Corazón Delirante

25 de febrero, 2018

Una vez que llegué a mi casa anteayer en la noche con la piel quemada, los ojos pesados y la ropa llena de arena. No alcancé ni a sentarme en mi cama cuando May llamó. Escuché como me chillaba para que le contara todo lo que ocurrió en la playa. Preferí no darle tantos detalles, más que nada porque no habían muchos detalles que contar. Además, podía estar sobreactuando, digo, Alex y yo siempre hemos sido muy cariñosos, como Max y Emma, incluso a veces May y Daniel también se acurrucaban un rato a charlar, pero siempre como amigos. Declan no era ese tipo de persona, pero, ¿y si ahora había cambiado? No quise decir que sí ni que no, no quería hacerme ilusiones, pero tampoco quería dejar pasar algún tipo de señal que el me esté entregando.

—Tenía sueño —le dije a May —, y Declan me dijo que si quería podía dormir apoyada en él. Nada del otro mundo.

—Es Declan de quien hablamos, Melissa. Cualquier cosa que no sea una mirada y un "hola" por cortesía es del otro mundo.

Estaba exagerando, tampoco era tan así. Al principio no me creía, pero logré convencerla después de un rato. En realidad, no había pasado mucho más que eso. Lo demás eran problemas de él que no tenía por qué compartir con ella.

Pasadas las una y veinte, Emma me añadió a un grupo "25/02" en el que había cerca de 90 personas, todos de secundaria. Supe de inmediato que se trataba de una fiesta. Como siempre, recalcó desde un principio que se preocuparan de no romper nada. Para ella siempre es muy importante que todos la estén pasando bien, pero igual de importante es que todos sean cuidadosos con las cosas en su casa. Así es ella, después de todo: ordenada y firme, pero divertida y entusiasta.

Hoy a las siete de la tarde, Gianna vino a mi casa para arreglarnos antes de ir a lo de Emma. Yo soy relativamente rápida al momento de pintarme, peinarme y elegir un atuendo, pero Gia tarda siglos en hacer solo una de las tres cosas.

Cuando la Panameña llegó a tocarme la puerta, no me sorprendió verla con dos mochilas, un bolso y la cara tirante por la cola apretada que se había hecho. Dejó todas las cosas en el piso y puso ambas manos en la cintura.

—Tenemos dos horas y hay que aprovecharlas. ¿Vamos, chica?

—Vamos.

Se notaba que venía con sus papás en el auto. A pesar de que llevan varios años viviendo en nuestro país, aún no se les va el acento centroamericano. Gia prácticamente habla como nativa, excepto cuando está con su familia. Ahí sale su lado Panameño interior y comienza a hablar como ellos.

Dejé a Gia viendo ropa mientras yo me lavaba el pelo. La escuchaba gritar, chillar e incluso creo que rompió algo. Por mientras puse música, así podía ignorar su escena. Luego de un par de enjuagues y un masaje corto, salí de la ducha y me sequé el pelo lo mejor que pude. Me puse un buzo y me dirigí al cuarto para ver como estaba mi amiga. No me sorprendió verla tumbada en el suelo, rodeada de prendas sueltas y vestida con un sostén deportivo, pantalones de pijama y calcetines cortos.

—No puedo con el estrés. No voy a ir. No tengo ropa.

Gia resopló. Su tono de voz es siempre tan neutro que es difícil deducir que es lo que piensa al hablar. Por muy feliz, triste, emocionada o decepcionada que esté, solo se le va a notar si quiere que la gente lo note.

Tuve que tomar la iniciativa. Escarbé en la ropa de Gia hasta que encontré una camiseta roja, corta y apretada y una falda entallada de color negro que de seguro le quedaría de maravilla. Traía unas zapatillas blancas que estaban sucias y viejas, así que le presté un par de botas cortas del mismo color que la falda.

—Anda al baño y te arreglas. Yo aún tengo que ver que me pongo.

Gia se dirigió al baño después de dejarme un beso en el aire. La quiero mucho, pero al igual que a May y a mí, a veces su desconfianza le juega en contra. 

Después de eso puse mi armario de cabeza buscando algo que pueda usar. Las blusas blancas me hacen ver gorda así que las ignoré por completo, siempre uso negras y quería usar algo de color, pero la única que me gustaba, estaba lavándose. Seguí buscando mientras comenzaba a perder la cabeza, entre suéteres, chaquetas, pantalones y camisas, hasta que encontré lo que salvaría mi noche: una chaqueta de cuero negra, jeans blancos, una blusa plateada y zapatos color carmín. Saqué un anillo de plata y aros de perla, me apresuré en ponerme todo y me acerqué a tocarle la puerta a Gia.

—¿Terminaste?

Hubo un corto momento de silencio antes de que me respondiera.

—No sé si me queda bien, no creo que...

Con un fuerte golpe en la puerta la hice callar.

—¡Sal de ahí, Gianna! Sí no lo haces tú, te saco yo...

Abrió la puerta lentamente, y cuando estaba completamente a la vista, me quedé sin palabras. Le quedaba mejor de lo que pensaba. Dejaba gran parte de sus largas piernas a la vista, logrando un aire provocativo, pero al mismo tiempo decente. El pelo le caía en ondas negras sobre los hombros, y su figura, como siempre, parecía la de una sirena. Estaba hermosa.



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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