Trece días han pasado desde el primer día de clases. Hoy, sábado, me encuentro completamente nerviosa. Me espera un largo —y agotador— día. Voy a estar en el club hasta las 15:00 de la tarde, supongo que nadaré un poco y correré también, ya que serán mis últimos días como socia del lugar. Volveré a mi casa para bañarme y a las 18:00 p. m., con las chicas, nos reuniremos en la casa de Belén para prepararnos para ir a bailar a Summer. Eso último me tiene fuera de mis casillas; no sé cómo será y tampoco es de mi estilo el «ir a bailar» a un antro, aunque tampoco me he dado la posibilidad de intentarlo. Un colegio está juntando dinero para hacer la fiesta de egresados en el lugar y, gracias a un boleto que nos dieron, podemos entrar teniendo dieciséis años. Gala permanentemente habla del chico ideal que encontrará en pleno baile —como le pasó a su mamá—, Celina estuvo algo preocupada porque temía que no la dejasen y Belén repite todo el tiempo la frase «¡ya quiero que sea el momento!». Me siento un poco mal porque soy la única que no tiene ganas de ir.
Tal vez sea el miedo. Es parte del mundo al que nunca crucé.
Tengo un primo que me dice que yo no soy una adolescente, que soy aburrida. Él es muy distinto a mí, a él le gustan las fiestas, acostarse con cualquiera y el alcohol; sale siempre que puede, incluso si no es fin de semana. Nuestra abuela nos dice que somos como el agua y el aceite, supongo que tiene razón. Pocas veces la he visto, ella vive en España, como la mayor parte de mi familia. Un par de años pudieron venir a Argentina a visitarnos, pero no siempre eso es posible. Estos días no he hablado con ellos ni he podido escribir nada. El colegio me mantuvo bastante ocupada; las materias que tengo este año son algo complejas, sobre todo matemática y economía política. Tengo solamente dos días sin contraturno, y nos están mandando bastante tarea de investigación o comprensión.
Owen tampoco sale de mi cabeza, aunque luego de ese extraño episodio en la parada del bus, a duras penas puedo intercambiar diálogo con él. De hecho, durante cuatro días faltó al colegio. Y cuando la preceptora le preguntó los motivos, él respondió que estaba enfermo. Supongo que eso puede pasarle a cualquiera. No lo he encontrado nuevamente fuera del colegio; es como si él desapareciera al tocar la campana. Él es un misterio.
Es temprano aún, son las diez de la mañana. Mi madre está despierta tomando mate mientras organiza unos documentos del trabajo; papá, por su parte, sigue dormido.
—Buenos días, Emma —dice Eliana, mi madre, al verme—. ¿Qué haces despierta a esta hora?
—Quería ir al club —le respondo a mamá.
—Ah, está bien. ¿Comerás allá? —cuestiona, levantando la mirada del montón de papeles.
—Síp. Ahora mismo voy a preparar todo —sonrío y ella también me responde con una sonrisa antes de volver a su trabajo.
Agarro mi bolso blanco y negro y meto dentro de él un toallón, un gorro azul de piscina (que tenemos que usar las chicas para meternos al agua), un desodorante, mi libro preferido y un perfume —eso último por si las dudas—. Luego, camino hacia el baño y me pongo mi bikini preferida: una en conjunto: celeste arriba, negra abajo. Y, para finalizar, me pasó el bloqueador solar. Odio esa cosa pegajosa y la sensación que te queda en las manos después de untar.
Busco un short celeste claro en mi armario, una remera básica y unas modestas ojotas negras.
Listo.
Tomo un poco de dinero de mis ahorros y me encamino fuera de casa.
El cielo está despejado y hace muchísimo calor. Tengo ganas de llegar pronto antes de que me derrita en la vereda. Veo a la gente pasar, algunos tranquilos y otros locamente apurados tocando bocina. Todos están en un mismo sitio, sin darse cuenta realmente que forman parte de un mismo paisaje.
Cada persona es una vida, y cada vida es un mundo. Y bueno, yo soy una en miles y miles.
La palabra que utilizó Owen para describirme, «diferente», aún resuena en mi cabeza. ¿En qué soy diferente? Hay millones de personas. Más bonitas, más inteligentes, más interesantes. No es que yo no lo sea pero, en verdad, no entiendo lo que él dijo. Inclusive esto que yo debo sentir no es único, seguro muchas chicas y chicos se sienten de igual forma.
El club es tranquilo a esta hora, los árboles verdes brillan bajo el sol y se mueven al compás de la brisa que corre sigilosa. Hay varias personas trotando o entrenando, y otras tomando un café en el comedor. El lugar es gigantesco: inmenso a lo largo y a lo ancho. En todo el tiempo que tuve no pude llegar a recorrerlo por completo; además, casi siempre me dirijo a la pileta o a la zona de picnic para leer.