Sonaban las campanas en aquel día de cielos abiertos. En el balcón frontal del castillo estaba el Rey Narantriel y detrás los guardianes y el gremio de Caballeros Sabios. Llego el día del reclutamiento, aquella fecha que muchos esperaban con ansias para unirse a las fuerzas del reino y sacar a relucir sus habilidades. El llamado se estableció para todos los pueblos del continente y eran bienvenidos todos aquellos que por sus venas fluía la lucha y el servicio.
Poco a poco la plaza de las Armas, que era el lugar histórico donde se realizó el primer llamado de reclutamiento iba llenándose de personas. Transcurrido un tiempo el sitio ya estaba colmado por la muchedumbre.
Cada uno cargaba con sus respectivos bultos y accesorios. La diversidad era abrumadora ya que normalmente los ciudadanos de ciertos pueblos nunca participaban en la época de reclutamiento, pero esta vez era totalmente diferente. El Rey miró a la marea de hombres que minaban el lugar, levantó la mano desde su trono y todos callaron, empezando así su discurso:
—Hoy es un día especial. ¡Ha llegado la época de reclutamiento! —el vitoreo del público hicieron retumbar las murallas—. Este es el día en que forjaran su destino y la del reino, el día en que darán sus vidas por los demás. Hoy renacerán de nuevo y por sobre todas las cosas los deparará grandes batallas que afrontar, no será nada fácil convertirse en soldado del reino, estamos frente a una amenaza que requiere todo nuestro esfuerzo —miró la inmensa ola de aspirantes que se extendía por todo el terreno—. Esta vez será diferente, las pruebas serán duras, la muerte estará acechándolos en cada momento, solo aquellos que logren superar todos los obstáculos serán dignos de defender estos muros. Esperaremos sesenta días más para que aspirantes de otras tierras lleguen al reino, mientras tanto aprovechen este tiempo y fortalézcanse en cuerpo y espíritu… porque les espera un duro camino.
Terminando el discurso los aspirantes llenos de fervor empezaron a levantar sus armas demostrando pasión y compromiso. Luego, el rey abandonó el balcón y se dirigió al salón para compartir la mesa con los guardianes y conversar sobre lo sucedido.
—Espero que siga contando con su ayuda. Nunca he visto tantos convocados. Creo que la presencia de ustedes ha llamado la atención de muchos —Narantriel se aflojó el nudo de su lujosa capa de terciopelo—. Odio las vestimentas formales —recalcó, luego prosiguió—. Necesito de sus conocimientos, de sus fortalezas. Debo encontrar aquellos aspirantes que desean con el alma formar parte del ejército. Necesito de voluntades inquebrantables, porque sin duda habrá mucha muerte en el camino —nombró con tono débil—. Las pruebas a las que se someterán no serán nada fáciles. Es por eso que quiero evitar muertes vanas descalificando a los que no son capaces de sobrellevar dicha prueba.
Escuchando la petición Arktruim y Lakan asienten con la cabeza, mientras que a Miroth se lo notaba algo indiferente. Un incómodo silencio invadió aquella habitación esperando la respuesta del grisáceo guardián, pero luego de un corto lapso decidió aceptar la propuesta del rey, decisión que sorprendió a todos.
Narantriel iba camino a su alcoba y en el pasillo se encontró con Harv y su hijo Robfrid. Los dos estaban hablando con gran emoción sobre el día del reclutamiento, el entusiasmo de ambos conmovió a Narantriel.
—Mira con quienes me he encontrado, ¿a qué se debe tanta alegría?
—Solo queremos que llegue el día, para empezar con nuestro entrenamiento. Queremos ser los mejores soldados para así defender a nuestra gente, te haré sentí orgulloso padre —dijo Robfrid.
—Sé que así será hijo mío, pero deben de saber que será una prueba muy dura. —Se colocó en cuclillas y los miró con semblante serio—. Deben dar lo mejor. El peligro puede estar en cualquier lugar acechándoles, cuídense el uno al otro y aprendan de sus errores, den la vida por esto y saquen lo que está escondido aquí —dijo señalando con el dedo su corazón.
—Nos esforzaremos, como lo han hecho tú y mi padre —sentenció Harv.
El rey los abrazó acariciándoles la cabeza. Los niños salieron corriendo del pasillo y mientras Narantriel los seguía con su mirada ve a su amada esposa con semblante de preocupación.
—Sophitia... ¿Qué sucede? —le acarició el rostro.
—Temo por la vida de mi hijo y la de Harv —encogió los hombros—, ambos están entusiasmados… —no pudo terminar la oración—. Tengo mucho miedo a perderlos. No podré soportar esa situación. —dijo con labios temblorosos.
El rey posó ambas manos sobre sus hombros y mirándolo a los ojos le dijo: