En los postreros días, cuando se elevaba el inmenso sol sobre el reino, empezaron a sonar las trompetas. En la cima se podía ver como el rey descendía con un grupo de caballeros y como sus estandartes flameaban con soberbia. Al llegar al lugar uno de los caballeros se les acercó y dijo con la frente en alto.
—¡Demos la Bienvenida al Rey y al Gremio de los Caballeros Sabios! —Los aldeanos postraron una leve reverencia y aplaudieron, menos un hombre que llevaba puesta una capucha. Se encontraba al fondo recostado por el muro con los brazos cruzados, entonces el caballero se dirige a este—. ¡Tú, insolente! Acaso no has escuchado, ¡estás en presencia del Rey! —el hombre solo sonrío ligeramente—. Cuanta insolencia —dijo el soldado con prepotencia —. Te daré tu merecido.
Narantriel, enfocando bien la mirada logró reconocer que se trataba de Lakan, entonces ordenó al soldado que se detenga de inmediato.
—Gran Guardián. Pensé que te habías marchada, pero aquí estas con este gran grupo de personas. No me sorprendería saber que fuiste tú el responsable de salvar a nuestros hermanos —dijo el rey.
—No fue idea mía —se sacó la capucha—. La vida de estos aldeanos corría peligro debido al hostigamiento de parte de las tropas negras. Estar lejos de estas murallas significa la muerte. Deberían de replegar a sus hombres para apoyar a los otros pueblos —acotó con dureza.
—¿Y de dónde piensas que venimos? —le regañó un robusto hombre que se encontraba al lado de Narantriel. Su cuello era ancho, sus prominentes hombros demostraban su fuerza, tenía una barba desaliñada y su cabello rojizo relucía con la luz del sol—. El Gremio está dando todo de si. Esos malditos atacan por todos lados.
—Tranquilos señores —Narantriel frunció el ceño y miró a ambos—. No es el momento.
—Narantriel —dijo Lakan—. Quiero mostrarte algo.
El apretujado gentío empezó a moverse como la marea del mar y en medio de un hombre que lleva a su hijo en brazos salió Harv, hijo de su apreciado maestro y amigo. El rey con el semblante confuso, baja cuidadosamente de su montura y va caminando con pasos lentos hacia él. Narantriel no comprendía lo que estaba sucediendo, no podía creer lo que estaba viendo. Poco a poco se va acercando al rostro del niño y lo empieza a palpar la cara, a tocar sus brazos.
—Harv… —al pronunciar su nombre sus labios empezaron a temblar—. Eres tú o mis ojos me engañan... es esto una ilusión —manifestó con los ojos brillantes.
—Soy Harv en carne y hueso —respondió como si nada hubiese pasado—. Es bueno regresar a casa. Todo se ve en orden —señaló con una extensa sonrisa.
Terminando esto el rey se arrodilló y lo abrazó como si este fuese su propio hijo. Luego preguntó por su madre qué la había pasado y, lo más difícil, si había sobrevivido.
—Sí, lo hice —respondió Bethil que se encontraba detrás de Narantriel.
El Rey no pudo controlar sus emociones y las lágrimas descendieron por sus duras facciones.
—Mis plegarias se cumplieron. Están aquí, pensé que los había perdido — palmeó la mejilla del niño—. Harv, tu padre estaría muy orgulloso de ti. Sí que te has puesto fuerte.
Debido a su inmensa felicidad, el rey pidió que se les dé a los presentes un lugar digno donde quedarse, comida y nuevos ropajes a todos para festejar este gran acontecimiento.
Aquella noche se llevó a cabo una fiesta. El castillo estaba adornado como lo estuvo pocas veces. Grandes candelabros colgaban del techo y sus derretidas velas alumbraban todo el colorido salón. Sacrificaron varios animales para el banquete, las personas vestían de las sedas más finas y los dulces aromas del incienso eran huéspedes del lugar. El hogar del Rey se revistió de algarabía esa noche.
Había una larga mesa en la cual estaba sentada la familia del Rey Narantriel, en el medio se encontraba su amada esposa Sophitia y a su lado su primogénito hijo, su mayor tesoro, Robfrid.
En medio de las charlas el rey preguntó por Lakan, pero nadie sabía de su paradero, entonces Bethil salió a buscarlo. La mujer recorrió cada rincón del castillo y no lo encontró, entonces decidió regresar. Mientras subía cabizbaja por las escaleras vio por una de las ventanas y se percató de que alguien estaba recostado mirando al cielo encima del techo de una casa.
Ella bajó y se dirigió al lugar, al llegar intentó trepar la pared, pero no lo lograba, en eso vio una robusta mano, ella lo agarra y con una fuerza brutal lo estira hacia arriba.
—Deberías de estar en la mesa del rey disfrutando de lo que ha hecho para ustedes. —Lakan estaba recostado sobre las mohosas tejas con los brazos cruzados detrás de la cabeza—. Nunca me canso de mirarlas —dijo por las estrellas.
—Narantriel ha preguntado por ti. Tienes que estar con nosotros, te has ganado el respeto de todos y el aprecio de la familia del rey —dijo posando ligeramente su mano sobre sus hombros.
—Aquí es donde pertenezco, Bethil, junto con la soledad. Soy un guardián, soy diferente a ustedes. He vivido mil vidas y peleé incontables batallas. Nací para mantener el equilibrio y la armonía entre los hombres, no para someternos a sentimientos pasajeros —se acomodó y dejó de mirarla—. No conozco otra cosa que no sea la pelea. Es esa la razón por la que he venido a este mundo, y por sobre todo cuidar aquello que tanto anhela mi padre, la paz de los hombres.