MUCHO TIEMPO ANTES.
—Querida vístete, debemos acudir a la fiesta real—habló Aleander ingresando a la casa, colgó su chaqueta del ejército en el perchero y buscó a su querida esposa por todos los rincones.
—¿Cariño a dónde te metiste?—preguntó subiendo las gradas de madera, de pronto escuchó la voz de Polinea, su hermosa cónyuge. La siguió hasta la habitación y admiró su silueta resaltada por el vestido negro que llevaba, se encontraba mirando por el balcón hacia el enorme castillo de piedra iluminado por la celebración.
—Aquí estás —avanzó hasta posarse detrás de su esposa y pasó las manos ásperas por la piel tan suave de Polinea —¿Estás lista?
—¿De verdad tenemos que ir? —preguntó ella posando su cabeza sobre el pecho ancho y fuerte de su marido.
—Claro que sí.
—No lo sé, hoy Selene me da escalofríos, presiento que se avecina algo malo—dijo ella girándose hacia Aleander.
—Mi Polinea hermosa, sabes que tenemos prohibido hablar de la Diosa luna, olvida eso y vámonos, no podemos llegar tarde.
—Hoy está muy distinta de lo normal, lo siento en la sangre—tomó la mano de su esposo y mirándolo a sus ojos completamente blancos, rogó —no vayamos, escapemos a lo más recóndito del bosque.
—Polinea, no podemos. Sabes que hoy en la celebración me consagrarán como comandante—tomó con más fuerza sus manos— tendremos una vida mejor, egendraremos esos hijos que siempre hemos deseado y les daremos una hermosa vida repleta de amor—llevó su mano a la barbilla de su amada mujer.
—Pero allá afuera también hay una legión, los gitanos que aún creen en las diosas y en su poder, allá también podemos tener una buena vida.
—Sabes que no, amor mío, si nos vamos seremos considerados traicioneros a la corona y nos buscarán para matarnos.
Polinea soltó un suspiro lleno de resignación y luego de darle una mirada de ayuda a la enorme Diosa blanca que cubría parte del cielo, salió acompañada de su marido.
Al llegar a palacio fueron recibidos por muchos de los soldados quienes le aplaudían a Aleander su próximo ascenso de puesto.
Polinea viéndose abrumada por la cantidad de gente que se arremolinó junto a ellos, se abrió pasó entre la multitud y caminó por los pasillos de piedra de palacio, sus tacones plateados repiqueteaban contra el pavimento y una brisa erizó todos los vellos de sus brazos, dobló a la izquierda y ante ella se abrió un enorme salón angular repleto de puertas, columnas y estatuas de los antiguos dirigentes, una de ellas completamente destruída. Se acercó y miró la leyenda escrita sobre la piedra arruinada.
"Aquí yace la figura esbelta de nuestra amada reina, Crescent"
Recorrió con sus dedos lo que quedaba de la piedra y recordó que Crescent fue una de las mejores reinas que Laryssa pudo obtener, fue la última gitana guerrera y hechicera que tuvieron, mantenía la leyenda del reino protegida y consagrada; Crescent nunca tuvo hijos y esto hizo que las personas que no se consideraban creyentes derrocaran el reino. De esta manera acabaron con la vida de su reina e implantaron sus nuevos mandatos.
Obligaron a los creyentes a abandonar el país y de esta manera huyeron a los bosques donde nunca fueron encontrados, se dice que por la mañana Kyra (la Diosa sol) los esconde y por la noche es Selene (la Diosa luna) quien se encarga de protegerlos de todo peligro.
De pronto una puerta se abrió y Polinea se introdujo detrás de la estatua destruída, se arrodilló y esperó. Sabía bien que este salón estaba prohibido para los visitantes pero también sabía que las casualidades no se dan al azar y que llegó ahí por obra del destino.
—Señor, no podemos hacer eso frente a tantas personas, se considerará como una burla.
—¡Me importa un bledo, ese soldado no ha venido rindiendo bien, no se merece tal ascenso!—gritó la voz tan conocida del rey, Polinea supo que hablaban de su esposo y aguardó paciente dispuesta a escuchar lo que tuviese que escuchar.
—Señor, a ese soldado ya se le había confirmado su nueva posición y es hijo de nuestro mejor comandante. ¿No cree usted que se merece aunque sea una oportunidad?
—¡No! —gritó iracundo y esto dejó paralizado a uno de los mensajeros del rey—y no sigas, puede que te ganes una espalda repleta de rasgaduras de látigo o una cabeza despegada de tu cuerpo débil y flaco.
—Sí mi Señor.
Polinea esperó escondida en su rincón, los vio doblar la esquina por la que ella había ingresado a la sala y se apresuró a seguirlos cuidadosamente hasta el salón en el que se llevará acabo la celebración del los tres años del príncipe Tyrone.
Encontró a su marido bebiendo vino y lo tomó de la mano llevándolo a un lugar apartado.
—¿A dónde estabas? Te pierdes muy fácil.
—Eso no importa, no te darán el ascenso, debemos irnos.
—¿Qué?
—Lo escuché de la voz del rey Narciso, no te lo darán.
—No puede...
Su esposo se vio interrumpido por la voz del rey, este daba por iniciada la celebración. Todas las personas se acercaron al centro del salón para bailar pero también se vieron interrumpidas por el rey.
—Antes de iniciar quisiera convocar al centro de la sala al soldado Aleander.
Este le entregó una mirada vacilante a su esposa y juntos caminaron al centro del salón, entre aplausos y felicitaciones el rey habló de nuevo.
—Lamento informarle que el puesto de comandante no le será entregado a usted, los demás soldados estarán en estudio, gracias. Sigamos con la fiesta que mi hijo cumple tres años.
—Señor pero ese puesto debe ser mío, no sólo porque me lo he ganado, sino porque me pertenece por sangre. Mi padre es el comandante.
—Yo soy el rey y decido lo que más le convenga a mi reino ¿Acaso me estás desafiando?
El aire se volvió pesado y todas las personas guardaron silencio.