Lucien salió de la ducha, secándose el cuerpo, y se detuvo frente al espejo del baño, donde observó fijamente la quemadura que adornaba su rostro. Lo hacía siempre, para recordarse a sí mismo el error que había cometido y que debía vivir con ello.
Tras pasar unos minutos ensimismado en los recuerdos, se dirigió al vestidor, que estaba al lado del baño. Se puso un pantalón de chándal blanco y una camiseta. Había decidido permanecer al pendiente de su madre para cuidarla, incluso después de que su tía se ofreció a acompañarla en todo momento. De esta forma, se encaminó hacia la habitación contigua a la que ella compartía con su padre. La noche anterior, Aura estaba muy cansada, y al detenerse ambos en el umbral de la recámara principal, ninguno pudo acceder debido al dolor. Por esa razón, la mujer terminó durmiendo en la habitación de al lado.
Él golpeó la puerta suavemente, sabía que era muy temprano, pero su madre siempre se despertaba antes que todos. Al no recibir respuesta, decidió entrar, hallando pruebas de que ella no se encontraba allí; la cama estaba hecha y no se oía ningún sonido que indicara que estuviera en el baño.
Por eso, optó por ir a la cocina, pensando que, si no estaba allí, tomaría un poco de café antes de proseguir en su búsqueda. Lo necesitaba. No obstante, allí la encontró, con una taza en la mano, y con la mirada fija en la fotografía de su boda, en la que ella y su marido se veían sonrientes, irradiando la luz de la felicidad y el amor que se tenían.
—Buenos días, mamá. —Intentó llamar su atención.
—Buenos días, hijo —suspiró pesadamente—. ¿Pudiste dormir? —añadió, dejando la imagen sobre la mesa.
—Creo que ninguno de los dos pudo hacerlo —manifestó él, al ver las ojeras que adornaban el rostro de su madre.
—Lo extraño, pero sé que ahora está descansando, pues sufrí cada dolor que sentía junto a él —expresó una desgastada Aura—. Ahora, se encuentra en paz.
Él, también fue testigo del deterioro progresivo de su progenitor, mas nunca perdió las esperanzas de poder encontrar una cura… Lo cual, evidentemente, no había logrado y en ese momento era una carga más en su conciencia.
—Creo que tienes razón —se sumó al comentario de Aura y luego decidió encauzar la conversación hacia otro rumbo, no quería poner encima de sus hombros más tristeza de la que ya tenían—. ¿Dónde está mi tía Deborah? —inquirió mientras se dirigía a servirse una taza de café para sentarse junto a su madre.
—Probablemente, aún esté dormida, ella está sufriendo tanto como nosotros y aunque ayer se mostró fuerte, sé que la afectó mucho y sin duda se quedó despierta reviviendo sus recuerdos con Leopold hasta que ya no pudo más. Esta casa los vio crecer.
—Es cierto, papá y tía Deborah crecieron aquí, y debe tener muchos recuerdos con él. —Dio un sorbo a su café, pensando en que debía aprovechar que estaban solos, para hablarle sobre la petición de Leopold—. Papá me pidió algo muy importante antes de… partir.
—¿Cómo así?
—Él me dijo que hiciera todo lo posible, sin importar el método, pero que tuviera un heredero… —Aura quería interrumpirlo, mas dejó que su hijo continuara, no podía emitir algún juicio sin antes saber todo lo que ellos habían hablado—. Papá quería que nuestro legado continúe y sea con un Fornax de sangre, así que estuve reflexionando sobre ello y, como se lo prometí, he decidido que la mejor opción es la subrogación.
Las palabras pronunciadas por su hijo provocaron en Aura diversos pensamientos que se dividieron en dos frentes; por un lado, la ilusión de ella por ser abuela y, por otro, lo que Lucien en verdad quería, pues no deseaba que él tomara las palabras de su padre como una imposición.
—La verdad es que tener un niño aquí en casa, correteando, jugando y llamándome abuela, me hace mucha ilusión y sabes que te apoyaré si eso es lo que en verdad deseas. —Hizo una pausa para analizar cómo preguntarle lo que él en verdad quería—. Sé que se lo prometiste, cariño… —Ella le tomó la mano—. Pero ¿realmente deseas tener un hijo?
«Sí, pero solo con Emely», pensó Lucien.
Era algo de lo que siempre conversaban, hasta cuántos tendrían y los posibles nombres que les pondrían, recordó con pesar, ya que le hacía mucha ilusión verla llevar en su vientre el resultado de su amor, pero la muerte se la llevó antes de que cumplieran sus sueños.
—Es mi deber mamá —contestó, volviendo a la realidad.
—Te comprendo, hijo mío, no obstante, debes pensar que deberás darle amor, quererlo. No es un trato que cerrarás o una transacción comercial, dependerá de ti y serás su ejemplo a seguir. Piensa en ello.
—Es cierto, lo que Aura dice. —Deborah entró en ese momento a la cocina luego de haber escuchado la conversación, lo que a Lucien lo hizo cambiar su expresión a enojo—. Perdón por haber escuchado sin querer, pero no quería interrumpirlos.
—Está bien, Deborah —manifestó Aura, ya que la veía muy avergonzada—. Eres de la familia.
—Piensa en lo que tu madre dijo, querido sobrino. —Y antes de que él pudiera decir algo, hizo una propuesta—. Me gustaría mudarme aquí, para que tú, querida… —Llevó sus manos a los hombros de Aura—, no estés sola. Me gustaría ser tu compañía, esta mansión es muy grande y Lucien pasa mucho tiempo trabajando.