Han pasado diez días desde la última vez que salí a algún lado. Luego de lo sucedido en casa de Emma, coincidentemente, comencé a sentirme muy mal. Me subió la temperatura y estuve más de una semana en cama, con dolor de estómago y jaqueca. May vino a visitarme varias veces. Me traía café con chocolate y menta prácticamente a diario, además de quedarse conmigo viendo películas de los 80'. Solo no vino el 24 y 25 de diciembre ya que fue a pasar las fiestas con su familia en la capital. También recibí mensajes de Emma y Max preguntándome si necesitaba algo, Gia y Vee nunca se enteraron de nada, Alex me llamó un par de veces y Declan... ese es otro tema.
La mañana del 20 de diciembre recibí un mensaje suyo, que no hizo más que trizar mi corazón otro poco.
Declan Ellis: Quédate con la cajetilla. Sé como te sientes, no creas que no he pensado en eso. Estar consciente de que no soy el único afectado por mis decisiones me hace sentir muy culpable, especialmente si eres tú la más dolida. Sabes que soy adicto al tabaco, es algo que se encuentra fuera de mi alcance y por más que me gustaría dejar todo eso atrás, mi falta de autocontrol no me lo permite. Me está matando, lo tengo claro, pero sufrir de por vida es mil veces peor que la muerte. He intentado salir adelante, lo hice por mis amigos, por mi equipo, por mi familia, por ti especialmente. Me gustaría ser la mejor versión de mi mismo para poder tenerte conmigo, pero eso significaría la muerte de quien siempre fui, significaría comenzar a vivir de nuevo. Mi vida tomó un nuevo rumbo, lo sabes, todos lo saben. Mi papá tuvo mucha suerte, honestamente dudo que yo tenga la misma. Perdóname por todo, Lis. Cualquier persona que ose tratar de encontrar a alguien que siquiera se acerque a ser como tú, pasaría siglos en una búsqueda inútil. Hermosa, apasionada, con un par de tornillos ausentes, princesa sensible que tiene miedo a salir de su torre, o más bien, que tiene miedo a despegar el lápiz de la hoja, fiel a la vida, fiel a su filosofía, persona extraña en la mejor forma posible, romántica empedernida y la escritora más talentosa que he conocido en mi vida. Eres mucho para mí, siempre lo has sido. En realidad, eres mucho para cualquier persona. Sé que aún así vas a encontrar a alguien que te valore como yo lo hice, que te va a amar como yo te amé y se va a quedar contigo como yo siempre quise hacer y nunca pude. Las cosas van a mejorar... te lo prometo. Gracias por todo.
No pude evitar leer el mensaje como si fuera una nota suicida. Ni siquiera hice un esfuerzo por aguantar las lágrimas. Mi rostro estaba empapado por el llanto y el sudor, mi garganta estaba apretada y todo eso que sentía estaba envuelto por un frío pensamiento: admitió que prefería morir antes de dejar de fumar. No iba a permitir que se rindiera, no de esta forma, no después de tanto. No podía perderlo, ni ahora ni nunca. Mi mente trataba de ordenarse, tomaba decisiones que mi corazón creía correctas, las que me harían sentir bien horas después de haberlas llevado a cabo. Si Declan se volvería ese enfermo insensible que no quiere pelear por su futuro, todo lo que hice a lo largo del año fue en vano, o peor que eso: puede que solo le queden un par de semanas de vida y ya no podamos hacer nada para detenerlo.
No quería pensar que todo acabaría ahí, pero ¿tenía opción? Todo apuntaba a que esta era la despedida. ¿Qué sería de Alex? Ellos dos son prácticamente hermanos. Jamás volvería a ser el mismo después de una pérdida tan grande. Nadie volvería a serlo.
Tengo miedo. Estoy muerta de miedo. El pavor me nubló tanto que ni siquiera me había dado cuenta de que había dejado de llorar. Seguía sin aire, tenía el rostro rojo y los ojos hinchados, todo por ese llanto pesado y temeroso que por fin pude dejar salir. En él eliminé todo lo que quise retener en noches anteriores, en las que no quería llorar, pero ahora todo era distinto. Ahora quería llorar, quería dejarlo salir, quería hacerme añicos entre lágrimas y sollozos para poder sacarme un peso de encima.
Un frío ventarrón entró por la ventana de mi habitación y chocó con mi pecho, impulsándome velozmente a salir a la calle y echarme a correr. Corrí y corrí, sin detenerme hasta llegar a la puerta de la casa de los Ellis después de 10 minutos. Estaba transpirando, con los ojos húmedos y el corazón aún más agitado que antes, más que nada por el par de millas que corrí a toda velocidad. No sabía si tocarle la puerta o llamarlo, pero finalmente me decidí por retroceder unos pasos y observar la casa.
Era muy grande y blanca, con tres pisos y un patio frontal enorme. En la entrada tenía una vieja verja negra con el número 33 pintado con color azul y blanco en un letrero de cerámica. Sabía perfectamente cual era la habitación de Declan, pues ya había venido un par de veces. No aguanté más y lo llamé. Me contestó casi de inmediato:
—Lis, yo... —se apresuró en decir.
—¿Puedes bajar un segundo? —lo interrumpí—. Estoy en la entrada de tu casa.