Una notoria cantidad de exploradores llamados por el rey se preparaban para marchar en busca de los niños. Narantriel estaba muy angustiado, sabía que en las afueras existía todo tipo de amenazas, en especial las tropas negras.
Los hombres montados en sus corceles se dividieron en cuatro grandes grupos para cubrir los principales puntos, luego de la formación el rey dio la orden de partir inmediatamente.
—Mi señor lo encontraremos. Son muy cuidadosos, de seguro evitaron a los forasteros escondiéndose en algún árbol o cueva, y alguna que otra bestia no le causarían problemas —expuso uno de sus soldados para tranquilizar el espíritu de su Señor.
—No son los forasteros ni las bestias mi preocupación. Harv, a pesar de ser un niño es un excelente luchador. —Las pezuñas de su imponente corcel arrancaban pedazos de tierra mientras subía la colina—. Mi preocupación es que se hayan encontrado con algún miembro de las tropas negras. Son hombres sin escrúpulos, en especial los de alto rango.
—Pero Señor… —Espoleó al caballo para que galopara más deprisa y alcanzar a Narantriel que se había alejado unos metros y cuando lo alcanzó prosiguió—. Usted se ha enfrentado a uno de ellos y ha salido ileso. No nos podrán derrotar, y sé que con el llamado al reclutamiento se nos unirán excelentes soldados y reforzaremos nuestras líneas.
—Es así —afirmó el rey—, sin embargo solo he salido vivo por pura compasión. Me ha perdonado la vida, me venció sin el mínimo esfuerzo —lo miró y esbozó una sincera y desesperada sonrisa—. Ese mismo guerrero ha derrotado a nuestros amigos guardianes haciéndolo solo por diversión.
—Estamos siendo atacados por demonios —susurró para si—. ¿De dónde sacan tanta fortaleza? —cuestionó el hombre mientras ladeaba la cabeza en busca de alguna señal.
—Son simples hombres de carne y hueso. Lo que los hace diferentes es que dan todo de si. El esfuerzo de uno de ellos equivale a cinco de los nuestros, se someten a duros entrenamiento y sufrimiento. —Estiró las riendas de su caballo y se detuvo, observaba detenidamente hacia los árboles y meneaba la cabeza desilusionado—. Malditas ilusiones —refunfuñó y volvió a dar rienda suelta a su bestia.
—Llegar hasta ese límite. ¿Cómo lo hacen?
—Torturan a sus almas hasta que no sientan dolor alguno. Dan sus vidas por su causa, en cambio mucho de los nuestros están solo para llenarse de vanagloria y tener poder sobre otros. Es tiempo de un verdadero cambio, y es ahora donde los soldados cuya pasión sea comparable con los de las tropas negras deben de resurgir.
Mientras galopaban por una colina a lo lejos vieron a un jinete que se dirigía hacia ellos. Era uno de los exploradores con el rostro un tanto sorprendido.
—¡Mi señor!, hemos encontrado al príncipe Robfrid y a sus amigos. Debemos de apresurarnos, dos de ellos están muy mal heridos.
Fue así que cabalgaron hacia el lugar. La preocupación del rey iba en aumento a medida que se acercaban.
Al llegar, el bosque estaba húmedo debido al frío de la noche anterior. Cerca de las raíces de un robusto árbol encuentran tirado a Harv con una herida larga y fina en uno de sus brazos, Robfrid yacía desmayado boca abajo con sus manos extendidas y un tercer niño con cortes en ambos ojos bajo un arbusto. Narantriel bajó de un salto de su caballo y corrió hacia el príncipe.
—Hijo... hijo... ¡Despierta, despierta! —clamó mientras le sacudía del hombro.
El príncipe no reaccionaba. Narantriel empezó a llorar y lo abrazó con fuerza, pero luego escuchó un susurro.
—Lo vencimos padre... lo hizo... gracias a él estamos vivos, él nos salvó.
El rey miró a su alrededor y se percató que un cuerpo se encontraba cerca de Harv, fue rápidamente y lo dio vuelta con cuidado. Narantriel no podía creer lo que veía, era uno de los miembros de las tropas negras que, a pesar de ser de bajo rango se cuestionó como era posible que estos niños pudieran vencerlo, sin dudas poseían un fuerte instinto de supervivencia, entonces llamó y ordenó a sus hombres para que los atiendan y trasladen inmediatamente a los heridos.
Días después, en una de las habitaciones despierta aquel extraño niño. Estaba asustado, no lograba ver nada, entró en pánico y empezó a llorar silenciosamente en medio de la noche, en ese momento siente que alguien lo toma de la mano y lo empieza a acariciar.
—No estás solo —le apretó la mano—. No llores, ahora eres uno de nosotros, ya no correrás peligro alguno —dijo con dulce voz.