Al norte de la ciudad se encontraba un pequeño pueblo llamado Campos Lana, cuyos habitantes se dedicaban al comercio de piel de ovejas. Eran personas de buen carácter y, en su gran mayoría bondadosas. Las casas eran de madera, tenían ventanas ovaladas y sus chimeneas estaban hechas de rocas ribereñas. Varios establos se encontraban apiñados en un costado, todos estos repletos de animales lanudos y, al otro lado se extendía un vasto campo de trigo.
En el centro de la ciudad se erigía una discreta taberna que era el centro de las reuniones y, frente al mismo estaba ubicado su gran mercado en el que había varios almacenes de todo tipo. Robfrid y Harv, estaban custodiando dicho pueblo con otro grupo de aspirantes.
—Mira aquella armería ubicada en el mercado —dijo el príncipe codeándole a Harv repetidas veces.
—¡Al fin, armas! Ya estoy cansado de solo ver ovejas —acotó Harv echándose a reír—. Vamos, de seguro posee muy buenas espadas.
Al llegar al lugar se encontraron con un hombre calvo con marcadas facciones y una larga barba que estaba realizando las labores de un armero. Este estaba golpeando una espada con un pesado martillo, el cual hacia que las chispas salieran volando por todas las direcciones.
—¡Disculpe! —gritó Robfrid—. ¡Nos gustaría probar las espadas!
Debido al fuerte ruido que causaba el choque de hierros, el sudoroso y fornido hombre no los podía escuchar, el cual siguió martilleando sin detenerse ni siquiera a mirar a su alrededor.
Harv puso ambas manos alrededor de su boca, tomo aire y gritó.
—¡Señor, queremos ver la mercadería. Somos aspirantes del reino y nos gustaría ver sus armas!
De igual manera, aquel seguía dando golpes tras golpe. Ambos se dieron por vencido y decidieron esperar hasta que culmine de forjar el arma. Una vez que terminó su creación, el hombre miró a los dos muchachos con las cejas fruncidas. Se acercó a ellos y, con un semblante que intimidaría a cualquiera se quedó mirándolos.
—Los vi apenas llegaron pero, nunc deben de estorbar cuando se está forjando un arma, porque esta será la fiel compañera de alguien en todo momento, ¿acaso estarían felices con espadas frágiles?
—No señor —respondió Robfrid con el mentón erguido.
—Entonces no vuelvan a desconcentrar a alguien que está dando vida al alma de un guerrero. No es mi intención regañarlos, solo quiero que respeten las normas. —Se ajustó el cinto de cuero que llevaba un poco flojo—. ¿Quieren saber sobre mis hermosas creaciones? Pegunten lo que se les ocurra. Ya que son aspirantes les daré un precio especial, adelante jóvenes valientes.
Ambos entraron y no sabían por dónde empezar. La armería poseía varias hileras de estanterías que se extendían a lo largo del lugar que contenían un sin número de variedades de armas y armaduras. Había desde pequeñas dagas hasta espadas que parecían ser hechas para gigantes.
Aquel hombre poseía todo un arsenal de material de muy alta calidad. Las espadas relucían y sus mangos poseían diseños extravagantes, los escudos eran de diversas formas; las hachas de doble filo lucían intimidantes y, las armaduras estaban contorneadas con varios dibujos exóticos.
Harv y Robfrid no sabían donde posar su mirada, todo aquel mundo bélico los envolvió por completo. El armero sonreía mientras lo seguía con los brazos cruzados hacia atrás ya que era consciente de su emblemática armería.
—Pues bien. ¿Desean probar algo? —voceó el armero—. Les recomiendo estas espadas, inspiradas en aquellos que mataron a feroces bestias salidas del abismo. Poseen una hoja liviana, pero un filo letal. La empuñadura está hecha de plata de continentes muy lejanos.
Harv tomó una y empezó a deleitarse con cada detalle. Luego empezó a blandirla haciendo ligeros movimientos.
—Pesa como una pluma, las tajadas serán muy limpias y certeras. ¿Cuánto es el precio de esta belleza?
—Unas veinte monedas de oro para los meros compradores pero, por ser aspirantes los dejaré a diez.
—Eso sí que esta fuera de nuestro alcance Robfrid ¿No?
—Pues por el momento si. Cuando lleguemos a ser caballeros quizás tengamos la oportunidad de hacernos con una espada de esta calidad, mientras tanto debemos de conformarnos las nuestras.
Al escuchar su nombre el calvo hombre abrió los ojos.
—¿Acaso eres Robfrid, el hijo del rey Narantriel?
—Pues…sí, pero no porque sea hijo del rey signifique que ande con el bolsillo lleno de oro. Mi padre siempre me enseño el valor de las cosas. Si quiero una espada así, tendré que ganármelo.