Águila estaba en la orilla del acantilado esforzándose por ver algo más que las sombras bajo sus pies, -quizás pueda saltar- pensó aunque era seguro que moriría destrozada en los arrecifes, el ruido de las olas pegando lento en la playa la había calmado poco a poco, llevándose sin que lo notara la idea de saltar.
El cazador apareció de pronto a su espaldas, aun un poco alejado, haciendo menos ruido que un gato, avanzo hacia ella con una sonrisa confiada y maligna en su rostro, era lo único que se notaba bajo su sombrero, tenía planeado matar a águila y quedarse con la poderosa arma que era la lagrima eterna, pues se decía que aquel que la tuviera podría hacerlo todo, al cazador, no le interesaba en lo más mínimo encontrar a búho.
El cazador ya estaba a pocos metros del ave y seguía avanzando, pero de pronto águila volteo, sus hermosos ojos cafés reflejaban la plateada luz de la luna, sus brazos los tenia descansando en sus costados con las palmas abiertas hacia el ser que lentamente se acercaba, el gesto en su cara parecía indicar, que entendía la situación y teniendo fe se entregaba a lo que el cazador decidiera.
El cazador no dejo de avanzar, miro hacia su derecha, reconoció gracias a la luna, casi todo Fronteras, estaba iluminado, con todos los candiles encendidos, alcanzo a ver a los habitantes del pueblo ocupados en sus asuntos y algunos humanos haciendo estupideces, el mercado de las brujas se veía lleno y de fiesta, toda esa vivacidad y movimiento no le causaron nada en el corazón, recordó de golpe, todo los días hasta ese desde que llego a fronteras, su corazón no se emocionó para nada.
Miro a su izquierda, a la selva oscura y peligrosa, a la que casi nadie se acercaba por las noches, pues escondía males que por miedo nadie nombraba, esa en la que varias veces estuvo a punto de ser asesinado y apenas lograba salvarse por un descuido de sus adversarios, esa que conocía palmo a palmo, y no sintió temor, no sintió nada.
Pero seguía desviando su vista constantemente, porque era mejor la lujuriosa libertad del mercado de las brujas o la horrible oscuridad de la selva de azabache, a los ojos de esa hermosa criatura gritándole sus pecados en silencio, amenazándolo con enfrentarlo contra el moustro en que se había convertido, haciendo que latiera su corazón hace tanto apagado.
Se detuvo a un par de metros de águila y le dijo sin voltearla a ver:-disculpa no quería asustarte- y desvió su vista hacia el norte, mirando la calle por donde ambos habían llegado hasta ahí agrego:-quizás encuentre una pista de lo que desean los cuervos en el templo, debemos empezar ahí.-
Águila, con un poco más de confianza al ver este cambio en el extraño ser que tenía frente a ella, le respondió:-ya ves lo que pasa cuando no te portas como una bestia, tú me asustas, jamás te daré la espalda- y se sentó en el piso viendo al cazador de frente.
-Eso es muy inteligente para alguien que nunca ha salido de un templo- contesto el cazador casi para sí mismo, -pero no me has dicho dónde te quieren ver los cuervos- agrego cambiando de tema.
-en el vertedero mañana al anochecer- contesto tranquila águila-aunque- agrego preocupada- yo no sé qué es el vertedero, -eso no importa- dijo el cazador dándole la espalda, mientras miraba el cielo limpio del barrio sin nombre, -para eso me tienes a mí- dijo cargándola en sus brazos sin que por esto águila pudiera ver su rostro y antes de que pudiera reaccionar, águila fue llevada como una ráfaga a través del barrio sin nombre, el cazador corría a una velocidad impresionante, águila solo era capaz de ver líneas de colores pasando por sus ojos como si fuera pintura borrada de un lienzo.
A punto de amanecer tan repentinamente como fue cargada, águila estaba, para su sorpresa, frente al templo de la flama eterna.
Aun sin poder creerlo miro en derredor, asegurándose que en efecto era su hogar, -¡esa es la cosa más impactante que he vivido!, vamos te daré algo de comer- mientras decía esto volteo a ver a el cazador, el pobre tipo estaba desmayado en la puerta de la iglesia, completamente agotado.