Corona de Oro

X

Fuimos los primeros. 

El viaje en la avioneta fue más breve de lo que esperaba. Solo nos tomó una hora de vuelo estable hasta el aeropuerto de Anchorage. Lastimosamente, solo tres personas cabían en la avioneta, por lo que Denis, Martha y John Farrell llegaron a un acuerdo de hacer múltiples viajes, algo que definitivamente tomaría más tiempo pero que sin dudas llenaría los bolsillos del piloto ruso. 

A Aleu y a mí nos tocó viajar con Joe, y fue él quien ocupó el asiento del copiloto; el chico permaneció en silencio durante todo el viaje e ignoró cualquier intento que Denis tuvo por iniciar una conversación, lo que me pareció extraño teniendo en cuenta que Joe parecía ser el tipo de persona que disfrutaba  cualquier tipo de conversación. Por otro lado, Aleu parecía verdaderamente emocionada por ese viaje en avioneta, sin embargo no pasó mucho hasta que se quedó dormida. Incluso si yo mismo había estado tentado de cerrar los ojos, algo me mantuvo alerta durante toda esa hora. 

Antes de aterrizar en el aeropuerto Merrill Field, el piloto intercambió un par de palabras con alguien de la torre de control. Cuando lo oí, me enderece un poco. 

—¿Los de la torre de control saben lo que está pasando? —dije a través de los cascos de comunicación. 

—¿Saber? —rió él —. Nah. No ser necesario. Ser amigos, y los amigos no hacer preguntas sobre asuntos míos. 

Su respuesta no fue demasiado tranquilizante, pero como no parecía haber nada que interrumpiera nuestro aterrizaje, lo dejé pasar.  Cuando bajamos del avión, lo único que nos recibió fue una ventisca helada que nos empujó con fuerza. Merriel Field era enorme. El aeropuerto que había a la lejanía, cruzando todas las pistas y hangares, brillaba en mitad de la noche más oscura como una isla donde las multitudes se movían, esperando sus vuelos.

—¡Por aquí, por aquí! —bramó Denis, arrastrando las erres y guiándonos hasta uno de los diversos hangares que había.

No era como el aeropuerto de Nome; este era mucho más grande. A las afueras dormían otros tantos aviones, y no pude evitar inquietarme por la idea de los pilotos. ¿Estarían ahí? ¿Y si alguien nos veía? Anchorage era grande; más grande que cualquier otra ciudad que esas tierras salvajes amparaba, y honestamente las ciudades siempre me ponían nervioso. 

Aleu quien de pronto me distrajo de mis pensamientos ansiosos. 

—Una vez visité Anchorage —susurró sobre mi oído, todavía medio adormilada. Había tenido que cargarla en brazos porque sacarla del avión despierta y a pie había sido algo casi imposible—. Con mi mamá.

Entrecerré los ojos cuando el viento arañó mi rostro y asentí. Me puse a pensar que en realidad, sabía muy poco de la madre de Aleu. Ella solía hablar con mucho más cariño de la ama de llaves, Kireama, más no de su madre. Sopesé el hecho de que tal vez no mantenía una buena relación con ella. 

—¿Por qué? 

—Me enfermé —dijo entonces—. Me puse muy grave y mamá me llevó. Fue en verano y no había nieve, así que nos llevaron en auto hasta el aeropuerto más cercano y me trasladaron a ver a unos doctores especiales, quedé internada por días y la comida del hospital era horrenda y… Y una vez, me puse tan mal que hice llorar a mamá. Nunca la había visto llorar.

—Seguro estaba preocupada —se me ocurrió decir.

Oí a Aleu suspirar larga y tendidamente. 

—No creo que yo le agradara mucho —murmuró con una nota de resentimiento en su voz—, pero ella tampoco me agrada mucho a mí. Siempre me gritaba —farfulló—, pero creo que a los adultos les gusta gritar mucho. Larry el cocinero gritaba mucho también, y mi profesor de Historia, y el de Música, y el profesor de Literatura, y… 

—Debe ser porque estaban enojados. 

No creí necesario agregar el “contigo”.

—Tú no gritas —declaró entonces, lo que me pareció gracioso porque en realidad la mayor parte del tiempo me sentía como si pudiera gritar hasta que los pulmones se me quedaran sin aire y mi garganta se destrozara. Aleu suspiró—. Me agrada que no grites. Pero igual eres muy molesto, y malo. 

Reprimí una sonrisa cansada.

—Lo siento por eso —murmuré con honestidad—. En realidad no me gusta ni me llevo muy bien con los niños. 

—Ah —dijo, como si todo hubiera cobrado sentido, pero luego agregó: —Yo pensé que no te gustaba nadie en general.

Asentí.

—Eso también.

Y seguimos caminando hasta uno de los hangares. Cuando entramos, el piloto nos llevó hasta un pequeño cuarto que no tenía ni una sola ventana o salida de emergencia. Era un espacio demasiado estrecho, casi parecía un armario, donde solo había un par de colchonetas y mantas. Me imaginé que debía de ser un lugar de descanso para Denis o cualquier piloto.

—Les prohibió estrictamente que salgan. —Las palabras rodaron en su pesado acento con desprecio—. Nadie puede verlos, ¿me oyen? 

Joe le dedicó una mirada desafiante y mantuvo una postura tensa, pero no dijo ni una sola palabra. Me sentí obligado a intervenir. 

—Sí, señor —balbuceé. 

Denis alternó sus ojos de mí a Joe y viceversa un par de veces, luego asintió como conforme y salió de ahí, cerrando la puerta de madera con un gran portazo. Por fin los tres solos, enfrenté a Joe.




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