—Ojitos soñadores, boca ligeramente hinchada, Patrick hace bien su trabajo ¿huh?
—¡Alex!
Una risa estrepitosa brotó del león rubio que la esperaba en los asientos de metal pegados a la pared en la zona de espera de la estación de policía, cuando Tanya apareció por el pasillo, Alex despegó su mirada cristalina de la revista de moda que de seguro tomó por aburrimiento, y soltó ese comentario en voz baja, con ceja arqueada, sonrisa pícara y el brillo alegre, deslumbrante.
Un león feliz al saber que estaba teniendo razón...
—¿Que hice? —Inquirió, compuso una mirada inocente a la vez que se encogía de hombros.
—Vámonos.
Soltando un resoplido, Alex dejó la revista tirada en su asiento, ganándose una mirada furiosa del oficial en la mesa de entrada.
—Al menos deja las cosas en su lugar, gato —protestó el hombre.
Alex no hizo caso, caminó hacia la salida, su cuerpo demasiado cerca, llevado hacia adelante de una forma protectora cuando pasaban por el lado de los oficiales.
—No es como para que actúes así —dijo al estar afuera.
Alexander le miró de reojo, aspiró un poco y sus ojos se volvieron los del león.
—Una ruda sesión de besos provoca que las esencias se mezclen, todo en ti me grita que me mantenga lejos o tendré las garras del Alfa en mi cuello.
Un sentimiento extraño comprimió su corazón al oír esa verdad, descrita de una manera tan simple pero brutal, Alex ya no bromeaba al respecto. Y ella no pretendía hacerlo tampoco, aunque no tuviese nombre para esto, el hormigueo que despertaba únicamente cuando lo tenía cerca, la manera en que hacía reaccionar su cuerpo, eran sensaciones crudas que no esperaba sentir por una clase de hombre así.
Había una alarma sonando potente en su cabeza, pero por primera vez, ya no quería huir.
—No es el momento.
—Es un asunto privado, entiendo, mira.
Alex le hizo un gesto cuando giraron hacia la zona de estacionamiento. Como lo prometió, Evan Hatchet los esperaba en su camioneta roja, el Alfa del clan Fire Heart estaba demasiado tranquilo como para ser un cambiante en territorio ajeno. El suéter negro de cuello alto resaltaba la fría claridad de sus ojos azules, no como los de Alexander que mostraban una tibieza amable.
—¿Cómo ha ido todo? —Preguntó, el cándido tono de voz desmentía la frialdad de esa mirada.
Evan giró hacia ellos, observándolos desde el capó de la camioneta donde estaba sentado, los mechones que sobresalían del gorro de lana azul oscuro cayeron sobre su frente.
—Patrick aceptó firmar el contrato —Tanya respondió al detenerse, las manos le sudaban un poco dentro de los bolsillos de su chaqueta de mezclilla—. Admitió quedar en deuda contigo.
Alexander pasó el peso de una pierna a la otra al oír eso, el león rubio se detuvo un paso adelante, pero dejando más distancia entre ambos. De nuevo, tenía una postura hacia ella que le era difícil de asimilar, la protegía mucho más que antes. Tanya sabía que era parte de su naturaleza, proteger a las hembras de otros machos, sobre todo si eran frágiles, aunque ella no se consideraba a sí misma de esa forma, sin importar ser otra humana más entre millones, pero Alex no entendía que Evan no representaba peligro alguno para ella.
No sabía como explicarlo, pero veía algo en él que le decía que era un hombre decente, no lo imaginaba lastimando mujeres porque sí.
—Tómenlo como un adelanto —dijo, y se impulsó hacia adelante usando el parachoques delantero como base, Evan aterrizó ágil contra el concreto, Tanya retrocedió, detuvo a Alex quien parecía ir a la carga—. No hay deuda, por ahora.
—Te muestras demasiado conciliador para liderar un clan que odia a los leones —comentó Alex, dudando.
Evan volteó hacia el cocinero, dos depredadores mirándose fijo el uno al otro, considerando si era seguro confiar en las palabras.
—No todos los leones son iguales, ¿cierto? —Una breve sonrisa antes de que Evan girara hacia ella—. Todos tienen el beneficio de la duda.
Lo rodeaba un aura de poder y misticismo con cada movimiento fluido de su cuerpo atlético, tal vez fuera por la impresión misma o por el hecho de que era uno de los pocos leopardos de las nieves en todo el mundo.
—Ojalá resuelvan lo de sus tierras —dijo, con la puerta de la camioneta eléctrica a medio abrir—. Suerte.
Moviéndose para que el leopardo pudiera dejar el estacionamiento, Tanya lo siguió con la mirada. El sol de la mañana era una tibieza contra su piel pero el aire continuaba frío, un roce en su brazo le hizo cambiar su atención.
—Puedes regresar mañana —Alex dijo, sin abandonar su postura tensa, su mirada atenta al horizonte, tenía sus sentidos trabajando para identificar amenazas—. Tenemos que regresar.
Mientras Alexander manejaba la camioneta de Patrick, un poco nervioso por si le detenía algún oficial de tránsito del pueblo, Tanya trató de buscar algo que hubieran pasado por alto los investigadores, fue una tarea demasiado difícil pues las sensaciones picaron su piel cuando los recuerdos de esa “sesión de besos” obstaculizando mantener la cordura en estos momentos.
—¿En qué piensas?
La bruma de la mañana se iba disipando con el ascenso del sol, aún así la visibilidad en el horizonte era baja para cualquier humano. Alexander estaba más tranquilo en la ruta, su melena rubia iba controlada en una moña atada con una liga celeste. Fue la burla de la mañana, pero Alex la había usado por Naiara, pues esa liga se la había regalado ella el día anterior y el cocinero prometió usarla de vez en cuando.
Le sorprendía las cosas que un orgulloso león podía hacer para alegrar a un cachorro, ayudaba bastante que no tuviera vergüenza alguna.
—En nada.
—Mientes tan mal...
Tanya rió por lo bajo, al mirarlo a profundidad notó que hacía un sobre esfuerzo al ver el horizonte, ¿tendría problemas de visión? Lo apuntó en la primera revisión del día cuando estuvieran en la casa matriz.
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Editado: 16.06.2020