No era sorpresa encontrar tanta gente dispuesta a colaborar.
Josef, al día siguiente, había dado como sugerencia poner un buzón en la plaza del pueblo, para que la gente tenga la libertad de contarnos que era lo que sucedía con la gente. La idea no le desagrado y dio el visto bueno. Los soldados estaban ayudando a instalar la gran caja de madera en una pared frente a la fuente.
—Espero que funcione —Dijo, con las manos metidas en sus bolsillos —. La última vez solo fueron chismes de mal gusto.
—La última vez —se rio Josef — encontré una familia entera que se estaba escondida detrás de una pared. Confía en mí, funcionara.
— ¿Tengo que confiar en ti? —Klaus lo desafío, frio y su tono de voz no le pasó desapercibido.
—Por supuesto, estamos en el mismo bando —le sonrío, pícaro — ¿No has visto a nuestra afable vecina el día de hoy?
Klaus tardo en responder, porque no sabía que contestar.
No la había visto y la había buscado. Cuando se despertó a las 6 en punto de mañana y paso frente a la puerta de su habitación, no encontró más nada. Solo su cama hecha y sus cosas perfectamente ordenadas. Su olor, aquel dulce aroma que no lo dejo dormir mucho, pululaba entre las 4 paredes de la habitación y se alejó rápidamente de ahí antes de que se vuelva adicto a su aroma.
—Se despierta muy temprano —dijo Elke cuando estaban en el desayuno —. Esta todo el día metía en esa biblioteca, me sorprende que todavía no haya renunciado a trabajar dentro de ese horrible lugar.
¿Qué era lo horrible?
¿Una mujer trabajando o una mujer inteligente rodeada de conocimiento?
Klaus no indago más y se despidió rápidamente de aquella insoportable viuda. Tenía trabajo que atender, soldados que disciplinar, y pensamientos que ignorar.
—No estoy pendiente a ella —contesto, sin tono — ¿Acaso no te dije que te concentres en esto? No podemos echarlo a perder.
—Querrás decir que tú no lo podrás echar a perder —corrigió, molesto —. Y para tu información, ya tengo datos sobre el paradero de esos bastardos. Muchos granjeros han tenido bajas de su ganado estos últimos días y algunos han visto huellas.
—Dejare que hagas tu trabajo —acoto —. Mientras tanto —se puso frente a frente, mirándolo directamente a los ojos —, aléjate de ella. Tenemos suficiente problemas como para que embaraces a otra.
—No eran míos —se defendió, frunciendo el ceño —. No dejo ningún cabo suelto y lo sabes.
Klaus no dijo más, ni siquiera podía seguir a su lado y se apartó dio la vuelta para dejarlo solo. Era un vil mentiroso y todos lo sabían. Miles de veces lo vio rodeado de mujeres y sin ningún pudor. Era consiente de como miraba a las mujeres, a todas ellas, con los ojos de un depredador.
Irónicamente Josef lo era. Había sido entrenado para cazar a la gente.
Klaus vio como sus soldados estaban con la mirada perdida, viendo como una mujer de buen caminar se acercaba a pasos firmes hacia la fuente, donde un par de niños estaban jugando con el agua de la misma.
Era ella.
Tenía puesto un vestido, ayustado al cuerpo y suelto de la rodilla para abajo, mostrando sus definidas piernas. El pelo negro azabache lo tenía suelto y, viendo con fascinación su largo, parecía brillar bajo el sol de la mañana. Mercedes se detiene a un lado de los chiquillos y parece estar diciéndole algo al varón más pequeño de los 4. Este parece avergonzado y se levanta del suelo empedrado para seguirla, sujetando su mano. Los soldados comienzan a lanzar comentarios cuando Mercedes pasa por su lado, sin siquiera mirarlos.
Klaus llega hasta ellos dando un par de zancadas, enojado y todos se ponen firmes al notar a su comandante.
— ¡Debería darles vergüenza! —Los riñe, a los gritos y empuja a uno que estaba con la camisa desabrochada, como si no le importara ni un poco estar en servicio — ¡Son soldados, pórtense como tal y vayan a hacer su trabajo!
Todos se ponen en marcha y, hecho furia, se da la vuelta para buscar a Mercedes. La biblioteca del pueblo queda solo a un par de cuadras hacia abajo, muy alejado del centro del lugar y casi escondida entre dos altas y grandes tiendas. Dentro, a sorpresa suya, había gente. Más que nada jóvenes, alumnos leyendo por simple gusto y otros realizando tareas escolares.
Encontró a Mercedes tirando de un carrito lleno de libros, pero no estaba sola. Josef, sonriendo burlón, la seguía de cerca, jugando con un libro en sus manos, mirando descaradamente la parte baja de la joven. Pisando fuerte se acercó.
—Señorita —la llamo y los ojos verdes de la joven se posaron en los suyos. Se aclaró la garganta y también la mente —. Lamento lo de hace rato, mis perdones, no volverá a ocurrir.
— ¿Esto tampoco, verdad? —ignoro su disculpa y miro a Josef —. Ya le he dicho que voy a aportar las cosas que sepa, y no sé nada.
—Rodeada de libros alguien dirá que sabe mucho —Josef se burló.
—Que la sabiduría y la inteligencia solo la tienen algunos, eso lo sé —lo miro sobre su hombros, desinteresada —. Si lo sabrá usted, es la pregunta aquí.
Mercedes lo fulmino con la mirada y se perdió entre los estantes de libros, ignorando a ambos.
—Maldita descarada —pronuncio con júbilo Josef.
—No es aquí donde tienes que hacer tu trabajo —lo enfrento, enojado —. No quiero volverte a ver holgazaneando donde no tienes que estar.
—Tranquilo, fiera —alzo la ceja hacia él, curioso —. Ya he mandado a buscar un par de cebos, la semana que viene ya estarán aquí. Frescos y nuevos, como te gustan a ti.
Klaus gruño en voz baja y lo tomo del brazo para salir de ese maldito lugar que olía exactamente igual a ella.
—Me prometiste nada de cebos —le recordó.
—Estos son más pequeños —aclaro, caminando a su lado —. Pasan desapercibidos y no notaran la falta. Solo harán trabajo doméstico, nada más y no pretendo que hagan mucho.
Suspiro fuertemente, cansado de la estupidez de su compañero. Él no tenía remedio alguno.