Las tres estrellas relucían cada noche en el oscuro firmamento desde hacía diez días, el tiempo de la reunión había llegado. Después de varios siglos, los descendientes antiguos entrelazarían una nueva alianza con el Reino de Dierham.
En su alcoba, se encontraba meditando el rey Narantriel sentado al borde de su cama. Vestía su reluciente armadura y una capa roja con bordes dorados.
—¿Que te sucede? —Sophitia se levantó y se colocó a lado de su esposo.
—Cuando hable por primera vez con Lakan, hablamos sobre la Guerra Roja y él nombro las cosas por las que tuvo que pasar el reino —apretó sus rodillas con sus amplias manos—. No aguantaré ver sufrir a esta gente, a los caballeros; a mi familia... —dijo con la cabeza gacha.
—Los Descendientes Antiguos están con nosotros —le acarició el rostro—, y los aspirantes son muy prometedores. El reino prevalecerá como siempre lo ha hecho.
—Esa es mi preocupación —guardó silencio—, después de todo, los descendientes son también seres humanos... y las tentaciones son las mismas para todos.
La mujer lo tomó del rostro y lo besó.
—No dejes que los malos pensamientos te atormentan, mientras tengas como fundamento la paz y la justicia nada podrá someterte.
Después de las alentadoras palabras de su mujer abandonó su alcoba y se dirigió al gran salón. Mientras estaba rememorando las hazañas de los caballeros sabios con cada cuadro expuesto por las paredes y pilares, escuchó pisadas metálicas provenientes del otro pasillo.
—¡Mi Rey! ¡Mi Rey! Ellos ya están aquí —exclamó uno de los caballeros que resguardaba el gran muro.
Cuando se divulgo la noticia, todos los ciudadanos dejaron sus quehaceres y fueron a ubicarse en la calle principal y, al poco tiempo, las arterias estaban abarrotadas de personas.
Aquellos Reyes del que solo escucharon en los libros de historias ahora estarían frente a sus ojos. Las tarimas en las que estaban ubicados los Caballeros Sabios y los Guardianes se erigían frente al castillo. Detrás de estos, flameaba el estandarte del Gremio y de las cuatro tropas y, una alfombra roja se extendía por todo el lugar. Los músicos se encontraban en ambos costados con sus trompetas y tambores, listos para dar la bienvenida a los legendarios visitantes.
Los hombres que vigilaban la entrada principal dieron la señal de que los reyes ocultos ya habían llegado al Reino, entonces, el portón empezó a abrirse lentamente dando paso a los Reyes. Las personas ubicadas en las primeras filas podían ver como estos desprendían misticismo con cada paso que daban, cada uno de ellos estaban acompañados por cincos guerreros de su propio reino.
Cuando estos doblaron la esquina que daba a la avenida principal, Narantriel a lo lejos pudo ver sus siluetas. A medida que se acercaban, su corazón empezó a palpitar con fuerza y sus manos comenzaron a sudar.
—¡Toquen las trompetas! —ordenó el músico principal y los instrumentos empezaron a sonar dando así la bienvenida.
En el medio estaba un robusto hombre con una prominente barba, su altura era llamativa al igual que su frondosa armadura rojiza y, sobre sus anchos hombros llevaba un jubón de piel de lobos salvajes de color marrón, en su mano izquierda tenía una especie de brazaletes de color bronce y, de su cintillo colgaba una espada y del otro un hacha adornada con plumas en el mango.
En el extremo izquierdo, se encontraba aquel hombre que poseía una máscara metálica que le cubría la mitad del rostros, vestía una fina túnica de color azul oscuro y caminaba con una elegante postura, su pelo, al igual que Miroth era de un tono gris. Por último, los acompañaba aquella sumisa mujer de parpados pesados y mirada pacífica, sus cabellos parecían bañados en oro y llevaba un vestido de color verde, su belleza no tenía comparación alguna.
Cuando llegaron frente al rey, todos quedaron callados. Lo único que se escuchaba era como los estandartes ondeaban al compás del viento y el trinar de algunos pájaros que sobrevolaban por el lugar.
Narantriel se puso de pie y se aproximó con parsimonia hasta ellos, luego realizó una leve genuflexión haciendo rechinar su armadura.
—Soy el Rey Narantriel Tudhers, miembro del legendario Gremio de Caballeros Sabios y poseedor de los cinco sellos. ¿A quiénes tengo presente? —señaló con autoridad y con la frente en alto.
—Ulfga, Heredero de las Montañas, Rey de los Tein, poseedor de la Corona de la Valentía —vociferó con potente voz.
—Shur, Heredero de las tierras ardientes, Rey de los Jugerns, portador de la Corona del Orgullo —dijo con su áspera y misteriosa voz.