Corazón bajo fuego - Changbin Skz

Capítulo 1

Cuando me mudé a Corea, supe que sería un cambio radical en mi vida. Mi nombre es Kim Dana, y soy una chica mixta coreana. Mi padre es coreano y mi madre es extranjera, y crecí entre dos culturas muy diferentes. Desde pequeña, soñaba con volver a la tierra de mi padre para estudiar y trabajar. Finalmente, ese sueño se hizo realidad cuando fui aceptada en la universidad Yonsei en Seúl.

El primer día en Seúl fue una mezcla de emoción y nervios. Llegué con mis maletas y una cabeza llena de esperanzas y expectativas. La universidad Yonsei era tan impresionante como había imaginado. El campus era hermoso, con edificios históricos y modernas instalaciones.

—Hola, soy Kim Dana —me presenté con una sonrisa, tratando de parecer más segura de lo que me sentía.

—Bienvenida, Dana. Soy el profesor Will, encargado de tu orientación. Si necesitas algo, no dudes en preguntar —me respondió un hombre mayor con una sonrisa cálida.

Los años en Yonsei fueron desafiantes. Las noches estudiando hasta tarde, los exámenes interminables y la competencia feroz fueron una constante, pero también encontré amigos y mentores que hicieron el camino más llevadero. Una de mis compañeras, Yeji, se convirtió en mi mejor amiga.

—Dana, ¿quieres ir a la biblioteca a estudiar juntas? —preguntó Yeji un día después de clase.

—Claro, me vendría bien una compañía —respondí, agradecida por su invitación.

Después de graduarme con honores, logré ingresar al Hospital Nacional de Corea en Seúl. Era un logro monumental para mí, y sentí que todo mi esfuerzo había valido la pena. El primer día en el hospital fue abrumador. Los pasillos estaban llenos de médicos y enfermeras moviéndose rápidamente, y el ambiente era de una seriedad palpable.

—Bienvenida, doctora Kim. Soy el Dr. Park, el jefe de cirugía. Te asignaré al equipo de urgencias para que te familiarices con el ritmo del hospital —dijo un hombre enérgico con una mirada aguda.

—Gracias, Dr. Park. Haré lo mejor que pueda —respondí, sintiendo el peso de la responsabilidad.

Los primeros meses fueron intensos. Trabajé incansablemente, aprendiendo y creciendo con cada experiencia. Cada paciente era un desafío y una oportunidad para mejorar mis habilidades.

Un día, durante una cirugía complicada, el Dr. Park me observaba atentamente. Sentía sus ojos evaluándome, pero también confiaba en mi capacidad.

—Dana, estás haciendo un buen trabajo. Mantén la calma y sigue así —dijo con voz firme pero alentadora.

Esa pequeña frase me dio la confianza que necesitaba para seguir adelante. Con el tiempo, mis esfuerzos fueron reconocidos y me ascendieron a un puesto de mayor responsabilidad. Fue entonces cuando me asignaron un becario, un chico llamado Félix.

Félix tenía rasgos marcados y unas pecas adorables. Desde el primer momento, supe que congeniaríamos. Ambos éramos mixtos y compartíamos una historia similar de identidad dividida entre dos culturas.

—Hola, soy Félix. Es un placer trabajar contigo —dijo, extendiéndome la mano con una sonrisa cálida.

—El placer es mío. Yo soy Dana y espero que podamos aprender mucho juntos —respondí, devolviéndole la sonrisa.

Félix y yo nos complementábamos perfectamente en el trabajo. Sus habilidades y su actitud positiva hacían que las largas jornadas fueran más llevaderas. Nos entendíamos sin necesidad de muchas palabras, y pronto formamos un equipo formidable.

Una tarde, después de una cirugía exitosa, estábamos en la sala de descanso:

—Dana, realmente aprecio todo lo que me has enseñado. Siento que he aprendido más aquí en unos meses que en todos mis años de estudio —dijo Félix, sinceramente.

—Tú también me has enseñado mucho. Me encanta trabajar contigo —respondí, sintiendo una profunda gratitud por su apoyo.

El tiempo pasó, y aquel chico australiano se convirtió en una parte integral del equipo. Cuando fue contratado como parte del personal fijo, lo celebramos con entusiasmo. Fue un logro merecido y un testimonio de su dedicación y talento.

Poco después, se nos asignó un nuevo becario, Seungmin. Desde el principio, era evidente que Seungmin tenía una personalidad muy distinta a la de mi ahora mejor amigo, Félix. Era más serio y reservado, pero detrás de su exterior tímido, descubrimos a un bromista nato.

Una mañana, mientras estábamos en la sala de descanso, Félix apareció con su nuevo uniforme del hospital. Se acercó a Seungmin, quien estaba revisando unos informes.

—Oye, Seungmin, ¿qué opinas de mi nuevo uniforme? —preguntó Félix, haciendo una pequeña vuelta para mostrar su atuendo.

Seungmin levantó la vista y, con una expresión seria, respondió:

—Es horroroso, pero nos obligan a llevarlo —dijo sin inmutarse, para luego soltar una carcajada.

No pude evitar reírme al ver la cara de Félix. Esa era una de las características de Seungmin que aprendí a apreciar: su sinceridad desarmante y su sentido del humor directo.

Trabajamos juntos como un equipo bien engranado. Félix y Seungmin aportaban sus propias fortalezas y, aunque sus personalidades eran diferentes, lograban equilibrarse y hacer que el ambiente de trabajo fuera agradable y productivo.

Como líder del equipo, me aseguré de que todos se sintieran valorados y escuchados. Cada día era una nueva oportunidad para aprender y crecer juntos, y con cada paciente que tratábamos, fortalecíamos nuestro vínculo profesional y personal.

Con el paso del tiempo, nuestro equipo no solo se convirtió en un grupo de trabajo eficiente, sino en una pequeña familia dentro del hospital. A pesar de las diferencias, la conexión que compartíamos como personas mixtas y profesionales dedicados nos unía de una manera única y especial.

Y así, cada día en el Hospital Nacional de Corea era una nueva página en la historia que estábamos escribiendo juntos, con risas, desafíos y logros compartidos. Estaba segura de que, con Félix y Seungmin a mi lado, cualquier cosa era posible.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.