Léa Delacroix era la definición del glamour francés. Actriz galardonada, belleza deslumbrante y una presencia que dejaba sin aliento a cualquiera que cruzara su camino. Su relación con Julián había sido el foco de los tabloides durante años, y no es de extrañar: juntos, eran la pareja dorada de París. Sus fotos adornaban las portadas de las revistas, y sus nombres eran sinónimo de elegancia y éxito.
A pesar de que había intentado ignorarla, no podía evitar sentirme intimidada. Léa tenía esa habilidad de llenar una habitación con su sola presencia, y yo a menudo me sentía eclipsada por su brillo. Los susurros y miradas curiosas que seguían a Julián y a mí a menudo se convertían en murmullos ahogados cuando Léa estaba cerca.
Una tarde, mientras paseábamos por los jardines de Luxemburgo, sentí su mirada sobre nosotros antes de verla. Julián y yo estábamos disfrutando de un momento de tranquilidad, hablando de nuestras esperanzas y sueños, cuando noté la tensión en su rostro. Me giré y allí estaba ella, Léa, tan radiante como siempre, conversando animadamente con un grupo de amigos. Al vernos, sus ojos se encontraron con los míos, y una sonrisa enigmática curvó sus labios.
"Léa," dijo Julián, su voz suave pero tensa. "No esperaba verte aquí."
Ella se acercó con una gracia felina, cada movimiento calculado y elegante. "Julián, qué sorpresa. Y Sofía, ¿verdad? He oído tanto sobre ti."
"Hola, Léa," respondí, esforzándome por mantener la compostura. "Es un placer conocerte."
Ella asintió, su mirada evaluándome con una mezcla de curiosidad y algo más, algo que no pude descifrar. "El placer es mío. Julián y yo compartimos muchos recuerdos. Es bueno ver que está encontrando nuevos caminos."
La tensión entre nosotros era palpable, y aunque intenté no dejar que me afectara, no pude evitar sentirme vulnerable bajo su escrutinio. Después de unos momentos incómodos, Léa se despidió con la misma elegancia con la que había llegado, dejándonos con una sensación de inquietud.
"Lo siento," murmuró Julián, tomando mi mano. "Sé que su presencia es... complicada."
"Está bien," respondí, aunque sabía que no era del todo cierto. "Es parte de tu pasado, y estoy aprendiendo a aceptar eso."
Julián me miró con una mezcla de gratitud y tristeza. "No quiero que te sientas así, Sofía. Lo que tuve con Léa terminó hace tiempo. Tú eres mi presente y mi futuro."
Aunque sus palabras eran reconfortantes, no podía evitar que la sombra de Léa se interpusiera entre nosotros. Ella era una figura poderosa, una parte intrínseca de la vida de Julián que yo aún no sabía cómo manejar.
Para complicar más las cosas, Léa y yo coincidimos en varios eventos. Como reportera de entretenimiento, mi trabajo me llevó a galas y premieres donde ella era la estrella principal. Y aunque Julián y yo intentábamos mantener nuestra relación en bajo perfil, Léa parecía encontrar formas de insertarse en nuestra narrativa, ya fuera con comentarios insinuantes o con miradas cargadas de significado.
Un día, durante una exposición de arte en el Louvre, me encontré cara a cara con ella. Mientras contemplaba una pintura, un retrato exquisito que capturaba la esencia de una época pasada, sentí una presencia a mi lado.
"Es hermosa, ¿verdad?" comentó Léa, refiriéndose al cuadro. Sus ojos azules, sin embargo, tenían un brillo desafiante, un destello que dejaba claro que no se refería solo al arte.
"Sí, es impresionante," respondí, tratando de mantener mi compostura, aunque mi corazón latía con fuerza.
Léa se rió suavemente, su risa melodiosa pero cargada de una sutil condescendencia. "Querida, no estoy hablando solo del arte. Julián siempre ha tenido un gusto exquisito."
El comentario me golpeó como una ráfaga de viento frío, pero me obligué a mantener una expresión neutral. "Sí, tiene buen gusto," dije con firmeza, mirándola a los ojos. "Y también sabe lo que quiere."
Léa alzó una ceja, claramente entretenida por mi respuesta. "Eso es algo que siempre me gustó de él. Pero ten cuidado, Sofía. La vida con alguien como Julián puede ser tan volátil como apasionada. A veces, esos fuegos que arden tan intensamente pueden consumir todo a su paso."
"Estoy dispuesta a correr ese riesgo," respondí, mi voz firme pero calmada. "Porque lo que tenemos es real."
Ella me estudió por un momento, sus ojos azules evaluando cada detalle de mi ser. Sentí que su mirada penetraba más allá de mi fachada, buscando cualquier signo de debilidad. Finalmente, inclinó levemente la cabeza y susurró con una voz suave pero cargada de insinuación, "El amor, querida, es un juego peligroso. Y Julián y yo... bueno, siempre hemos sido jugadores maestros."
Las palabras flotaron en el aire, impregnadas de una certeza que solo la experiencia puede otorgar. Me esforcé por mantener mi compostura, consciente de que cualquier reacción podría ser vista como una victoria para ella.
"Quizás," respondí, mi voz firme pero calmada, "pero no todos juegan con las mismas reglas."
Léa sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos, pero su interés estaba claramente despertado. "Tienes razón, Sofía. Cada quien define sus propias reglas. Solo espero que las tuyas sean lo suficientemente fuertes para soportar lo que venga."
"Lo son," aseguré, mirando directamente a sus ojos. "Y estoy lista para enfrentar cualquier desafío."
Léa sostuvo mi mirada por un instante más antes de apartarse con un gesto elegante. "Entonces, te deseo suerte," dijo suavemente. "La vas a necesitar."
Con eso, se giró y se alejó, su figura desapareciendo entre la multitud de la galería. Me quedé allí, observando la pintura frente a mí, tratando de calmar el torbellino de emociones que había desatado su presencia.