mi puerta no es algo nuevo, pero no me estaba gustando esta nueva costumbre de que llegaran agitadas y preocupadas. 

—Claro, pasa. ¿Todo bien?

—Todo mal —entró y tomó asiento en el sillón junto al librero de mi habitación—. Si digo algo aquí, nadie más se entera ¿verdad?

—Si te refieres a que, si voy a decir algo, no, si tu no quieres, yo no compartiré nada de lo que digas en este momento. 

—¿Y hay alguna manera en que alguien pueda escuchar lo que diga?

—No que yo sepa, pero si te hace sentirte más segura puedo crear una barrera para evitarlo. 

—Te lo agradecería mucho. 

Okey, esto es inusual y de alguna manera inquietante. Isa, la chica que rara vez se ve estresada, lo está. Vino pidiéndome ayuda cuando sé que no recurriría a mi a no ser que sea su única opción. Para lo que vino no puede ser nada bueno 

—Dale Isa, la barrera ya quedó. Dime ¿en qué te puedo ayudar?

—¿Has recibido alguna carta últimamente?

—El correo no llega aquí, ¿tú has recibido alguna carta últimamente?

—Muchos hemos recibido cartas. No se si lo has notado, pero el ambiente en el internado no es lo que solía ser. 

—Sí, lo he notado. Háblame más de estas cartas.

—Llegó una a nuestro dormitorio el día de ayer. Estaba dirigida para las tres; pero la carta decía que pronto yo recibiría una carta sólo para mi. Apareció hoy en mi carpeta. Dice que mis padres están muertos. ¿Es cierto? —lagrimas se asomaban en sus ojos y buscaban la verdad en los míos. 

—Isa, lo lamento mucho— cubrí sus manos con las mías, pero aunque lágrimas resbalaron por su rostro, el llanto que esperaba nunca llegó. 

—¿Hace cuanto?

—La semana pasada. 

—Realmente deseaba que me dijeras que me estaban mintiendo, que todo sólo era una broma pesada—toma un largo respiro y después continúa—. De todos modos, creo que deberías leer la carta. Te la doy porque tengo la seguridad de que no pueden cumplir la amenaza y porque no hay ninguna posibilidad de que haga lo que me piden. Pero deberías saber que no soy la primera que recibe una, y si a mí me piden esto, no me puedo ni imaginar lo que le piden al resto. Aparte, sé que no saben todo, aunque aparentan que sí.

Isa me extendió un sobre abierto con su nombre y apellido en él. Y entonces empecé a leer:

«Querida Isabel Vogel,

Prometimos que escribiríamos y así mantenemos nuestra palabra. Como serás consiente, el documento ha revelado tu apellido y no ha sido tan complicado encontrar a alguien que aceptara hacerte llegar la carta.

Lamentamos ser portadores de malas noticias, pero es hora de que sepas que tú y tus hermanos ahora son huérfanos. Nuestras más sinceras condolencias, sabrás que no son cosas personales. Dos han caído y quedan cinco. Es bueno tener familias numerosas ¿no lo crees? Así siempre queda alguien más. Quieres proteger a tus cuatro hermanos, has lo que te pedimos y te prometemos eliminar los nombres de tus hermanos de la lista, quitaremos los blancos de sus cabezas y podrán continuar con sus vidas como hace mucho hacían. Pero así es, sólo el de tus hermanos, pues para salvarte a ti alguien más tendrá que hacer un sacrificio.

Mañana es el baile, y en él, sólo te pedimos una cosa. Encuentra la manera de proyectar la siguiente lista: los nombres y el valor que tiene la cabeza de cinco de tus compañeros. 

Haz lo que te pedimos y tus hermanos estarán seguros.

Con afecto, 

La Orden de Angerona.»

—¿Por qué me muestras esto?

—Tres de mis hermanos están en el Internado y el cuatro falleció hace un par de años en un accidente automovilístico. Por eso sé que la Orden no sabe todo. Tenían mal la información de mi familia, y aunque es verdad que mis padres siempre ocultaron el detalle de la muerte de mi hermano por la seguridad de la familia y continuaron con su vida como si mi hermano aún viviera, la Orden no lo sabe. Así que eso me da la certeza que hay algunos secretos que desconoce y espero esa misma falla tengan sus amenazas.

—Gracias Isa, por confiar en mi. Pero no estoy seguro qué puedo yo hacer por ti. 

—Lo que quería para mi ya lo has hecho, has confirmado la muerte de mis padres, realmente es por los gemelos por los que me preocupo. 

—¿Qué quieres decir?

—Sus cabezas son las que más valen. Según los planes de la Orden, mañana por la noche todos deben saber cuanto valen las cabezas de los gemelos. De los gemelos Salavert. No creo que yo sea la única con esa tarea. Debe haber otros con la misma información que yo. Por lo menos otra persona en el internado ya conoce mi apellido, no me sorprendería que así sea con ellos.

El escuchar el apellido salir de los labios de Isa me provocó un escalofrío demasiado fuerte. Los apellidos comenzaban a ser de dominio público y si había más cartas como la de Isa rondando el internado, eso explicaba a la perfección el ambiente tan sombrío de la última semana. 

—Y disculpa la pregunta, pero ¿qué te hace tan segura de que yo puedo hacer algo al respecto?

—Alec, no soy de una familia que conoce los secretos de las demás, pero soy observadora y mi familia si tiene los conocimientos de la historia. Sé por hecho que no es coincidencia que te convirtieras en nuestro jefe de pelotón justo la semana que Nat llegó al internado. Sé que tus talentos son dignos de un Lux Aurea, y por lo que había visto en entrenamientos y ahora estoy segura por su apellido, Nat es la heredera al apellido Salavert, la misma de la que habla la profecía. Estás destinado a estar con ella. Y ese destino te une de forma tanto física como emocional con ella. No creo que quieras que camine con un blanco aún más grande en su cabeza. 




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