—Lya… —dijo sorprendido de encontrarla allí y de que fuera ella quien lo examinara—. Qué bueno es el destino al dejar que nos veamos de nuevo sin planearlo.
Ella se sobresaltó al oírlo y, además, con lo último que dijo, añadiendo el porte del joven, no sabía qué hacer, pero tenía claro que debía abandonar su ensimismamiento y comportarse como una profesional.
—Buenos días, Dr. Andersen —lo saludó de manera formal.
—No, no, nada de formalidades entre nosotros —le reclamó, sentándose frente a ella, solo los separaba el escritorio.
—Debo ser profesional en mi trabajo —se quejó Lya, aunque le dio una breve sonrisa. Ese era el Erick que ella recordaba y del que se había enamorado perdidamente.
—Pues que sea con los demás, no conmigo —refunfuñó en son de broma, porque quería que lo tratara de una manera diferente.
—Está bien —manifestó ella—. Me alegra verte, pero empecemos con la consulta.
—¿Y después un café? —preguntó Erick con esperanza.
—No creo que pueda salir a tomar algo, tengo mucho trabajo.
—Sí, me di cuenta de que hay muchas personas.
Ella asintió en acuerdo y luego empezó a realizar los controles rutinarios, lo pesó, midió su altura, masa corporal, tomó su presión arterial y un sinfín de cosas que se necesitaban para el chequeo. Al terminar y revisar su expediente, le dio una indicación con los exámenes que debía hacerse.
—Doctora, el siguiente paciente la está esperando —le comunicó la secretaria a través del intercomunicador.
—Sí, gracias —dijo Lya.
Erick quería quedarse más tiempo, pero comprendió que eso no era posible.
—Bueno, me voy a hacer estos exámenes. Espero verte en unas horas. —Le dio un guiño y se marchó; Lya solo le sonrió.
Erick se dirigió a los laboratorios, saludó cordialmente a muchos de los presentes que aún se encontraban allí desde que él hizo sus prácticas en el lugar.
Con las muestras que le tomaron y las placas que le hicieron, pasó la hora del almuerzo y tenía que alimentarse porque solo había ingerido su batido de proteína y su cuerpo le pedía las calorías necesarias del día. Sin embargo, antes de eso, él decidió pasar por el consultorio en el que estaba Lya y ver si la suerte le seguía sonriendo.
Preguntó por ella a la secretaria, quien le informó que se encontraba dentro sin ningún paciente y lo dejó pasar sin problemas cuando él se lo solicitó cortésmente.
Se dirigió hacia la oficina con andar confiado, entró sin tocar y encontró a Lya recogiendo unos papeles.
—Sophia, necesito ir a comer algo, por favor, no más pacientes…
—Entonces llego en el mejor momento —interrumpió Erick, asustándola—. Almorcemos juntos, ¿sí? —Y, antes de que ella tuviera la oportunidad de decir que no, él prosiguió—: Aquí mismo, en la cafetería.
—Está bien —aceptó después de reflexionarlo brevemente—. Solo dispongo de media hora.
Erick le regaló una sonrisa, que le hizo recordar el tiempo que estuvieron juntos, en cómo cada vez que se encontraban en la universidad o tenían citas, él siempre estaba sonriente, lo cual la enamoró perdidamente.
Él, siendo el caballero que era, abrió la puerta y la dejó pasar primero, lo que hizo que sus cuerpos se rozaran unos segundos. En ese tiempo, después de tres años sin verse, Lya sintió la electricidad que emanaba del candente, sensual y pecaminoso cuerpo de Erick.
Caminaron en silencio por todo el lugar, pasando por las personas que esperaban su turno y las secretarias que atendían a los que llegaban; los dos llamaban la atención, él por parecer un príncipe sacado del mejor cuento y ella por parecer una pequeña ninfa pelirroja, que muchos hombres perseguían, pero que nunca se daba cuenta de la belleza que poseía.
Al llegar a la cafetería, la cual era muy amplia y cómoda, pasaron por los estantes, eligiendo entre toda la comida que se ofrecía, y cada uno eligió lo que le gustaba antes de buscar una mesa para dos.
—Tenía años que no probaba la comida de aquí —comentó Erick cuando probó el primer bocado de su arroz con pollo y varias especias—. Siempre que vengo a realizarme los chequeos, me marcho sin entrar al lugar.
—La comida es buena.
—Sí, es verdad —afirmó él.
Después de esto, retomaron la comida en un silencio incómodo. Él quería conversar con ella, pero no encontraba qué decirle. Lya estaba diferente, parecía más solitaria de lo habitual.
—¿Todo va bien en tu familia? —preguntó de manera natural, era algo que él siempre hacía cuando estaban juntos, pero pudo sentir cómo la chica se puso tensa y ahí recordó que ya había pasado tiempo, que ya no eran los mismos—. Perdón, no quise incomodarte, es algo que siempre te preguntaba cuando salíamos.
—Está bien, te comprendo, es que… —Ella se detuvo y optó por mentir—. Todo está bien, ahora me llevo mejor con ellos.
Él sabía que ella mentía; parecía que no recordaba el bochorno que le hizo pasar su hermana en el velorio. Él estuvo presente y oyó todo. «¿Qué escondes, Lya?», pensó dudoso.