Corazón Delirante

11 de febrero, 2018

Lamentablemente, siempre que camino a mi casa después de clases paso por lugares que me gustaría olvidar por completo. Más allá de eso, me gustaría que las cosas que han sucedido en ellos desaparecieran de mi expediente. Es irremediable. Probablemente en diez años más aún lo recuerde, arrepentida de haberme dejado llevar por gente tóxica... Everett y Perla, claro.

Cuando Perla Farrel y yo éramos amigas, ella solía incentivarme a probar cosas nuevas, como distintos tipos de cigarros o tragos que probaba en fiestas universitarias. Desde los 15 se junta con gente mucho mayor que ella. Por eso, ilusamente probaba todo lo que ella me decía. Solo probar, claro, nunca quise ir más allá de los límites como ella lo ha hecho desde que pasó a secundaria, pero a lo largo de nuestra amistad, probé mil cosas distintas. Y ahora corrompió a Everett, pues el nunca ha sido así. Jamás lo había visto tomar un vaso de alcohol, ni prender un cigarro, ni tener uno en la mano; absolutamente nada. Desde que Perla llegó a su vida, lo veo fumando siempre en las calles, fuera del colegio... es irreconocible.

Lo único bueno que rescato de todo aquello, es que se me hace fácil inspirarme al visitar o pasar cerca de esos lugares. Me basta con mirarlos de reojo para que una nube dispersa de malos recuerdos comience a brotar de mis dedos sin aplicar esfuerzo alguno. El resultado es siempre el mismo: un cuento de unos cuantos miles de palabras sobre el desamor y el amor eterno que le tengo a la vida, incluyendo en ellos todas las maravillas y tormentas que uno vive a medida que pasa el tiempo.

Claro que paso rabias. Suelo entristecerme mucho y muy seguido. Amarrado a los extremos de mi sensibilidad, está un grito de colapso, que al caer, podría quebrar todo a su alrededor. No es difícil dar un paso en falso y pisar el lado equivocado. Las consecuencias son lo peor de todo.

Si algo he aprendido, es que no hay dolor que se compare al que provoca una mochila pesada. Es horrible tener que cargar tanto peso al caminar. Además, vivo en la parte más alta de un cerro, entonces el peso incrementa. El dolor de espalda se expande y prolonga mientras más empinada es la subida, causando quejas constantes por más de una semana.

Pero es evidente que todo el trayecto es una invención ficticia mía. No hay mochila, ni peso, ni cerro, ni dolor. Es una forma más de interpretar lo que he explicado en cada una de las páginas de mi diario; un sentimiento metafórico para poder expresar la vida en palabras más simples.

Aún no entiendo como es posible abordar un mismo tema en tantas palabras sin que se terminen. Es por esto que, aunque tenga muchas ganas de hacerlo, no soy capaz de escribir una novela. Hablar de los mismos personajes y la misma trama durante cuatrocientas páginas, me aburriría muy fácilmente, y he decidido no volver a dejar nada a medias, por muy mala o ardua que sea la conclusión. No tengo nada en contra de este universo, de hecho leo muchísimas novelas al año, pero al momento de tener que crear mi propia versión de él, no me atrae lo suficiente como para llevarlo a cabo. 

Dejando de lado el habla entre líneas, hoy si caminé por gran parte de las calles que conforman mi barrio con una mochila en la espalda. Tenía los audífonos puestos, como siempre, escuchando mi lista de Guns N'Roses por tercera vez en el día. Siento su música genera un efecto sobre la gente: amplía sus mentes y emite exactamente lo que se planea emitir. Es el tipo de música que te hace quitarte la máscara por unos minutos y saca el lado de ti que nadie conoce. Más aún, porque es el género que hoy en día nadie escucha.

Mi trayecto es siempre el mismo: camino derecho hasta llegar a algún lugar que me parezca conocido. El problema es que todos transitan por una misma avenida. Es inevitable encontrarte con más de dos personas cada cinco minutos. Trato de evitarlos a todos, pero me cuesta pasar desapercibida. Cuando salgo a caminar sola, me visto y peino distinto para no ser reconocida. Aún así, a los pocos minutos de llegar a mi casa me llegan mensajes que dicen "¡Lis, Te he saludado en la calle! ¿No me viste?". En esos casos, no tengo más remedio que mentirles, decir que no los he reconocido y que tenía mis audífonos puestos, por lo que tampoco pude escucharlos.

A veces me encuentro con las personas menos adecuadas, en los lugares menos indicados y en los peores momentos posibles. Hoy caminaba por la vereda con el pelo tomado en una coleta, vestida con ropa deportiva y transpirada hasta la médula, ya que venía de hacer deporte. Entonces divisé al otro lado de la calle a Declan Ellis vestido de uniforme y cargando una mochila sobre el hombro derecho.

Declan es parte del grupo de amigos con el que suelo bajar a la playa todos los días. Es conocido por ser un increíble jugador de rugby y por su rendimiento escolar, además de ser muy agradable y lindo. Es alto, tiene unos enormes ojos grises, cabello rubio oscuro y pómulos marcados. Está en segundo, como todos nosotros, de y casi nunca habla con nadie, excepto Alex, que es su mejor amigo. Incluso a veces se acerca para hablarme a mí también. Si no fuera tan callado, hasta podría gustarme. Me encanta lo intelectual y misterioso que es. Tiene las mejores notas de la clase, junto a Emma Gardner, claro, pero hablaré de ella más adelante. Es casi perfecto.



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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