El tiempo comenzó a transcurrir mucho más deprisa de lo que lo había hecho
hasta ese momento. El instituto, el trabajo y Jacob —no necesariamente en ese
orden— trazaron un camino a seguir nítido y sencillo, y Charlie vio cumplido su
deseo: dejé de estar abatida. Por supuesto, no me engañaba del todo, no podía
ignorar las consecuencias de mi comportamiento cuando me detenía a hacer un
balance de mi vida, lo cual procuraba que no sucediera a menudo.
Yo era como una luna perdida —una luna cuyo planeta había resultado
destruido, igual que en algún guión de una película de cataclismos y catástrofes—
que, sin embargo, había ignorado las leyes de la gravedad para seguir orbitando
alrededor del espacio vacío que había quedado tras el desastre.
Empecé a mejorar montando en moto, y eso significaba unos cuantos
vendajes menos con los que preocupar a Charlie, pero también el debilitamiento
de la voz que me hablaba, hasta que al fin ya no la oí. Me sumí en un silencioso
pánico. Me lancé con frenética desesperación a la búsqueda del prado y me
devané los sesos para encontrar otras actividades que produjeran adrenalina.
No me fijaba en los días transcurridos —no había motivo alguno para que lo
hiciera—, sino que intentaba vivir el presente al máximo, sin olvidar el pasado ni
dificultar la llegada del futuro, por eso me sorprendió la fecha cuando Jacob la
sacó a colación durante uno de nuestros sábados de estudio. Estaba delante de su
casa esperando a que detuviera el coche.
—Feliz día de San Valentín —dijo Jacob con una sonrisa pero, al mismo
tiempo, agachando la cabeza.
Me tendió una pequeña caja rosa que se balanceó sobre la palma de su mano.
Eran los típicos caramelos con forma de corazón.
—Jo, me siento como una gilipollas —farfullé—. ¿Hoy es San Valentín?
Jacob asintió con la cabeza con fingida tristeza.
—Mira que a veces puedes estar en la inopia. Sí, hoy es catorce de febrero.
Entonces, ¿vas a ser mi enamorada el día de hoy? Dado que no tienes una cajita
de caramelos de cincuenta centavos, es lo menos que puedes hacer.
Comencé a sentirme incómoda. Estaba hablando de guasa, pero sólo en
apariencia.
—¿Qué implica eso exactamente? —pregunté para intentar salirme por la
tangente.
—Lo de siempre... Que seas mi esclava de por vida, y ese tipo de cosas.
—Ah, bueno, si es sólo eso...
Me tomé un dulce a la espera de idear la manera de dejar claros los límites.
Una vez más. Parecían volverse muy, muy difusos con Jacob.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer mañana? ¿Senderismo o una visita a urgencias?
—Senderismo —decidí—. No eres el único capaz de obsesionarse con algo.
Empiezo a creer que me he imaginado ese prado... —torcí el gesto al mencionar
el lugar.
—Lo encontraremos —me aseguró—. Motos el viernes, ¿hace?
Entonces vi la ocasión y me lancé a ella sin pensarlo dos veces.
—El viernes voy a ir al cine. Siempre se lo estoy prometiendo a mis compis
de la cafetería.
A Mike le iba a encantar...
... pero a Jacob se le descompuso el rostro y atisbé la decepción en sus
oscuros ojos antes de que clavara la mirada en el suelo.
—Tú también vendrás, ¿no? —me apresuré a añadir—. ¿O será para ti un
latazo soportar a un grupo de aburridos estudiantes de último año?
De ese modo, aproveché la ocasión para marcar una cierta distancia entre los
dos. No soportaba la idea de hacer daño a Jacob. Existía cierta conexión entre
nosotros, aunque fuera de un modo peculiar, y su pena me dolía. Además, la idea
de disfrutar de su compañía durante el calvario —le había prometido a Mike lo
del cine, pero no me hacía demasiada gracia la idea de llevarlo a cabo—
resultaba también una tentación.
—¿Te apetece que vaya yo... con tus amigos?
—Sí —admití con franqueza, y continué con unas palabras que eran como
pegarme un tiro en el pie—: Me divertiré mucho más si vienes tú. Invita a Quil,
haremos una fiesta.
—Quil va a flipar. ¡Chicas del último curso!
Soltó una carcajada y puso los ojos en blanco. Ninguno de los dos
mencionamos a Embry. Yo también me reí.
—Intentaré llevarle un grupo variado.
Le saqué a colación el tema a Mike cuando terminó la clase de Lengua y
Literatura:
—Eh, Mike, ¿tienes libre este viernes por la noche?
Alzó los ojos azules en los que de inmediato relampagueó la esperanza.
—Sí, así es. ¿Quieres salir?
Formulé mi respuesta con sumo cuidado.
—Estaba pensado en formar un grupo para ir a ver Crosshairs —enfaticé la
palabra « grupo» . Esta vez había hecho los deberes e incluso me había leído los
resúmenes de las películas para asegurarme de que no me iban a pillar
desprevenida. Se suponía que dicho largometraje era un baño de sangre de
principio a fin. No me había recuperado hasta el punto de poder aguantar sentada
la visión de una película de amor—. ¿A que suena divertido?
—Sí —coincidió, visiblemente menos interesado.
—Guay.
Pareció recuperar su nivel de entusiasmo del principio al cabo de un
momento y propuso:
—¿Qué te parece si invitamos a Angela y a Ben? ¿O a Eric y Katie?
Al parecer, se proponía convertir aquello en una especie de doble cita.
—¿Y qué tal si vienen todos? —sugerí—, y Jessica también, por supuesto. Y
Tyler, y Conner, y tal vez Lauren —añadí a regañadientes. Le había prometido
variedad a Quil.
—Vale —musitó Mike con frustración.
—Además —proseguí—, cuento con un par de amigos de La Push a los que
voy a invitar, por lo que parece que vamos a necesitar tu Suburban si acude todo
el mundo.
Mike entrecerró los ojos con recelo.
—¿Son ésos los amigos con los que ahora te pasas todo el tiempo estudiando?
—Sí, los mismos —respondí con desenfado—, aunque considéralo más bien
unas clases particulares... Sólo son de segundo...
—Ah —repuso Mike, sorprendido, y sonrió después de considerarlo unos
instantes.
Sin embargo, al final no se necesitó el Suburban de Mike.
Jessica y Lauren se disculparon alegando estar ocupadas en cuanto Mike dejó
entrever que y o andaba de por medio. Eric y Katie ya tenían planes —
celebraban el aniversario de sus tres semanas, o algo parecido—. Lauren se
adelantó a Mike a la hora de hablar con Tyler y Conner, por lo que ambos
estaban muy ocupados. Incluso Quil quedó descartado, castigado por pelearse en
el instituto. Al final, sólo podían ir Angela, Ben y, por supuesto, Jacob.
Pese a todo, la escasa participación no disminuyó las expectativas de Mike.
No sabía hablar de otra cosa que no fuera la salida del sábado.
—¿Estás segura de que no prefieres ir a ver Tomorrow and Forever? —
preguntó durante el almuerzo, refiriéndose a la comedia romántica de moda que
encabezaba la taquilla—. En la página web Rotten Tomatoes la ponen mejor.
—Prefiero ver Crosshairs —insistí—. Me apetece ver un poco de acción,
busco algo de vísceras y sangre —Mike giró la cabeza en otra dirección, pero no
antes de que pudiera ver su expresión, que decía: « Pues sí, está loca» .
Un vehículo muy conocido estaba aparcado delante de mi casa cuando llegué
después del instituto. Jacob permanecía apoyado en el capó. Una enorme sonrisa
le iluminaba el rostro.
—¡Increíble! —grité mientras salía del coche de un salto—. ¡Lo has acabado!
¡No me lo puedo creer! ¡Has terminado el Volkswagen Golf!
Esbozó una sonrisa radiante.
—Esta misma noche... Éste es el viaje inaugural.
Alcé la mano para que chocara esos cinco. Y lo hizo, pero dejó allí la suy a y
retorció sus dedos a través de los míos.