Klaus, a sus 28 años de edad, experimento algo que nunca había experimentado.
Desesperación
Ella no lo miraba, ni siquiera se dirigía a él cuando comían en la cena, ni cuando se presentaba en la biblioteca para tener alguna reacción tan común de su carácter. Pero nada sucedió por casi 2 semanas y eso comenzaba a irritarlo a tal punto que estaba echando fuego por la boca.
Sus hombres no se salvaron de él y le impartió vigilancia las 24 horas en todo el pueblo. Ni siquiera habían encontrado a los culpables, ni siquiera tenían una pista en concreto y nada de información útil. Todos los prisioneros del campo estaban dentro, nadie había desaparecido, ni mucho menos huido. El pueblo estaba lo bastante lejos para que no puedan sobrevivir si alguno se escapaba.
La consecuencia, el coronel Ancel Weber, hizo una visita. El viejo hombre decrepito de larga barba y ceño fruncido, no estaba feliz. A Klaus le aprecia estúpido que mencione aquello, porque su expresión no demostraba felicidad, ni alegría. Josef se mantuvo en silencio, las 2 semanas de puro trabajo lo dejaron fuera de su perímetro por un rato… solo uno muy corto.
—Las huellas indican que han estado por el sur y el norte —explico, señalando en el mapa —. No es posible que se trasladen tan rápido, el terreno es bastante irregular y hay muchos animales sueltos.
— ¿Cuál es su teoría teniente?
—Son 2 grupos —indico, redondeando el pueblo y luego dibujando flechas, desde el sur y el norte, apuntándolo —. Se dividen las tareas. Mientras uno distrae por el sur, el otro ingresa por el norte y distribuye los panfletos.
Weber suspiro, pensando seriamente el asunto. Klaus era inteligente, no por nada era el mejor teniente que tenía el tercer Reich. Hacia todo tan meticulosamente que era espeluznante su determinación para llegar a victoria. No había nada, ni nadie que no conquistara.
— ¿Y sus soldados?
—Estas escondidos en ambos lados —negó con la cabeza —. Pero 4 fueron atacados por animales y algunos casi mueren de hipotermia. Eso me da el indicio de que también conocen el terreno muy bien y saben cómo sobrevivir a él.
—Y que alguien del pueblo está ayudándoles —Josef suelta, ganando la atención de Weber.
Klaus lo fulmina con la mirada, enojado.
—No entiendo, creí que habían entrevistado a todos los aldeanos.
—Lo hicimos —asiente con la cabeza —. Pero particularmente hay una persona que no es de aquí y no supimos de su llegada hasta que nos instalamos.
—Querrás decir que tu no sabías —corrigió, casi asqueado —. Si hicieras bien tu trabajo, no tendrías que tener esa desconfianza.
—Perdona a Klaus —Josef sonrío—, es que esa persona le llama la atención.
— ¿Quién es? —Weber se metió, para calmar la tensión entre esos dos —. Si es extranjero no veo porque no habría que interrogarlo.
—Es solamente la bibliotecaria nueva del pueblo — escupió, enfurecido—. Josef la acuso de traición hace un par de días, porque daba clases para gente analfabeta fuera del horario y, como no tiene nada mejor que hacer, acuso falsamente a una mujer que enseñaba a leer.
Josef se paró, embravecido y se acercó hacia él para propinarle un buen golpe. Weber intervino, luego de salir de su sorpresa, y detuvo a los dos hombres.
—Quiero conocerla —sentencio.
Los dientes de Klaus chocaron cuando apretó la mandíbula tan fuerte que sintió un tirón de dolor. No quería que la viera, nadie si se podía, porque el solo pensar en un hombre cualquiera teniendo su atención lo irritaba.
Y él, luego de lo que hizo, volvió a ser un hombre cualquiera para ella.
Josef condujo a Weber fuera del campamento, llevándolo al pueblo y guiándolo por las calles empedradas. La biblioteca estaba como siempre, bien cuidada, limpia y con bastante gente dando vueltas.
Todos se quedaron quietos cuando vieron entrar a los altos mandos del ejército. El ambiente se puso aún más denso cuando se dirigieron a la joven de pelo negro. Estaba sentada en una silla, como si fuera una persona más y no la encargada del lugar, con las piernas largas cruzadas de una manera muy femenina, leyendo un libro y anotando cosas en una libreta. Ni siquiera tuvo la decencia de mirarles cuando se pusieron delante de ella.
Josef piso fuerte, dando un saludo militar y los otros 2 lo imitaron.
Mercedes levanto la vista, aburrida y reparo en todos. Josef y Weber miraron sus piernas como si fuera la más jugosa carne que pudiera existir. Klaus mantuvo sus ojos en ella, retándola a que abandonará la guerra de miradas asesinas que ambos se estaban enfrentando, importándoles poco estar rodeados de gente.
—Veo que no mintió, señorita —Weber se rio, coqueto — y que está ya lo bastante familiarizada con el entorno.
—Y veo que usted sigue siendo el mismo —contesto, haciendo una mueca.
Klaus parpadeo, incrédulo.
¿Se…conocían? No, no, era imposible.
Busco en sus ojos alguna señal, algún indicio de interés o simple atracción. Sus ojos verdes lo miraban… asqueados, como de costumbre y la tranquilidad volvió a él rápidamente.
— ¿Son conocidos? —cuestiono Josef.
—Conocí a la señoría en el barco que la trajo aquí —respondió Weber —. Fue un encuentro… interesante.
Klaus tomo aire y espero pacientemente a que dijera algo más. Una sola palabra e iba a ponerle una bala en la cabeza.
— ¿A que debo el honor? —pregunto, confundida y luego reparo en Josef —. Medio honor, mis disculpas.
—Ahí la tienes —escupió este —. Esta es la perra que estuvo haciendo encuentros a escondidas de la autoridad.
Ahí estaba la palabra.
Klaus se giró, como un rayo, listo para chocar contra él y darle la paliza de su vida. Afortunadamente para la integridad de Josef y la desgracia de Klaus, Weber lo freno.
—No tiene por qué faltarle el respeto a la señorita —lo reto, mirándolo a los ojos—. Compórtese como un hombre y respete.